La princesa Funk.
Escuchando la radio en la madrugada, Smooth Jazz
Piano que es lo que acostumbro a sintonizar, atrajo mi atención una pieza musical en
particular: “London Interlude” por Lonnie Liston Smith. Fueron tan desagradables las primeras notas que me despojé de súbito del leve letargo que
aún padecía, abandonando la idea de prepararme un café, y corrí a dar mi
valoración de “una estrella” en la posibilidad online que da la emisora para
hacerlo; con el fin de que no fuera a ser incluida ni por error en mi lista de
favoritos, y obligada a escucharla en posteriores ocasiones.
Pero justo cuando estaba a puno de hacer el click, la
melodía tomó un giro inesperado y decidí quedarme a escuchar un poco más. Una reacción
placentera y de asombro recorrió mi sentido auditivo. De no haberme quedado
escuchado durante esos primeros y desagradables goteos del tiempo, que
taladraron en la lógica de lo entendido por mí como música; creyendo que otra
emisora se había colado, habría perdido la posibilidad de experimentar la deliciosa
sensación que me embargaba.
Imaginé la noche estrellada de una ciudad
cosmopolita, un majestuoso salón con un piano de cola y un elegante pianista sentado
ante él ejecutando el ritmo cautivante. Me sentí tan a gusto que fui a hace lo que realmente me atañía: prepararme el anhelado café para luego ponerme a escribir. Cuando de pronto volvió a aparecer el
repulsivo sonido del principio que duró unos segundos más: “¡Ya estuvo bueno!”-me
dije-. No tenía tiempo suficiente para perderlo en estar escuchando aquella música
bipolar que se trastocaba por momentos brusca. Tiré la cuchara en el fregadero
y salí de inmediato o a quitar la molesta melodía.
Entonces reapareció de forma insospechada el sonido
magistral del teclado que cautivó mi atención, y tronchó por segunda vez la gestión
evaluativa que estaba a punto de realizar, dejándome con el dedo en el mouse, para
transportarme en extasiado ascenso a la imaginaria escena del principio donde
el pianista se lucía cada vez más y en la que yo era la única espectadora
Disfrutaba tanto esos acordes que di gracias a Dios
porque el mal momento había pasado, y me sentí lista para volver a tomar el
hilo de las actividades matutinas. Pero sucedió, pocos segundos después, que
volví a caer; y esta vez de bruces como si lo hiciera desde lo alto de una
montaña rusa, ante los sonidos discrepantes que retornaron más repulsivos para dar
los toques finales a la pieza musical.
En éste ejercicio ya había perdido totalmente la
modorra y la paciencia, olvidé el café, e intrigada abrí una pestaña de Google,
y escribí el título de la composición sonora así como su ejecutante, que
resultó ser su creador, y busqué en Wikipedia la historia del artista y de su
obra, tratando de entender; aunque no estuviera de acuerdo, lo realizado en
ésta en particular en la que lo fastuoso estaba dado en igual nivel que lo
desagradable
Ahí pude ver que el artista de la pieza en cuestión,
Lonnnie Liston Smith, era un pianista estadounidense de jazz funk que realiza
sus obras basado en una mezcla de jazz fusión, crossover y post bop, recogiendo
la influencia y espiritualidad de músicos de estilo libre, e insertándose
también en la tradición del funk, el rock, el rap y el pop.
Escuchar sin interrupción London Interlude da la impresión
de estar oliendo algo hediondo y desagradable que no puedes tolerar, y que si
atomizas un espray con olor a rosas para disipar el olor, vuelve a sentirse el
nauseabundo a penas pasado el efecto del perfume, por muchas veces que repitas
la acción. O como estar frente a una ventana mugrienta y carcomida por el
tiempo, que al abrirla, los ojos descubran un impresionante paisaje ante ellos que
los deleiten; y que al cerrar, las tablas maltrechas queden frente a ellos nuevamente.
O comparable con quien osara llevar un recargado y anacrónico sombrero como
colofón de un atuendo distinguido y envidiable, atando una soga a la cintura y
para rematar, en la base, unos zapatos rotos.
Esta palabra de funk no me era familiar e indagué en
su significado, saliendo a la luz que “Funk” es un género musical que nació a
mediados del 1960 cuando diferentes músicos norteamericanos fusionaron ritmos
como el soul, jazz y R&B, dando lugar a una nueva forma de música rítmica y
bailable. Traduciendo la palabra Funk del inglés, hallé que quiere decir entre
otras cosas: “tener olor malo”. Un poco cobró sentido todo acordándome de la sensación
que experimenté al principio de haber oído la melodía.
No era el total de la composición musical lo que
hacía repelerla, era su principio, su centro, y su final. Pero cada obra es
indisoluble al criterio de su artífice y es el legado que éste deja; gústele o
no al que viene detrás a meter las narices, como yo que decidí quedarme y
escuchar. Es como ver a una doncella violada; el hecho atróz y lo sucio de su
aspecto harían mella en su apariencia pero de igual manera el destaque de lo
hermoso estaría ahí latente.
Escuchar London Interlude de Lonnie Liston Smith es como presenciar un
programa noticioso en la tele, un anuncio desagradable seguido de uno bueno, y
luego para terminar un aviso tan chocante como el primero. Lo que pasa en la
mayoría de las noticias que se difunden por ese medio: una mala, una buena, una
mala; de forma sucesiva.
Lo que no puede negarse es la maestría del compositor
e intérprete que cumplió con lo que se había propuesto con seguridad, y que es uno
de los objetivos de cualquier artista: llamar la atención. Después de todo no
me queda más que reverenciar al Sr Smith, gracias a él se me fue el sueño,
aprendí algo nuevo, aunque tardé en prepararme el café y sentarme a escribir.
Les dejo a consideración esta pieza: “inarmónica,
melodiosa y disonante”. A no ser que el hecho de estar escuchando música medio
dormida haya despertado en mi estas sensaciones. ¡Que la disfruten!
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