domingo, 25 de octubre de 2015

Las flores hoy.

Las flores hoy




Las flores de mis macetas
despertaron espigadas,
el sol desde la ventana
las imaginó coquetas,
calentando sus siluetas
con el calor de mañana.

Despabilaron sonrientes
mostrándoles sus caritas
coloradas y bonitas
con muchas hojitas verdes.

Mañana ya no estarán,
tan lozanas, tan fresquitas,
el tiempo se encargará
de trastocarlas marchitas.

Así pasará con todo,
la vida lo ha demostrado.
No te alejes de mi lado
que tú eres mi sol naciente,
mi lluvia, mi mar caliente
y hasta mi cielo azulado.

Y si un día de repente,
cuando el sol se haya ocultado,
ya no te veo exaltado,
ya no me encuentras ardiente
o no puedo distinguirte,
como lo hago, entre la gente.

El ocaso habrá llegado
como a esas flores marchitas,
que no verán más el sol,
que no se verán bonitas.
Pero no importa mi amor,
otra vez más demostrado,
también se vuelve a vivir
si se recuerda el pasado.

Autoría y derechos: Marta Requeiro.

martes, 20 de octubre de 2015

Ya no recuerdo.


Ya no recuerdo


Ya no recuerdo.
¿Sabes?
Ni qué tono de blanco tenían tus dientes.
Ni si tenía un detalle destacable tu piel
por el que pudiera reconocer tu cuerpo,
en una morgue.
E incluso, si las veces que lloré
realmente lo sentí,
o fue un capricho.

¡Ya no recuerdo!
A veces me sorprende
tu imagen espectral
cruzando el salón de mi memoria,
como si advirtiera un relámpago
de un pestañazo. 
Pero no es más que la costumbre
del tiempo que te quise asir 
a mis recuerdos.

Y ahí es que comprendo
que te he olvidado,
o al menos sé que eso es olvidar.
Y me palpo el escalofriante nudo 
que dejó la herida.
Y me pongo a prueba 
y lo vuelvo a tocar, 
sin desmayarme.

Así es como lo hago,
trayendo de vuelta tu figura vana.
Sabiendo entonces que ya no dueles,
que estoy inmune a ti, 
que te creí mi enfermedad mortal.
Es tanto lo que me sorprendo,
al ver que ya no te recuerdo,
que hasta dudo de tu realidad hurgando
en mis sentidos,
y ahora no sabría decirte,
siquiera,
por qué fue
que te amé,
ni si exististe.

lunes, 19 de octubre de 2015

"La perrita Tina"



"La perrita Tina"


Esta foto se la saqué a mi perrita un tiempo antes de viajar acá. Teníamos una relación muy especial, pero al decidir emigrar uno no sabe qué va a encontrarse, que tiempo esté inestable o si donde llegue acepten mascotas, por eso se la dejé a una amiga, una de las tantas amistades que uno tiene como familia, y que se brindó amable a cuidarla.
Hoy en día no me atrevo a decirle a ella que me la dé, ya que al aceptarla y adoptarla, la ha cuidado tanto que ya sería hacer sufrir de nuevo a la perra al separarla de sus nuevos dueños, y hacer pasar a mi amiga por lo mismo que yo al estar sin ella que es tan buena compañera.
Si yo estaba ocupada haciendo algo y no estaba atenta a su horario de salida para llevarla a hacer sus necesidades, ella iba y se echaba sentada sobre sus patas traseras, a contemplarme fijamente, como en la foto, pareciendo decirme: ¡Oye, dale que no aguanto más! Era imposible no notar esta mirada fija que parece tocar, advertir y suplicar.
La cadena que le colocaba para sus paseos estaba siempre colgada en la cerca del patio, y si por alguna casualidad la tocaba sin querer y hacía el ruido que ya ella reconocía, corría y brincaba de contenta creyendo que la iba a sacar, o si le decía "pasear", era suficiente para que le entrara un arrebato de locura y se volviera un ciclón con pelos.
Era mi compañera durante los desayunos en solitario. Yo sentada en la mesa inmersa en los pensamientos, y ella al lado mirando fijamente a ver si le daba una masita de pan mojada en leche.
A mi esposo y a mi, nos gustaba ver películas acostados en el piso sobre una manta, con almohadas y todo, de frente a la tele de la sala. Allá iba ella cuando veía el trajín de los preparativos antes de la función, y se sentaba a contemplarnos, luego esperaba que ya estuviéramos allí tirados y daba unos pasitos más, acercándose, en espera de que le dijéramos "ven" y entonces era que se metía en el medio, entre los dos, estirada completamente, incluyendo el hocico, y metiendo debajo suyo las paticas como un gigante salchichón, para darnos su fuerte calor y a recibir nuestras caricias. No se atrevía a entrar a esa área nuestra sin autorización .
Si tenía que limpiar y no quería que nada me entorpeciera, incluso ella, le decía "¡cesta!" Y allá corría a meterse en su gran cesta de mimbre haciéndose un rollito hasta que yo dijera "vamos", "ven" "pasear", o "cadena" y entonces era que salía de su estado casi de hibernación en el que podía permanecer todo el día en espera de la voz de mando. Aunque reconozco lo manipuladora y actriz dramática que pudo ser en ocasiones para lograr atención y mimos, se que es muy buena perra, excelente mascota y compañera.
Le echamos mucho de menos, sobretodo yo, que era con la que más tiempo del día estaba cuando todos se iban a trabajar o a la escuela y yo me quedaba en casa es mis quehaceres habituales acompañada sólo por ella. Si me veía cantando y le dedicaba a ella alguna estrofa, brincaba como loca y hacía como si quisiera cantar también. Aunque he leído que los perros hacen así cuando les molesta el ruido. ¿Será que no le gustaba mi voz? Bueno, eso es otro tema.
Cuando el terremoto del 27 de febrero del 2010, se asustó y nos asustamos tanto, que estuvimos casi dos meses durmiendo en la planta baja y ella con nosotros, pues temíamos que si habían réplicas pudiera asustarse en la desesperación y dañarse, o caerle algo encima.
Hoy, aún, vive en casa de esa amiga que la acogió como miembro de su familia. Ve junto a ellos los juegos de football del equipo favorito, o del equipo de " La roja de Chile", los ha acompañado sin separarse de al lado de sus camas cuando han estado enfermos y quizás hasta les vaya detrás en busca de un pedacito de algo de lo que estén comiendo, como lo hacía conmigo. Pienso mucho en ella y la extraño, pero sé que está bien y que no pudimos dejarla en mejores manos.
Acá en el edificio en que vivimos no aceptan mascotas, así nos lo hicieron saber cuando firmamos el contrato de arrendamiento. Si tengo una casa con patio tendré otra mascota para amarla como amé a Tina. 
Respetemos y amemos a los animales, ellos llegan a ser muy importantes en nuestras vidas.

sábado, 17 de octubre de 2015

"Hablando como los locos".



"Hablando como los locos".

¿Se han fijado los cambios de tema que puede tener una conversación telefónica? En Cuba tenemos una frase para eso. Cuando estamos hablando con alguien y queremos cambiar de argumento, decimos: “¡Y hablando como los locos…!” Encadenamos así una nueva idea que queramos expresar a la anterior, ésta a otra que puede ser muy distinta, y así sucesivamente podemos estar conversando horas.
No importa qué momento sea del día cuando quiero saber de mis hijos. Al pequeño le dejo mensajes por whatsapp: ¿Desayuno?, ¿Almuerzo?, ¿Trabajas?, por si quiere llegarse a compartir con nosotros aprovechando la cercanía de su departamento al nuestro; hablar de todo un poco y hacer chistes, o simplemente para saber de él.
Con el mayor hago lo mismo, pero como es ingeniero en redes y ahora trabaja de noche, en el día no lo molesto pues sé que es su horario de sueño. Entonces, cuando ya sé que está en el trabajo, le dejo un mensaje en el celular para que él luego me conteste cuando tenga un chance, o tenga el descanso. Hoy tuve la suerte que me contestara casi de inmediato, iban a ser las cuatro de la mañana, y después de preguntar por su salud, y ponerme al día en los nuevos acontecimientos ocurridos en su vida en las últimas horas, conversamos de la familia que aún nos queda en Cuba y de la que tenía novedades que hacerle saber.
Una cosa llevó a la otra y nos sorprendimos tocando el tema de las “viejas asesinas”, las que tienen demasiada edad para ir al volante y aprietan el acelerador en vez del freno; siendo el peligro de los animales callejeros, en especial los perros, pues los gatos corren mejor suerte al tener la habilidad de treparse a los árboles y huir del peligro.
Seguimos hablando, mientras yo escuchaba la radio, y le recomendé oír una canción de Andrea Bocelli que interpreta a dúo con la cantante portuguesa Dulce Pontes y se titula: “O mare e tu”. Tiene unos cuantos años de grabada pero es hermosa y ciertamente tiene un aire de pena y la sensación de estar temiendo separarse de la persona amada, mientras se contempla el mar azul en calma.
Después le adjunté una foto muy linda de un árbol gigante que hay frente al “Baptist Kendall Hospital”, tomada el martes después del aguacero, justo cuando pasábamos por ahí y nos percatamos que alrededor del tronco se encontraban innumerables garzas blancas que daban el aspecto de haberse caído del enorme árbol como frutos maduros. En realidad creemos que hayan estado buscando lombrices aprovechando la suavidad de la tierra a consecuencia de la lluvia. Cierto es que no empleé la palabra lombriz, sino gusanito, y de ahí devino el recuerdo del libro “Salaciones del Reader´s Indigest y otros relatos”, de Marcos Behmara, que leímos hace años, y el nombre del personaje de uno de sus relatos, llamado Gus Anito, quien murió accidentalmente después de lanzarse al río con una rueda de locomotora amarrada a su cuello. Entre otras muertes fortuitas que el escritor narra en ésta magnífica obra, está la ocurrida por ahorcamiento; posterior a meterse dos tiros en la cabeza, de otro de sus personajes. Además de la caída de un señor de la raza negra sobre el puño de un hombre blanco y éste último quedó con los dedos fracturados, por lo que el negro fue llevado a cumplir condena por daños. Luego nos quedamos hablando un poco más del libro que fue una de las tantas cosas que perdí con la partida de Cuba. Lo considerábamos una reliquia, acordándonos también que fue rescatado del baño de un vecino, un día que fui a su casa y le pedí permiso para usarlo. Cuál sería mi sorpresa cuando vi que tenía un libro sobre la taza del inodoro para ser usado como papel sanitario. Era mucha la necesidad del papel higiénico en esa casa como en otras, pero tenía que salvar ese ejemplar. Le propuse hacer cambio por varias revistas que tenía en casa y recuperar aquel que carecía ya de algunas hojas. El libro fue leído por todos y siempre, al releerlo, encontrábamos más atrayente y divertida aquella forma de humor negro de ese maestro inigualable de la comedia cubana. Quien fuera también guionista del extinto programa televisivo “Detrás de la fachada”. Mi hijo me prometió buscarlo por Amazon o donde lo pudiera localizar, y comprar uno para regalármelo. Estuvimos así, hablando como los locos, casi una hora. Nos despedimos. El fue a hacerse un café y yo a escribir ésta anécdota.

lunes, 12 de octubre de 2015

Yo quiero que seas tú.

Yo quiero que seas tú



Yo quiero que seas tú quien me lo diga,
que ese Dios es real y que nos mira,
que lo malo no es, que es mentira.
y que después de este vendrá un mejor día.
Yo quiero que seas tú quien me lo diga.

Que me amarás por siempre,
como fui, como soy, como seré.
Y que la hoja de otoño que cayó del tallo,
donde se sentía segura y sostenida,
no está perdida,
que otras vendrán después
a hacerle compañía
en el andar inseguro
que le espera por la vida.
Yo quiero que seas tú quien me lo diga.

Que volverán mis calles a reír,
aquellas que nos vieron truncar la vida que empezamos,
que allí estaremos para verlas renacer.
y besarnos como la primera vez.
Yo quiero que seas tú quien me lo digas.

Y que la muerte es vida también, pero de otra manera.
Que nuestros hijos crecieron y aún así,
estarán por siempre a nuestro lado.
¡Yo quiero que seas tú quien me lo digas!

Porque creo en tus palabras
y en tus manos que me abrigan,
porque me haces creer que es posible todo
y que me cuidas,
y que el amor está al doblar de cada esquina.

Que la violencia es ficción, que está en la tele,
y que podemos apagarla, y amarnos.
Porque el miedo vuela asustado con la sutil caricia.
¡Yo quiero que seas tú quien me lo digas!
Para dormir, aunque sea por hoy,

un poco más tranquila.

sábado, 10 de octubre de 2015

Amor idealizado.

                          Amor idealizado


No importa que no estés.
Tú siempre estás conmigo,
amor idealizado.
Eres parte real,
una parte inventada
y otra aún no pensada.
Puedo verte venir
advertirte entre las gente,
como una huella en la pupila,
y tú no lo sabes.
Eres mi paraíso terrenal y propio,
sin curiosos.
Eres el sol, de izquierda a derecha en mi ventana,
que viene desde el mar después de acariciarlo.
y se posa en mi taza de café por las mañanas.
Mi serendipia, en ocasiones, y otras tantas calculadas.
Pero siempre con tu inefable presencia.
Si estuviera dentro de ti, como lo estas dentro de mí.
Amor idealizado.
Sabría donde asirme, para que me amaras de la misma manera:
A la célula de un beso, al suspiro de tu alma.
Al fulgor de tu deseo, o a tu calma.
Manejarte desde allí a mis antojos, con mis propios hilos.
Por eso sé que nunca me amarás de igual manera.
¡Amor idealizado!
Has estado conmigo.
Y no estás, y estas siempre conmigo.
En todo lo que hago y pienso, o razono.
Y te vas cuando quiero, y cuando quiero vuelves.
Eres terrenal y no, palpable y etéreo.
Pequeño como el puño de tu mano, o tus dedos.
O gigante como tu sonrisa.
Siempre serás mío.
Y no lo sabes.
Mi amor idealizado.

Autoría y derechos: Marta Requeiro.

domingo, 4 de octubre de 2015

Mujer.

Mujer


Mujer: tan suave y
tan guerrera
tan libre, tan casera,
tan dueña, y tan urbana.

Tan madre, tan hermana
tan dócil, tan esclava,
tan hija, tan esposa.

Tan severa y piadosa,
espontánea y sensata,
alocada y lograda.

Tan medrosa y confiada.
Tan sociable, tan esquiva,
tan altiva.
Tan de todo un poco, y mucho.
Permitidamente mujer.

Autoría y derechos: Marta Requeiro.

"El pólski de Charlie". Cuento. (Segunda parte y final).

" El pólski de Charlie".
(Segunda parte y final)


Cuando nació el primer nieto de mi prima hermana que vive en Camajuaní, Las Villas, ella estaba tan contenta con el advenimiento de la criatura que nos invitó a participar con ellos de una gran fiesta que daría, donde estaría reunida toda la parentela nuestra de ese lado de la isla. Yo quería ir a verlos para compartir la alegría por la llegada del nuevo miembro familiar, y porque  por lo lejos y conflictivo del transporte hacia allá, casi nunca podía y hacía mucho no los veía.  Le dije a mi esposo que hablara con Carlitos para que nos llevara, y cuando el atento vecino supo que la cosa era de fiesta, de lechón asado y diversión, canceló los compromisos y acordó llevarnos.
Partimos de casa el fin de semana siguiente, con la fresca de la mañana, en un viaje previsto de seis horas, para un auto normal, pero en el destartalado carrito, no sabíamos cuánto demoraría, era una insegura aventura que por ese hecho se convertía en excitante. Incluimos a los niños para viajar sin la preocupación de que dejaba a mi madre al cuidado de esas dos bolas de humo, y porque  además disfrutaríamos mucho estar con ellos.
A mí me tocó ir en la parte de atrás con ellos dos, en el medio, justo en la unión del asiento, pasadas unas horas no me sentía las nalgas. Me acomodaba de un lado y del otro;  pero el amasijo de la soldadura se sentía como una tortura por sobre el siento, carente ya del adecuado relleno. Había un calor insoportable, íbamos con las ventanillas bajas, y los niños discutían tirándose manotazos y dándose pellizcos por sobre mí, cada uno había querido una ventanilla para ir mirando el paisaje pero era lo menos que hacían. Yo trataba de bloquear en mi mente la situación tortuosa y pensaba a cada minuto que pasaba, que era un minuto menos en la cuenta regresiva para llegar a nuestro destino. Delante iban: el amigo chofer y mi esposo, conversando de asuntos sin importancia y planeando comprar unas cervezas Molson, canadienses, que en ese entonces se conseguían en Cuba y que eran las preferidas del marido de mi prima.
Íbamos pasando el puente Bacunayagua, obra considerada por los entendidos como una maravilla de la ingeniería civil cubana de todos los tiempos (es el puente más largo y más alto de Cuba con una longitud de 314 metros y una altura de 110 construida entre 1956 y 1960); cuando sentimos una explosión, el auto se tambaleó y se movió tan ligero como una hoja, debido a los fuertes vientos que cruzan el puente a esa altura, con suerte se los estoy contando; grité del susto y me abracé a los niños formando un amasijo cerré los ojos y me encomendé a Dios hasta que el auto dejó de sacudirse. Bajamos temblorosos a ver qué había pasado, y nos percatamos de estar ubicados en sentido contrario en el medio de la vía. Se había ponchado una de las gomas delanteras y la llanta había dejado un surco negro en el pavimento. De la goma rota: sólo unas pequeñas tiras, el resto presuntamente cayó del puente hacia abajo, imposibilitando divisarla a esa altura. Me dediqué a sostener los críos de la mano haciendo un esfuerzo por caminar en contra de la ventolera y por avanzar en dirección al inicio del elevado, aún con las piernas temblorosas por el mal rato. Estábamos tan altos que los pájaros volaban muy por debajo del puente y las palmas reales parecían minúsculas tallos. Tuve un miedo terrible y apuré el paso para salir de ahí.
_ Nos salvamos en tablitas- dijo Charlie, a la par que le pedía a mi esposo lo ayudara a empujar el carro hacia El Mirador de Bacunayagua, que queda a la entrada de la majestuosa plataforma de concreto, donde podrían colocar la goma de repuesto. Con mucho trabajo arrastraron el auto hasta allí.
El mirador es un lugar hermoso con muchas ofertas turísticas y ofrece una vista panorámica del lugar. Charlie colocó la goma de repuesto que estaba menos mala que la primera, quizás con dos pinchazos menos, y aprovechando que ya casi era la hora del almuerzo, y que los niños no querían volverse a montar en la peligrosa catana, decidimos quedarnos un rato más dispuestos a comer en uno de los restaurantes rústicos con techos de guano, y degustar los exquisitos platos pero sobretodo la estelar y tradicional bebida: Piña Colada, que tenía fama por su exquisitez, en ese sitio.
Después de almorzar, hicimos una sobremesa sentados cerca de la barra donde los niños y Charlie tomaban jugos y nosotros terminábamos el trago. Y nos entretuvimos viendo a un barman-mago que cortaba un plátano a través de la cáscara y luego resultaba intacto. Por mucho que le pedimos repetir el show no adivinamos el truco. Partimos cayendo la tarde y por suerte, aunque me tocó el mismo lugar en el asiento trasero; ésta vez los, aparentemente, incansables se durmieron y llegamos anocheciendo y sin más contratiempos a la casa familiar.
Celebramos al día siguiente la llegada de la nueva criatura, que nació esa misma noche pareciendo que sólo esperaba nuestro arribo. Al día siguiente ayudé a preparar la deliciosa cena donde no faltaron las Molson; pero mucho menos las frituras de ñame y de maíz que sólo mi tía Bertha sabía hacer, y que acompañaban el congrí desgranado cubierto por masitas de puerco fritas, que el tío Pipo traía desde el patio, sacadas de una cazuela de hierro que estaba sobre el carbón.
En la corta visita de un par de días resultaron resueltas dos gomas de uso para el auto, mucho mejor que cualquiera de las que tenía, y que vaticinaban un regreso más seguro. Su dueño hizo el cambalache acostumbrado a falta de las cuatro nuevas y las fue colocando, según su expertise, donde mejor sirvieran: estas pa´cá y aquellas pa´llá, como de costumbre. Y salimos, hacia La Habana, de regreso a casa con las programadas seis horas de viaje por hacer, y fui sentada en el incómodo lugar en que vine, y que al parecer ya me pertenecía.

Anécdotas miles tenemos con el carrito de Carlitos, pero éstas eran las más memorables. Así recordamos a nuestro amigo que ya es abuelo de una hermosa niña. A su hija la dejamos de ver cuando tenía cinco años y cantaba con un lenguaje enredado el tema de la novela “Café con aroma de Mujer” que se ponía en la televisión Cubana. El tiempo y la vida hicieron lo demás, pero aún están en nuestras memorias.

Fin.

Autora: Marta Requeiro.
Derechos reservados: Marta Requeiro.

sábado, 3 de octubre de 2015

"El pólski de Charlie". Cuento. (Primera parte de dos.)

"El polski de Charlie"




Mis hijos, como la mayoría de los niños del barrio, tenían horarios de estudio individual después de la comida y antes de ir a la cama. Los ayudaba en sus tareas, haciendo maquetas, trabajos de historia sacando recortes de revistas o periódicos y, en la asignatura de español, a escribir cuentos que después resultaba una sensación entre sus pares. Mi madre también jugaba un papel importante y de mucha ayuda en su educación, siempre se ofrecía a ayudarlos en lo que fuera necesario.
El hábito de estudio se formó, y el interés de optar por una buena carrera universitaria se hizo latente. El mayor de los dos obtuvo la puntuación necesarias para ingresar al Instituto Preuniversitario de Ciencias Exactas “Vladimir Ilich Lenin”, más conocido como “la Lenin”, institución a la que entraban los alumnos que terminaban de cursar la Enseñanza Secundaria Básica, debiendo antes pasar unas pruebas rigurosas de ingreso en las asignaturas: Matemática, Español e Historia, y en las que debía obtener altas calificaciones.
Era la primera vez que se alejaba de casa. Para mí era muy difícil vernos sentados a la mesa, y que él no estuviera. Sobre todo en las tardes le echaba mucho de menos, ya no escuchaba la música que tanto le gustaba poner y que siempre debía pedirle que bajara, amplió mi gusto musical. Ya extrañaba oír a Ozzy Osbourne, Dire Straits, Metallica. Los fines de semana cuando venía de pase a la casa era motivo de alegría, y tratábamos de recuperar el tiempo perdido con comidas ricas y mucha conversación.
Estábamos orgullosos de él y de su esfuerzo, aún así debía cumplir con un riguroso reglamento para poder continuar en el plantel. Los pases a la casa eran de Viernes a Domingo, y éste último día entraba nuevamente al centro educacional en la tarde. Si enfermaba o por problemas de transporte no llegaba en tiempo al punto de donde partían los buses hacia la escuela, teníamos que llevarlo por nuestra cuenta y como no teníamos auto, era imprescindible la ayuda de un amigo, Carlitos; que ponía su “polaquito”, el Fiat Pòlski 126p de color azul, a disposición  nuestra para llevar el niño hasta la puerta de la escuela, a más tardar, el Lunes bien temprano y evitar incumplimientos; entonces mi primogénito tenía una noche más para mejorar de su enfermedad, con mis cuidados, un suculento desayuno en casa, así como unas horas más con nosotros, y nosotros con él.
Alrededor del año 1996, en pleno Período Especial, los autos de cualquier tipo sufrían también la situación de la falta de repuestos. A Carlitos le era igual de difícil conseguirlos para su pólski, aún con la ayuda de nosotros, no podía mantenerlo, y tenía que acudir al ingenio para rebasar las dificultades. Rotaba las ruedas hasta dejarlas de la mejor manera posible, o ponían entre la cámara y la goma, mil veces reparada, cualquier material que las hiciera más resistentes a un pinchazo, ya fuera un cartón o un pedazo de tela de mezclilla.
Las calles cada vez más malas, llenas de baches, hacían que en cualquier momento se reventara un neumático y quedáramos a mitad de camino. Así y todo el vecino generoso se brindaba a socorrernos cuando lo necesitamos con la mayor premura, y por suerte el autico nunca nos dejó botados, siempre se portó a la altura de su dueño.
El dólar estaba despenalizado desde el 93, el asunto era conseguirlo. Si se empleaba el salario medio percibido en ese entonces en comprarlo, éste sólo alcanzaba para adquirir cerca de diez, que muy fácil se iban en un par de pollos. El que trabajara en el turismo tenía la ventaja de aceptar propinas, siempre a espalda de los jefes, y recibir una “jabitas” con artículos de primera necesidad una vez al mes. O los que tenían paladares o negocios particulares que cobraran en divisa,  haciendo superior su calidad de vida a la del común de los ciudadanos cubanos, y eso que siempre nos dijeron que no había clases sociales en el comunismo: ya hacía mucho empezaban a evidenciarse. Nosotros alquilábamos a turistas una habitación de la casa de forma clandestina, no siempre pues no podía ser a cualquier extranjero, debía parecer cubano para no levantar sospechas, y si lo hacíamos a algún italiano por su aspecto latino, le decíamos de antemano que no hablara con nadie del barrio, ni saludara. Aunque sabíamos que los vecinos no eran bobos, al menos quedaba el beneficio de la duda. Nos aprovechábamos de esa ventaja para poseer la divisa y darle a Charlie, como también le llamábamos cariñosamente, unos dólares para compensarlo por su ayuda siempre desinteresada y en el momento preciso.
Una vez se nos ocurrió comprar dos piernas de puerco, adobarlas e irnos al hotel “Escaleras de Jaruco”, del que habíamos escuchado hablar hacía tiempo. Llegar allá y buscar la forma de cocinarlas; una locura de tantas que se nos ocurría. Íbamos conscientes que de seguro había que sacrificar algunos dólares más para lograr el objetivo y por último, si no lo lográbamos, nos montaríamos un camping por la zona. Cupimos en el auto del atento vecino, que ya era parte de la familia: mi esposo, los dos niños, los bultos y juguetes, casi medio puerco y yo.
Era invierno, salimos temprano ,después del deayuno, y al llegar al hotel vimos que estaba en reparación, lejos de creer que eso nos jugaba en contra, lo vimos como una ventaja. No queríamos regresar y declararnos vencidos. Buscamos a alguien encargado y le dijimos que si podíamos alquilar a una habitación, que veníamos de lejos y cansados. En realidad el pretexto pareció convencerlo y no lo dudó al ver tantos matules, entre ellos los pertenecientes a la futura cena que ya delataba por el olor. Durante el trayecto nos vimos atraídos por el paisaje y sentimos la necesidad de disfrutar al máximo del panorama exquisito y natural de la zona de Mayabeque.
El propio hotel está situado en un lugar elevado y por sus alrededores se aprecia una tupida vegetación de belleza única, cuevas sorprendentes y fauna de gran diversidad, donde se encuentran algunas especies endémicas de Cuba y del Occidente del país.
Le ofrecimos al recepcionista unos dólares por encima del pago en moneda nacional, que fue irrisorio. Los guardó con cautela y nos entregaron dos habitaciones: una para el vecino, que iría contento de vuelta a buscar su esposa e hija, y otra para nosotros cuatro; ambas en la planta baja, cerca del restaurante que también estaba en desuso pero lucía las mesas vestidas con manteles color crema y un ligero glamour. 
Como el hotel estaba cerrado al público, éramos los únicos huéspedes. Las habitaciones con que contábamos no tenían agua, pero eso no fue impedimento para cargarla en baldes, o cubos, a la hora del baño, que fue bien tarde ese día. Para el resto de las necesidades ocupamos los baños del recibidor que estaban en perfecto funcionamiento para los trabajadores de realizaban la remodelación, y además quedaban accesibles al área recreacional alrededor de la piscina.
Había muy pocos trabajadores en el establecimiento. El cocinero fue el próximo conquistado pues las piernas de puerco aún esperaban metidas en su adobo en dos tambuchos con tapa y dentro de dos grandes bolsos tipo gusanos. Dado el relax de la coyuntura, él accedió sin mayores complicaciones, posterior a ser invitado a compartir con nosotros. Nos auxilió y nos prestó para el asado, un quincho que había cerca de la piscina, que a propósito estaba sin agua y sirvió para que los muchachos jugaran bajo nuestra supervisión. El hotel, en ése estado, resultó ser la versión cubana de “El resplandor”, pero sin crímenes y con mucha gozadera. Estuvimos dos días y una noche. Mis hijos se recuerdan, aún siendo hombres, de lo lindo del lugar y lo bien que la pasaron, y de cómo podían meterse en cualquier parte del edificio como si fuera su propia casa.
Ya que en la tarde en espera del apetitoso cerdo, que pronosticaba su delicioso sabor con el olor que despedía, Charlie se recostó en una de las sillas reclinables del área de recreo y dijo:
 _ ¡Qué vacilón! ¡Qué vida más sana, y que aire más puro!
Mientras mi esposo se ocupaba del horneado, algo de lo que no se le podía privar, la esposa de Charlie y yo caminábamos por los alrededores, conversando, y le echándoles una ojeada a los muchachos que se nos perdían y volvían a aparecer en incesantes carreras. Cuando la carne estuvo lista invitamos a comer a los aún más escasos trabajadores del hotel a esa hora de la noche. Uno de ellos nos hizo señas que esperáramos y apareció luego de unos minutos con una guitarra; de antemano se escucharon los aplausos de sus compañeros vaticinando lo divertido de la velada. El cocinero hizo un donativo de una olla con papas hervidas que sirvieron de guarnición al cerdo. Seríamos quince en total, realmente quedó todo exquisito y con show de boleros incluido que envolvían la actividad en una mágica atmósfera.
Cuando los niños empezaron a ser vencidos por el sueño, dimos por terminada la función, y nos dirigimos a las habitaciones. No había cortinas en los ventanales panorámicos de éstas, y desde ellos se apreciaba una privilegiada vista del lugar favorecida por la altura del hotel y la luz de una resplandeciente luna llena, que ya había despedido al sol hacía unas horas, para quedarse como única protagonista y reina de la noche acompañada por el canto de los grillos. Al día siguiente salimos a recorrer la zona, después de un sencillo desayuno de leche, café, y pan, en el comedor del hotel, y aprovechamos después la cercanía para ir a almorzar al restaurante “El Árabe”, a pasos de allí.

En la tarde cuando decidimos el regreso a casa, primero Charlie se llevó a la esposa con los niños, y Luis y yo nos quedamos un rato más caminando y contemplando el hermoso paisaje bañado por los rayos del sol de la tarde, esperando el regreso del vecino que vendría por nosotros.

Mis manos. (Cuba/1999)

Mis manos


Mis manos tienen ansiedad de ti,
de acariciarte.
Le buscan sentido a la existencia
ocupadas en todo.
Como si quisieran espantar el tiempo,
el que no transcurre,
y ha quedado posado en las paredes,
y en los rincones
con tus recuerdos.

Repasan superficies
quitando el polvo caído
en los objetos olvidados,
durante esos días,
en que sólo se encargaban de acariciar
la anatomía ardiente de tu cuerpo.

Siempre están atareadas mis manos,
pero nunca alegres desde que te fuiste.
Se sienten solas.
Todo lo hacen en contra de mi voluntad.
Encargadas de mis cosas, de mi aspecto
y de una inútil comida que apenas logro probar.

Buscan en la radio melodías para que escuche,
pero éstas te devuelven a mi
en una nube impalpable…
Mientras ellas esperan un poco más,
para luego arrastrarme a esos tontos caprichos
de orden y limpieza.
Descorren las cortinas
para que el optimista sol penetre,
el mismo que me recuerda
que he pasado un día más sin ti.

Conmigo ellas, mis eternas compañeras,
intuyendo lo que sé, y no me atrevo a decirles:
¡que vas a demorar!

Se parecen a mi madre,
haciendo lo posible por complacerme
cuando menos lo quiero.
¡Si supieran!
Sólo abrirían la ventana para mirar
la senda por donde un día te veré llegar.

Autoría y derechos: Marta Requeiro.