martes, 31 de mayo de 2016

Nadie sabe.


Nadie sabe.





Nadie sabe que no vivo
pues respiro.
Nadie sabe lo que siento
porque aguanto.
Nadie sabe lo que lloro
porque río.
Nadie sabe lo que dueles
porque canto.
Nadie sabe mis desvelos
porque sueño.
Nadie sabe mis carencias
porque abasto.
Nadie sabe mis deseos
porque beso.
Nadie sabe lo que hieres
porque olvido.
Nadie sabe todavía
que te espero.


Autoría y derechos:
Marta Requeiro.

lunes, 30 de mayo de 2016

Milton Hershey, Cuba y el barrio donde crecí.

Milton Hershey, Cuba y el barrio donde crecí.





De pequeña me asustaba el pitazo de la locomotora avisando su acercamiento. No importaba si iba o venía, al pasar por frente a nuestra casa yo corría a esconderme detrás de un mueble, o de mi madre. No vivíamos en un pueblo de campo literalmente dicho pero el tren estuvo siempre ligado a nuestras vidas perturbando con sus estrepitosos bocinazos la vida apacible que allí se disfrutaba.
Nadie me habló nunca de Milton Hershey, al menos nunca escuché de él en la escuela. Los programas educativos de la época no incluían en su contenido la vida de ese empresario norteamericano y su origen humilde; las particularidades de su carácter inderrotable que lo hacían convertir cada error en un obstáculo a superar. El aspecto filantrópico de su personalidad; qué había tenido en común con nuestra isla y casualmente con el barrio en el que me crié. Lo que conozco hoy lo he aprendido leyendo artículos sobre su vida en internet.
Cómo poder hablar positivamente de lo proveniente del imperio después de triunfar La Revolución. Ni siguiera alguien mencionó que Hershey era un apellido, y la razón por la que hoy un espectral pueblo y un central en desuso son conocidos con ese nombre a pesar de no ser el oficial.
Siempre me han gustado los chocolates, amargos o dulces, y recuerdo con especial nostalgia aquellos que comía en Cuba, cuando pequeña, los que llamábamos "Puntillitas”. Venían en unas bolsas de nylon transparente y en su interior varias bolsitas más, que dividían en porciones su contenido. Dada la predilección que profesaba hacia ellos, podía vaciarme una de ellas enteramente en la boca.
Ya con el tiempo, a medida que fue arraigándose y enraizándose la Revolución Cubana en cada poro del país, nacionalizando industrias y cambiando sus nombres por el de los héroes patrios, esas delicatessen se fueron perdiendo. Quedando en el recuerdo de los que eran niños en ése entonces o los que nacimos poco tiempo después de 1959, y alcanzamos a disfrutarlas antes que se extinguieran definitivamente. Hoy las evocamos como un fantasma de la otrora época refulgente.
Dos tipos de trenes pasaban diariamente, varias veces al día, y con horarios regulares por el Reparto Antonio Guiteras, al este de La Habana. Específicamente frente a mi portal; el que estaba separado de la línea por el jardín, la calle y un terreno de menos de seis metros.
El recorrido de éstos trenes: el de carga y el de pasajeros; era entre la provincia de Matanzas y Casablanca, pueblo costero al lado de la Bahía de La Habana, o saliendo de éste astillero costero y regresando nuevamente a la ciudad de los puentes Así sucesivamente en cada vuelta, varias veces al día.
De ellos, el de carga era el que más llamaba mi atención por su longitud. Como un ciempiés pasaba con su fila interminable de carros llenos de caña cortada proveniente del puerto, llevando por destino el central. Para luego regresar con el azúcar, o los productos del tallo vegetal, en las entrañas de sus vagones de regreso al astillero.
La estruendosa bocina de la locomotora que acarreaba la carga pesada, me hacía correr a esconderme mientras sentía estremecerse todo al paso del pesado convoy: Los cuadros temblar en la pared y los vasos sonar en la vitrina. Así transcurrió la niñez mientras esto sucedía formando parte de mis días sin hacer preguntas por resultarme cotidiano. Tampoco podía enlazar mi predilección por aquellos chocolates con el origen del tren o el contenido que llevaron aquellos carros antes del 59.
No fue sino después, ya viviendo fuera de Cuba, que pregunté cuando vi en una tableta del cacao procesado escrita la palabra Hershey, fue como tener un Déjá vu. De inmediato lo asocié con el nombre de uno de los tantos paraderos en el que el tren de pasajeros se detenía cuando íbamos con destino a Matanzas, teniendo como objetivo final llegar a Varadero.
Ahí reafirmé entonces que hay muchas cosas en la vida que están unidas por la pasión. No hace falta coincidir en espacio y tiempo para estar enlazado por éste sentimiento.
Cuando el estadounidense Milton Hershey nació en 1857, en Pennsylvania, no pensó que sería el fabricante de chocolates más prestigioso del mundo. Fundador de “The Hershey Chocolate Company”, la fábrica más antigua dedicada a la producción del cacao, y un ícono actual de los Estados Unidos.
Tampoco pensó tener algún vínculo con Cuba; quizás, de hecho, la desconocía. Tal como yo de niña que no sabía de su existencia, ni de la huella que había dejado en mi entorno su trabajo apasionado. Sin embargo pude disfrutar de los chocolates provenientes de su afamada compañía en un corto período de tiempo, y contemplar el paisaje mientras me beneficiaba del transporte ferroviario que heredamos de él.
Milton dejó los estudios definitivamente en 1871 para trabajar como ayudante en una imprenta. Fue expulsado, casi de inmediato, por no estar atendiendo y haber dejado caer accidentalmente su sombreo en una de las máquinas de impresión.
Su madre y una hermana de ésta, idearon mandarlo de inmediato como aprendiz a la confitería del condado de Lancaster. En los próximos cuatro años aprendió todas las técnicas relacionadas con el oficio y en 1876, sin haber cumplido los dieciocho años, fundaría su propia tienda de dulces en Filadelfia, la que fracasó seis años más tarde. Intentó de nuevo salir adelante con la producción de caramelos en New York y Chicago pero no tuvo éxito.
Volvió a su ciudad natal, en 1883, instaurando la “Lancaster Caramel Company” con dinero que pidió prestado al banco. Empezó a usar leche para elaborar los caramelos, obteniendo un resultado exitoso. Se dio cuenta que la mejor manera de venderlos era por cantidades. En una ocasión un turista inglés probó los productos Hershey y encargó el traslado de una gran cantidad a su país de origen. Al comenzar su producto a mencionarse y a triunfar internacionalmente se volvió fiable para el banco que le había hecho el préstamo y pudo entonces contar con dinero extra
siempre a mano cuando lo necesitaba para comprar nuevas maquinarias y materia prima.
En 1884 fundó la “Hershey Chocolate Company”, al lado de la fábrica Lancaster. En 1900 compró terrenos para tener ganado que le propiciaron la leche fresca para sus productos, y en ese mismo año se fabrica la primera barra de chocolate elaborado con su apellido. En 1907 salen a la luz los Kisses de chocolate, y la primera tableta con almendra en 1908. Productos todos pensados, en un inicio, en el gusto del pueblo americano.
Entre 1940 y 1945 produjo más de tres mil millones de la barra diaria “Ration D.” que servían de suplemento nutricional para los soldados americanos en el frente durante la segunda guerra mundial. Aunque en 1939 la fábrica ya era capaz de producir cien mil barras de dicho suplemento al día, no fue hasta al finales de la guerra que la producción de éstas dejaba ganancias de veinticuatro millones de dólares a la semana.
Cuando Cuba se convierte en el primer país productor de azúcar del mundo los centros de producción azucarera ya estaban ubicados en zonas rurales en las que se destinaban grandes extensiones de tierra al cultivo y cosecha de la caña. De éste sector económico dependía el empleo directo de la mayor parte de la población cubana con posibilidades laborales. La necesidad de una población concentrada en esas áreas para desempeñar el trabajo continuo de las grandes fábricas hizo pensar a los grupos administrativos en crear condiciones para el establecimiento de sus trabajadores en ellas.
Esos territorios se convirtieron con el tiempo en lugares capaces de asimilar población, lo que en un inicio fuera simple garantía de alojamiento, ahora daba soporte y asentamiento estable a muchas familias, cuya razón principal de existencia estaba vinculada al proceso de producción industrial de la caña de azúcar.
Milton siente la necesidad de buscar un endulzante de mayor calidad porque hasta entonces había estado empleando en la producción de sus dulces el azúcar de remolacha proveniente de Europa, la que empezó a escasear desde la primera guerra mundial. Se motiva a crear un vínculo con la isla dada la insuficiencia de azúcar para sus ya afamados chocolates y sabiendo de la notoriedad del producto de la caña cubana viaja hasta allá para explorar. Queda enamorado a primera vista de Cuba, de su clima, llegándola a llamar “La tierra de la eterna primavera”. Después de recorrer el país por varios meses decide asentarse en la zona de Santa Cruz del Norte (actualmente provincia de Mayabeque) y compra en 1916 los terrenos donde construiría más tarde su imperio.
Hershey funda, en 1917, un central bautizado con su apellido. Construye en los alrededores un batey basándose en las experiencias adquiridas en su natal Pennsylvania donde ya también había fundado una ciudad a partir del criterio urbanístico de “Pueblo Modelo” que tuvo auge a finales del siglo XIX, y cuyas premisas planteaban una serie de facilidades comunitarias, así como el carácter autosuficiente de estos conjuntos urbano-industriales al interactuar entre sí todos sus factores.
Su obra se convirtió en el más significativo exponente del desarrollo durante el siglo XX en el occidente del país, principalmente en Santa Cruz del Norte, donde la producción azucarera alcanzó a ser la base económica del territorio, generando una capacidad de producción diaria de 650 000 arrobas, ubicándose como la mayor refinería de azúcar del país. Creó otras industrias anexas: una planta de refinado de aceite de maní y girasol, una productora de piensos de harina de maíz, henequén y sus desperdicios para el relleno de colchones y tapicerías.
Lo más novedoso para la época fue la instauración de una planta de generación y trasmisión de energía eléctrica (1200 volt) donde se utilizaba el bagazo para suministrar la que demandaba el central, la refinería, todos los poblados y caseríos que existían a 40 kilómetros a la redonda, y de la que se alimentaba también los tranvías de la ciudad vecina, Matanzas.
Como parte de la estrategia de desarrollo 
en 1922pone en funcionamiento el ferrocarril eléctrico, el que es impulsado por locomotoras entre las que se encontraban las llamadas Cucarachas. Todas pertenecientes al central Hershey y a la Refinería de Santa Cruz del Norte, ingenio donde se producía todo el azúcar que necesitaba la célebre fábrica de chocolates de Pennsylvania en Estados Unidos, que crecía a la par y se hacía cada vez más independiente de la isla.
Adquirió un total de once locomotoras para el transporte de caña, miel de purga, azúcar y carga en general; que se mantuvieron activas por más de ochenta años, con todas las partes y sistemas del diseño original del fabricante.
A éste servicio ferroviario incorporó además el del traslado de pasajeros, uniendo al batey con el costero pueblo de Casa Blanca y las inmediaciones de Matanzas -puntos opuestos. Como el tren pasaba por el valle interior comunicando ambas ciudades, atrajo consigo un positivo vuelco y propició un notable aumento poblacional. Para el año 1930 ya se había construido la totalidad del conjunto.
El empresario fallece en 1945 y en 1946 la “Hershey Chocolate Corp.” vende el Central al industrial cubano Julio Lobo Olavarría, porque ya no necesitaba del azúcar que ahí se producía. Después del triunfo de la revolución, con la expropiación, éste conjunto agroindustrial toma el nombre de “Central Camilo Cienfuegos”, en honor al mártir revolucionario.
En el 2003 fue su última molienda. A partir de ahí se decide el cierre del central azucarero, el desmonte y demolición de edificaciones y espacios industriales. Actualmente se mantiene como muestra de la antigua opulencia lo que fue el primer pueblo modelo construido en el mundo, donde cada manzana y cada cuadra son diferentes.
El poblado se considera una zona urbana de alto valor histórico y cultural por sus construcciones domésticas, civiles y la Iglesia, todavía en pie. La Casa de Carbón, probablemente la más antigua de Latinoamérica, la planta de calderas y la de energía eléctrica están ahí como fantasmas de la historia.
El conjunto de Hershey estaba conformado por cuatro elementos: el central, que sólo se puede recordar a través de las fotos; el batey, que conserva su integridad en más de un 50 por ciento y cada día se deteriora más; el ferrocarril –único tren eléctrico que circula en Cuba ahora con vagones acondicionados para el turismo- y los jardines de Hershey, unos espacios naturales por donde pasa el río Santa Cruz y que son bellos e interesantes a pesar de todo.
Cuando me sentaba a comer aquellos Kisses de chocolates, que pude ver y disfrutar con tal detenimiento que aún están en mi memoria, nunca me detuve a pensaba en la historia que había detrás. Me los comía de a poco, a mordiditas, o simplemente me metía un puñado de ellos en la boca. Tristemente todo ha involucionado en nuestro país.
Lo que pudo erigir un hombre soñador, el cambio histórico que produjo su sueño hecho realidad, el beneficio que aportó su obra y que disfrutaron tantos, hoy sólo es una luz en el recuerdo lo suficientemente clara para ver lo común que hubo entre el emprendedor Milton Hershey, Cuba y mi barrio.

domingo, 29 de mayo de 2016

Mariposas del recuerdo.

                            
                            Mariposas del recuerdo


En estos días callados
donde más siento tu boca,
una mariposa escapa
del cajón de los recuerdos.

¿Vivimos para vernos
o nos vemos para vivir?
La pregunta y la respuesta
se mecen como péndulo
en la disyuntiva consciente.
El ovillo de la pena espera
en el tejido.
Hoy no es un día para recordar.
es un día para beber
en la cuenca de la vida.
Una verdad profana la transparencia
y se escucha el suicidio del tiempo golpear
como gotas en nuestros cuerpos,
como lluvia en el cristal.
Si los sueños se marchitan
habrán nuevos sueños para plantar
en una tierra artificial
y le daremos nombres conocidos
para poderlos nombrar
con nuevas bocas.
Crecerán hasta la altura del aliento
y se les volverán a posar
las mariposas del cajón
de los recuerdos.
Mientras no nos inmutamos
ante el constante suicidio del tiempo,
seguimos sin hallar la respuesta
a esa pregunta
que nos mantiene vivos,
besando.

jueves, 19 de mayo de 2016

Realidades diferentes


Realidades diferentes
Hoy, mi esposo y yo, en la tranquilidad de la casa y mientras preparábamos unas pizzas; recordábamos el tiempo que llevamos juntos y cuánto hemos vivido desde entonces a lo largo de más de 33 años: cosas buenas y otras no tanto. Ahora nuestros hijos son ya unos hombres y a veces estamos días enteros sin verlos por lo agitado de la vida, y nos damos cuenta de cuánto ha pasado el tiempo. Todo lo que batallamos para criarlos y darle lo mejor en Cuba, la única que conocemos, llena de limitaciones y carencias.
Cuando eran pequeños los pañales eran de tela. Había que deschurrarlos primeramente, hervirlos con bicarbonato, alcohol y pedacitos de jabón que guardaba para esos fines y luego los lavaba, la mayoría de los casos a mano. No ponía la lavadora porque ya estaban prácticamente limpios, o porque los apagones no dejaban tregua y, en otros casos, por no haber agua corriente en las llaves para usar adecuadamente la máquina.
Si eran meses de lluvia hacíamos cordeles dentro de la casa para colgarlos. El clima húmedo en estas épocas, no permitía que se secaran con la rapidez que se necesitaba; entonces yo encendía el horno, y cuando estaba bien caliente, lo apagaba y metía dentro una fuente de metal con toda la ropa de ellos que más urgía volver a utilizar.
No existían las secadoras de ropa y mucho menos los pañales desechables que hoy usan las mamás en todo el mundo. Aunque en la isla éstos están en dólares en las tiendas para el turismo y la mayoría de las madres cubanas prefiere comprar comida con la moneda extranjera que resuelven, que comprar dichos pañales.
Mi esposo trabajaba en una empresa turística. Le daban una vez al mes una bolsa de nylon, conocida como La Javita, con diversos productos entre los que por lo general había una botella de aceite, un jabón, un pomo de champú, un paquete de espaguetis, y no pudimos precisar qué más, algunas cosas se van olvidando. Esto era un incentivo que los obligaba a permanecer trabajando en dichos lugares. No les permitían aceptar propinas y trabajaban todos los días de la semana sin conocer cuál sería su día libre y con horarios de más de doce horas. Pero el hecho de saber que a fin de mes les entregaban la javita, ya los hacía sentirse compensados.
Además todos los días, durante la jornada laboral, le daban la misma merienda: un sándwich cubano y una Coca-Cola. Él se conformaba con traerles el refrigerio a los muchachos, quienes estaban expectantes al rededor de la hora acostumbrada de llegada del papá, para sentarse a la mesa, cada uno con un vaso en mano y degustar de la mitad de la ansiada bebida y partir el bocadito en partes iguales.
Recuerdo vívidamente que un día llegó más contento que lo habitual. Venía con su acostumbrado pan y dos laticas del refresco de cola. Un compañero de trabajo le había cedido la de él como un acto solidario, pues no tenía hijos y sabía que mi esposo llevaba diariamente su merienda a los suyos, quienes esperaban gustosos. Ese día no hubo que dividir el contenido de una lata entre los dos infantes. Claramente alcanzaba a una para cada uno.
El más pequeño me dijo:
_ ¿Puedo llevarme la mía para la merienda de la escuela mañana? -Y le contesté que no.
_ ¿Por qué?- preguntó extrañado y a punto de llorar, ya que sabía que el envase intacto que sostenía en sus manos le pertenecía y creía poder hacer con él lo que le diera la gana.
_ No, mi vida, no puedes llevarte eso para la escuela, porque muchos niños no tienen la oportunidad, como tú, de tomarse una Coca-Cola. Puede haber discusiones. Además me da pena con ellos.
Mi hijo no entendía mucho éstas razones, e insistía. Agregó que podía llevarse el refresco en uno de los pomos donde antiguamente tomaba la leche. Más específico: en uno blanco no transparente. Le di un no rotundo, y no se habló más del asunto.
Hacíamos todo lo que estaba a nuestro alcance para que nada les faltara. Un día tomamos el tren eléctrico que va de Casablanca, al este del puerto de La Habana, hasta Matanzas y pasa por un lugar llamado El Nano. Allí llevamos un rollo de papel de techo, que intercambiamos con un campesino del lugar por un chivo. No se podía comercializar carne, así que tuvimos que ser muy cuidadosos para trasladar hasta la casa el animal faenado. En Cuba llega a ser algo heróico poner un plato de comida para cada uno en la mesa, mínimo una vez al día.
Mi trabajo por varios años fue el de Operadora Internacional Telefónica en la empresa ETECSA. Tenía turnos rotativos sin importar horarios ni días de la semana, como mi esposo. A principio del año 1991 nos dijeron, a otra compañera de trabajo y a mí, que íbamos a ser trasladadas como telefonistas al Campamento Internacional de Pioneros José Martí de Tarará. Éste sería acondicionado por contar con espaciosas casas, una salida al mar, áreas verdes y aire puro, como centro de recepción del personal ruso damnificado, proveniente de las zonas afectadas por el desastre nuclear en la planta Vladimir Ilich Lenin de Chernóbil.
Fuimos nosotras las elegidas por la cercanía aparente del recinto con nuestras respectivas casas, para ser las encargadas de efectuar las comunicaciones del mencionado grupo proveniente de Rusia, Bielorrusia y Ucrania; con el resto de sus familiares en la lejana y recién disuelta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Donde su presidente Mikhail S. Gorbachev hablaba de cambios, de “glasnost” (franqueza) y “perestroika” (reestructuración).
Dicho grupo lo conformaban en su gran mayoría niños, algunos padres, profesores, guías, etc. Si bien todas las personas en aquel remoto lugar necesitaban una atención médica, específica y dedicada desde el desastroso hecho, a los niños se les reservaba éste derecho con prioridad.
El tiempo que estuve allí les puedo asegurar que fue una escuela, como todas las cosas de la vida de las que aprendemos algo. No iba a ser un trabajo cualquiera, íbamos a estar de frente, a convivir e interactuar con los damnificados del accidente radioactivo.
Nunca había entrado a Tarará, que era como le llamábamos comúnmente al campamento de pioneros. Ahora convertido en algo parecido a un Hospital Infantil. Un puesto de control de salud, mezcla entre asunto de estado y humanitario.
¡Escuché hablar tanto de ese país distante a lo largo de mi vida! De su gente, su literatura tan vasta y exquisita. Estábamos tan impregnados de todo lo que provenía de ellos: la música, muchos programas de televisión, películas, productos de todo tipo -que usábamos y consumíamos en el cotidiano vivir- que conocer parte del pueblo ruso era un sueño hecho realidad.
Saber que habían logrado un cambio, que encaminaban su destino en otra dirección, y que yo estaría tan cercana de una parte de ellos me llenaba de exaltación.
El centro telefónico era sencillo en su totalidad. Para él se había destinado una de las tantas casas del lugar, amplia y ventilada. Tomamos el área de la sala, la pintamos, decoramos y ambientamos atractivamente para la actividad que desempeñaríamos. Pusimos cuadros con imágenes de la naturaleza y murales con el horario a cumplir para las llamadas. Había cuatro cabinas de donde hablarían los visitantes una vez que le transfiriéramos la llamada, un televisor, una mesa con gavetas que serviría de buró y sobre ésta dos teléfonos para comunicar directamente con la operadora del lejano país.
A cada día de la semana se le asignaba un cuadrante de la zona de la que provenían, para evitar conflictos. Así cada grupo sabía qué día le tocaba y ya venían organizados y formados con su respectivo “perevodchik” (traductor). Si por alguna razón un niño se quedaba sin poder hablar con sus familiares, se volvía a hacer el intento unas horas más, o quedaba de los primeros para ése mismo día la semana siguiente.
Tenía que ser muy fuerte pues me dolía en el alma, como madre y como ser humano, verlos llorar cuando no podían comunicarse y verlos también romper en llanto cuando al hablar, expresaban cuánto extrañaban no estar en casa. La mayoría de las interlocuciones empezaban así:
_ ¿Mama eto ty? Zdes´ ya… (¿Mamá, eres tú? Soy yo…)
Por lo general el resto de lo que conversaban era entre sollozos, volviéndose ininteligible para mí que no dominaba el idioma. Pero sí podía deducir que hablaban del dolor que les causaba la lejanía, de los múltiples exámenes y prácticas médicas a los que debían someterse, del cambio drástico en lo feliz de su niñez, y de lo extraño que les resultaba estar con personas desconocidas conviviendo.
No les faltaba atención médica ni nada material en aquel lugar, salvo la salud que cada día se les deterioraba más. Había niños aparentemente sanos que luego empezaban a perder el pelo, o a presentar una coloración extraña en la piel. Se hablaba de que muchos habían sido sometidos a trasplantes de médula: en algunos casos mejoraban y en otros, ya no los volvía a ver.
Una jovencita hermosa fue perdiendo su espesa y larga cabellera, llegó un momento en que no controlaba esfínteres, se orinaba sentada mientras esperaba hablar con su familia y los demás niños se reían de ella. Fue duro verla deteriorarse. Otros en los que un trasplante medular habría sido la salvación, no encontraban el donante compatible y no superaban la espera.
Si era difícil para mí que estaba al tanto de todo lo que les pasaba a través de lo que podía entender en sus llamadas telefónicas, lo que escuchaba hablar en los distintos lugares del campamento, o lo que me explicaban en español los traductores. ¡Cuán difícil sería para ellos y sus familiares -los cercanos a ellos, en muy pocos casos, y los lejanos en su gran mayoría- con los que sólo se unían a través de las llamadas y la fuerza del amor!
Hacían maldades como todos los niños, y como todos los niños tenían cosas buenas. No eran capaces de mentir y en ocasiones, con la inocencia típica de la niñez, contaban a sus padres que habían sido castigados por hacer alguna que otra travesura. Escuché relatar a un pequeño, que lo habían puesto a escribir muchas líneas por haber echado una naranja, una “apel´siny”, en la taza del inodoro. Y a otro lo rica y dulces de las frutas cubanas que probaban ahí, en especial las piñas “ananas”, que le hacían mucho bien. Jugaban con iguanas, sapos y lagartijas.
Un día un padre, de los pocos que había pues la mayoría eran niños grandecitos que viajaron sin la compañía de sus progenitores en grupos liderados por guías, desesperado por la salud de su pequeño hijo vino a tratar de sobornarme obsequiándome un radio a pilas para que le pusiera una llamada a su casa y comunicarle a su esposa, que había quedado al cuidado de los otros niños en las lejanas tierras, cómo iba la salud de éste y de cómo había superado grandes intervenciones médicas en busca de una mejoría.
No le acepté el radio, por supuesto que no. No me aprovecharía de la coyuntura por muy bien que viniera el radio para usarlo en las largas jornadas de apagones que sufríamos afuera; me puse en su lugar y en cómo estaría sintiéndose. Ese día me fui más tarde de lo que ya acostumbraba pues siempre me era imposible culminar a tiempo el horario de trabajo viéndolos suplicar por una llamada. Hice el intento en establecer comunicación con su familia y felizmente lo logré.
Eran muy cariñosos me enseñaron palabras en ruso, yo a ellos algo de español e hice buenos amigos de los que por desgracia no conservo ninguno.
Ahí conocí el arroz negro al estilo ruso, la Esmetana, o nata agria, que mezclada con jugo de naranja es deliciosa. De la misma comida que le hacían al personal soviético comía todo el resto de los trabajadores del plantel.
Todos los días al entrar y salir del campamento nos revisaban de pies a cabeza. Subían dos del equipo de seguridad al bus de los trabajadores y registraban exhaustivamente, uno por uno a todos los pasajeros, incluyendo las pertenencias. Yo temblaba cuando iba de salida por miedo a ser descubierta y castigada; en la bolsa de los cosméticos, los que había dejado ya desde el primer día en la gaveta de mi mesa de trabajo, echaba lo que pudiera para llevarle algo de comer a mis hijos. Nunca llegaba con las manos vacías. Me cabían ahí dos yogures de vasitos, bombones o dulces, o la ración de carne del almuerzo.
El día de mi cumpleaños un grupo de niños me regaló un par de aretes artesanales que conservo aún. Mi esposo dice que es posible que tengan radioactividad. No me importa si es cierto o no, en ese momento era una muestra de afecto, los acepté y los guardo como recuerdo de lo que viví junto a todos ellos. Algunos se fueron de éste mundo aún sin conocer la pubertad, sin experimentar mucho de la vida, sólo el haber sido víctimas de tal desgracia.
Ellos tenían atención médica y mucha comida, tanta que podían jugar con ella y echarla por el retrete o lanzárselas en sus inevitables juegos. Yo en cambio fuera de ahí, al lado de mi esposo, seguía luchando para que a mis hijos no les faltara nada material y dando gracias a Dios por tenerlos sanos y más que nada por tenerlos conmigo. Son cosas, que la vida tiene, que sopesamos en una balanza. Realidades distintas que a cada uno le tocó vivir.

domingo, 15 de mayo de 2016

El cubano, Dios y el Diablo.

El cubano, Dios y el Diablo

Érase un cubano encantador, vacilador, fiestero, exagerado, chistoso, mentiroso, pretencioso que sabía de todo un poco, y muy bueno para hacer triquiñuelas.
Un día se cae, se le zafa un diente, el diente se le encaja en un ojo, el ojo se le vacía, se desangra y muere.
Debió haber ido directo al infierno pero como era tan querido entre las féminas por su encanto, y por los amigos por ser el alma de las fiestas. Producto de los llantos, los rezos y las súplicas por la salvación de su alma, fue al paraíso.
Al llegar allá Dios le dijo. Eres la excepción de la regla. Igualmente querido y odiado pero yo tengo un prestigio que defender y proteger así que por lo mal que te portaste en vida debes pasar, al menos, una temporada en el infierno.
Dios llamó al Diablo y le dijo: Te mando por un tiempito este cubano para allá para que lo metas por el aro. Cuando lo hayas domado me lo devuelves.
Al infierno llegó el cubano y ya le tenían una fiesta de recibimiento. El se sintió un poco cortado al principio pues estaban esperándolo los maestros de la trampa; de quienes había aprendido y a quienes había superado. También estaban las prostitutas más prestigiosas, ya fallecidas por diferentes causas y prácticas amorosas. Todos se sentían halagados con su presencia. Rodeado de desbordantes mesas llenas de comida, tabaco y ron, empezaron a transcurrir los días.
Pasado un tiempo estimado Dios lo contactó nuevamente y le dijo que ya era hora de regresar con él, e incluso le pidió que le diera unas clasecitas en materia de encanto para ganar más almas pues el mundo cada vez estaba más perdido y falto de su amor. Que iba a tener que empezar a usar las redes sociales ya que las personas estaban pegadas al computador o al celular la mayor parte del tiempo y debía aprovechar ésto a su favor.
El Diablo, por su parte, lo llamó y le dijo: Te he estado observando y veo que has desarrollado técnicas nuevas en el arte del embuste y la seducción. Servirás a partir de ahora como mi consejero personal a tiempo completo. Te castigaré severamente si me abandonas, enviándote a las calderas del infierno.
Entonces a partir de ahí fue que el cubano supo lo que era el vacilón desenfrenado, perfeccionó sus métodos y desarrolló nuevas habilidades. Empezó a estar con Dios y con el Diablo, escapándosele a éste de vez en cuando.

viernes, 6 de mayo de 2016

Cuba-Chanel



Cuba-Chanel



Debo estar traumatizada. Esta imagen que recorre hoy el mundo, el inmenso afiche color rojo sangre con una estrella a relieve y dos “C” entrelazadas que bien pudo servir de ornamento en la Plaza de la Revolución para destacar el carácter de la “Cuba Comunista”. Aquella que conocí con su ideología endurecida, obstinada, cuadrada e inflexible. Con una sola cara, con un solo discurso -al menos para el común de los ciudadanos. No para los que tenían- y tienen aún- una doble moral colgados de la teta de la vaca.
Que ayer hablaban del capitalismo, del rock y de los viajes en crucero como algo enajenante y típico de burgueses, respectivamente. Pero hoy llenan las mismas tribunas para menear sus cabezas con el heavy metal y el muro del malecón con banderitas cubanas, esperando con los brazos abiertos al crucero que proviene de la tierra antiguamente tildada de enemiga. La misma tierra de donde reciben los productos encargados, la ropa, los zapatos, los celulares y las cargas mensuales en dinero para éstos.
Semejante pancarta se hubiera visto bien colocada en el Kremlin, o Plaza Roja de Moscú, para recibir el excelso amigo y comandante Fidel en una de sus tantas visitas. Y su logo pudo significar entonces “Comandante Castro”, o “Compañero Comandante” Ese lienzo que más bien parece un recordatorio al espíritu intransigente del gobierno cubano y su ideología, está siendo usado con un propósito bien distinto. Nada más alejado de la realidad que su apariencia despierta.
Es el diseño escogido para anunciar la floreciente amistad –no sé si coyuntural o duradera- entre el capitalista Chanel, de la marca francesa especialista en moda que diseña y confecciona artículos de lujo como indumentaria de alta costura, bolsos, perfumes y cosméticos. Ésta que representa el consumismo, la élite; y el revolucionario gobierno de Cuba.
Donde los más viejos no saben ni quién es Chanel. Capaz que le pregunten a un señor sentado en su destartalada casa de la Habana Vieja: ¿Conoce a Chanel? Y éste conteste: ¡No, mijita, yo no tengo cable! Sólo ésa antenita de bigotes.
Por eso hoy boquiabierta contemplo a lo que ha llegado el gobierno cubano con sus medidas flexibles para una cosa e inflexibles para otras. No podíamos escuchar música de Los Beatles, Los Rollings Stones. No podíamos usar ropas con la bandera americana, no podías participar en concursos aunque tuvieras los conocimientos sino tenías el carnet de la juventud. Mi esposo optó por una carrera universitaria, y cuando lo entrevistaron por sus gustos de esparcimiento, declaró: “música americana”. Fue suficiente para que, aún teniendo un buen escalafón, no le concedieran la aceptación para cursar el estudio de su preferencia.
No se podía tener el pelo largo. No se concebía un hombre varonil si se sacarse las cejas. Y si era homosexual tenía que caminar derechito por frente a un policía. Y me pregunto: ¿Ahora las modelos de Chanel que desfilan en Cuba son jóvenes comunistas? Al menos sé que hay cubanas con méritos y talento que estarán en el desfile, y que ya no hay que portar por fuerza el carnet de dicha organización para ello. Pero sí puede modelar el nieto de Fidel aunque tenga el pelo largo y las cejas sacadas. Modelar para la firma que representa el glamour, desconocido por años para el común de los cubanos aquellos que teníamos que conformarnos con lo que nos daban por la libreta sin la ayuda de familiares en el extranjero. ¡Cómo cambian los tiempos, señores! ¡¿Qué les parece?! Hace falta un cambio, pero de verdad.

El respeto incondicional: La base de toda relación.



El respeto incondicional: la base de toda relación.





Hoy se cumple un aniversario más del natalicio de Sigmund Freud, considerado el padre del psicoanálisis. Cuántos escritos hay en cuanto al comportamiento y al funcionamiento de la psiquis humana. Interpretaciones del subconsciente, de los sueños y de la conducta. Dedicó toda su vida a ello. Pero para el tema que voy a tratar hoy no hace falta ser estudioso de Freud: seguidor o detractor. Simplemente hay que basarse en algo: El amor y el respeto.
El respeto incondicional es la base de toda relación sana y duradera. No es que seamos perfectos pero debemos pretenderlo ser. Si somos respetuosos estamos siendo considerados, y por tanto estamos marcando las pautas para que sean igual con nosotros.
Si la relación es de amigos y ocurre alguna falla en la forma en que nos relacionamos, actuando con irreverencia por cualesquiera de las partes; es posible que, si la amistad se rompe, podamos seguir adelante después de superar el impasse. Aprendamos de nuestros errores y ya no tengamos que pasar por esa experiencia nuevamente pues sabemos qué hacer para evitar que se repita.
Pero qué sucede si esto pasa en la familia. Más específicamente entre suegra y nuera, o yerno. Es el hijo o hija, que está por medio, quien debe servir de mediador. Entonces con más motivos, él o ella, debe hacer que se cumpla la máxima del respeto incondicional para llevar adelante el buen funcionamiento de la relación que ahora surgirá inevitablemente entre ambas familias. En muchos casos con distinta idiosincrasia. Que tendrán que compartir los hijos que vendrán de la relación entre los dos miembros de cada una de ellas que decidieron unirse para formar una nueva descendencia.
El hijo o hija debe hacer ver a su pareja que sus padres han de ser tratados con respeto. Al hijo o hija no debe cegarlo el amor hacia esa persona que ha escogido como compañera y voltear la espalda a los padres si estos han sido las víctimas de malas respuestas, malos tratos, ironías, desprecios y faltas de respeto por parte de su pareja. Como decía anteriormente le toca jugar el papel conciliador.
Existe un tabú en cuanto a etiquetar a la suegra como mala y entrometida. Es la suegra y no el suegro. Casi siempre la madre del joven esposo, de la que se dice que es una persona celosa que no deja, de algún modo, libre a su hijo para decidir por su vida y futuro al lado de la persona que ha escogido. Se le acusa, en la mayoría de los casos, de haber sido una madre sobreprotectora, asfixiante, manipuladora.
Es cierto que la relación suegra-nuera o suegra-yerno no es fácil. La mayoría de las relaciones tienen altos y bajos; como siempre digo: todo tiene fecha de vencimiento. Lo malo, por suerte y lo bueno, por desgracia.
¿Pero qué pasa cuando no hay invenciones, suposiciones o exageraciones en cuanto a
 la mala conducta de una nuera o un yerno hacia la suegra?
¿Hay que partir la soga por lo más débil? ¿Hay que darle la espalda a la persona que te crió, a tu familia de sangre? Pues desgraciadamente eso es lo que sucede muchas veces y no es invención. El problema es real. Cuando el respeto es transgredido, violado, ultrajado; el hijo o hija, debe saber ubicar a su pareja y exigirle que respete a sus padres. Recordarle que no fuera de su agrado si el irrespeto fuera en dirección inversa, o sea hacía su familia.
No siempre son las suegras el ente negativo de las relaciones intrafamiliares. No la veamos como el lobo del cuento de la Caperucita. Muchas veces la pareja del fruto de su vientre es la nota discordante faltándole a los padres políticos y manipulando muchas situaciones a su conveniencia, más aún si hay hijos de por medio. Alejando a éstos y haciendo que crezcan alejados del seno de la familia del esposo.
A veces se expresan, por ejemplo: ¡Es tan lejos venir! El desplazamiento vial está lento que se va a hacer imposible venir. ¡No venimos más si el transporte sigue así!, o si fulano está en la casa -tratándose de un amigo de la familia- nos vamos. Si mengana va, avísanos para no ir. ¿Pueden hablar más bajo? ¿Pueden apagar el cigarrillo? ¿Pueden bajar la tele? ¿Pueden apagar el aire? Mmm, te quedó salada la comida.
Si hay niños- nietos entonces la madre-abuela trata de soportar un poco más pero el yerno o nuera se agarra de ésto para sacar mayores ventajas o herir más. Encontrando defecto en la forma de proceder con el nieto, nunca se lo dejan a cargo, o se expresan: No lo sacudas, le puedes desprender el cerebro. Lávate las manos antes de cargarlo, etc. Sin hacer uso de la palabra "Por favor". "Disculpa pero entiendo que deberías...", etc. Siempre con el mayor respeto posible. Sin olvidar que a esa persona, o personas, a la que se dirigen tiene vínculo afectivo y sanguíneo con quien han escogido para compartir su vida.
Considero que expresiones así llegan a ser un maltrato psicológico a la familia política, en especial para la suegra-madre-abuela que espera con ansias el arribo de ellos y dispone todo en casa para recibirlos, siendo entonces ella la que sufre.
Este tipo de personas se vuelven dominantes en la relación, hay que complacerlos para que estén felices, o aparentemente felices pues es una especie de olla a presión la relación que nunca se sabe cuándo va a explotar.
Suelen anteponer un sinnúmero de condiciones a todo lo que se hace, como por ejemplo: "No pongas fotos en facebook", "Vamos a estar a las dos", por ejemplo, y aparecen horas después dejando menos margen de tiempo para compartir con los suegros. O si planifican un viaje de entretención siempre tienen presente a la familia de la que han formado parte siempre y entonces le dicen a la política: "¡Sí, pero si ustedes van se pagan lo suyo!” Y en cuanto a extender la relación a los amigos se expresan: "Recuerden que los amigos de sus hijos no son sus amigos". Y luego nos enteramos que esas amistades que muchas veces vimos crecer junto a nuestro hijo o hija, ahora forman parte del círculo de amigos de su familia, con la que comparten. Puede parecer celos o ficción, pero puedo asegurar que es real.
Muchos aconsejarían que la suegra debiera morderse la lengua para que el hijo, o la hija, no se distancie. Para que aparentemente todo vaya bien. Pero se va desgastando su aguante, su integridad y llega un momento que decide no soportar más y la relación se rompe. Primeramente ocurre el distanciamiento al que se temía y la familia de la contraparte decide en actitud de apoyo también quebrar la relación.
Entonces la suegra-madre se da cuenta que el hilo que sujetaba la unión entre ambas estirpes era el de mantenerse en silencio ante lo que consideraba no estaba bien. Que quebrantar su integridad como persona, pero sobre todo como madre, era lo que mantenía la falsa visión de una familia feliz. Cuando decide decirle al hijo o hija, no aguanto más las faltas de respeto de tu pareja. Todo se derrumba como castillo de naipes, como castillo de arena. Todo el esfuerzo por hacer una familia más extensa y unida se filtra en un momento hacia la nada. ¿Por qué? Porque nunca hubo respeto. ¿Que sucedieron cosas buenas? ¿Qué todo no fue negativo? Lo bueno es lo que debe suceder, no lo malo. Entonces el hijo o hija se desvincula y despreocupa de su familia sanguínea para integrarse en cuerpo y alma a la familia política. Entonces la familia de sangre sufre la incomunicación, lo que considero una forma de abuso y de violencia.
Esos yernos o nueras hay que ponerlos en su lugar hay que recordarles que ley pareja no es injusta. Ese hijo o hija mediador tiene que tener la capacidad ideológica
, la fuerza moral, la entereza, para decir simplemente, a solas, mirándole a la cara a su pareja. Una sola cosa: ¡Respeta!

domingo, 1 de mayo de 2016

"27/F - 3.33"

27/F - 3:33



_No te muevas.
_No me estoy moviendo.
_¡Por favor estate quieto! Tengo sueño.
_¡Coño! ¡Te juro que no me estoy moviendo!
_ ¿Y qué te pasa entonces?
_... ¡Está templando! ¡Dale, levántate!
Cada uno bajó por su respectivo lado de la cama. Hacía poco rato habíamos apagado la televisión. No pudimos ver el Festival de Viña completo, el sueño nos venció. Sin embargo la adrenalina que empezaba a fluir por nuestras venas nos despejaba del letargo. Había pasado unos segundos y ya nos era difícil mantenernos en pie. El movimiento que nos desequilibraba se hacía cada vez mayor.
Las paredes traqueaban. Un ruido de baja frecuencia molestaba en los oídos y las tejas, que se corrían en el techo nos hicieron temer que no tendríamos tiempo de salir.
_ ¡Corre! ¡Vamos! ¡Apúrate! - Decía Luis mientras trataba de bajar y estirarme una de sus manos para que yo me apoyara.
_ Baja tú. Ya voy. No encuentro nada que ponerme. Ni zapatos. ¡Dios mío!
_ ¡Qué zapatos ni nada! ¡Baja ya! Quería esperarme pero nuestro hijo nos preocupaba. Estaba en la habitación de abajo durmiendo, y él quería ir a verlo.
Sabíamos que hacía poco había llegado cansado del trabajo en el restaurante. Donde se desempeñaba como mesero para pagarse los estudios. Había sido un día de mucho trabajo para él. Era sábado y el restaurante había estado lleno.
En caso que el sueño fuera profundo y no estuviera consciente de lo que estaba pasando, había que despertarlo.
La escalera para bajar a la planta principal de la casa parecía jugar con nosotros, como si rechazara nuestras pisadas, y nos respondiera volviéndose una especie de serpiente alfombrada.
_ ¡Mamá! ¡Papá! ¡¿Que hacen?! ¡Bajen de una vez!
_ ¡Pónte debajo del dintel de la puerta!- Aconsejó Luis gritando con la voz entrecortada por el temblor bajo sus pies- ¡Estoy esperando a mamá!
Aún con una mano extendida, en espera de la mía, él aguardaba a mitad de la escalera. Yo decidí bajar así, en ropa de dormir, no podía preocuparme por mi aspecto. No podía perder más tiempo, el movimiento se acrecentaba. Bamboleándome sobre la escalera traté de colocarme una bufanda y descender descalza los pocos escalones que nos separaban.
Mi hijo obedeció. Abrió la puerta de salida a la calle y se colocó debajo del dintel con la perra en brazos, la que segundos antes había ido a buscar al patio trayéndola consigo mientras la tranquilizaba dándole caricias.
La casa se movía de tal manera que parecía endemoniada, o como si estuviese siendo transportada por un tren a alta velocidad. Un calor subía por mi garganta y el corazón lo sentía en las sienes.
A duras penas pudimos juntarnos los tres y la perra, allí, bajo la protección del marco. Siempre habíamos escuchado que era el lugar más seguro, o en el ángulo de las paredes o debajo de una mesa de madera. Ya no podíamos buscar un sitio mejor. Estábamos ahí y con miedo.
Mientras las sacudidas aumentaban en todas direcciones, oíamos la casa crujir y desencajarse. Los faroles del techo del estacionamiento nuestro se mecían como péndulos enloquecidos. Los pequeños adornos de la casa ya estaban en el piso y la vajilla se descompletaba a cada segundo cayendo de los estantes de la cocina. Las puertas chocaban con el picaporte y retrocedían. Los muebles de la sala se desubicaban. El búcaro con flores de la mesa de centro de viró, y el agua corría sobre unas revistas, la madera, y el piso. El cuadro grande de las frutas que colgaba en la pared del comedor rodó por ésta y cayó al piso haciéndose añicos.
Arriba se sentían estruendos y ruidos de cristales. Temí que al techo le faltara poco para caernos encima o que la reja de la cerca se desajustara con las sacudidas, se trabara, y no pudiéramos salir. Luego iba a ser imposible saltar por encima de las púas filosas que la remataban.
_ ¡Salgamos! - Propuse. Y salimos a la calle a pararnos al lado del auto que habíamos dejado estacionado afuera. Temí por el estado del techo sobre nuestras cabezas. Salimos sin llaves pero por suerte la puerta de la casa no se cerró, ya no se ajustaba al marco.
A la intemperie el escenario era aterrador. Las casas parecían estar hechas de gelatina. Sus techos se juntaban y separaban en cada estrepitoso vaivén, dando la sensación de estarse reverenciando mutuamente o siendo las ejecutantes de un baile diabólico. En cada remecida soltaban tejas y se rajaban.
La calle, como una ola de concreto, se levantó a la distancia donde comenzaba la cuadra. El muro de cemento que servía de valla a la primera casa se separó en varios pedazos y a penas quedaron en pie. Si se repetía el hecho acá, bajo nuestras plantas, saldríamos volando por el aire. Apreté la mandíbula por no gritar y me afirmé más del auto.
Los cables del tendido eléctrico fueron partiéndose y zigzagueaban con chispas en las puntas como serpientes con cabezas de fuego. Las luces de las calles fueron apagándose de a poco. El terror se apoderó de los tres, dándonos cuenta que tampoco ahí nos sentíamos seguros.
Pensé que no fue buena decisión haber salido de la casa pero ya no podíamos regresar. ¡¿Quién sabía qué panorama había adentro?!
Ningún vecino salió. La calle quedó totalmente a oscuras. Una luna llena, piadosa, nos alumbraba.
La franja de cemento, cuan corcel de concreto, se movía frenéticamente bajo nuestros pies, con  el auto por montura; y nosotros, tres jinetes asustados, sujetados a ella tratando de no caer. Eran demasiado fuertes las sacudidas como para pensar o hablar. Sólo pedíamos que todo aquel temblor parara y aferrándonos a la fe rezamos.
Busqué con la vista a mi esposo y lo vi muy mal, como nunca lo había visto. Se había arrodillado, y sus brazos se alzaban al cielo implorando compasión pero a su vez abandonado a la suerte. Mi hijo y yo temblábamos abrazados sin soltar a la perra que estaba entre los dos con el corazón latiéndole a mil.
Pensé en mi otro hijo, el mayor, que estaba en el centro de la ciudad, en Providencia; algo distante de nosotros. ¿Cómo estarían él y su esposa en aquel apartamento en un piso quince? Me acordé de mi madre en Cuba y de mi hermana. Temí no volverlos a ver.
Pasó por mi mente, en pocos segundos, una película de mi vida. Me arrepentí del mal que hubiese hecho, pensado o deseado. Tuve la sensación que era el final. Supliqué al creador que cesara todo aquello. Ninguna casa se había caído pero sospechaba ya que estarían tan maltrechas que faltaría poco. Algunos techos de los garajes y algunos muros ya no estaban donde antes.
Los aullidos y ladridos de los perros del vecindario se escuchaban a la distancia, acompañando los provenientes de todo lo que caía y se sacudía, e incluso del zumbido interior de la tierra que no dejaba de bramar.
La calle estaba ya partida al principio y al final. Enormes grietas profundas, verticales y horizontales, arruinaban su perfección. Y aún no podíamos detenernos. Brincábamos sacudidos por la fuerza terrestre.
Sentí una ola de agua fría inundar mis pies descalzos. Pensé en la corriente que podía conducirse a través de ella y llegar hasta nosotros. Esperé el corrientazo. Pero pude percatarme por una rápida y asustada mirada que hice a mí alrededor, que ya no debía haber luz eléctrica en toda la redonda. O al menos hasta donde mis ojos alcanzaban a ver. Que seguramente ningún cable del tendido eléctrico poseía energía. Di gracias a Dios por unos segundos más de vida para nosotros y porque no fuéramos electrocutados.
El temblor y el ruido de onda subterráneo empezaron a cesar paulatinamente. Tal y como había ido creciendo empezaba a decrecer, y la noche a recuperar la tranquilidad silenciosa y pasmosa que la caracterizaba. Pero ahora era otro temblor el que no podíamos controlar: el de nuestros cuerpos.
Soltamos a la perra que corrió despavorida a olfatear las grietas, revisar el entorno y a brincar encima nuestro. Los vecinos empezaron a salir de sus casas, a comunicarse entre sí y a comentar. Un matrimonio que vivía frente a nosotros con su hijo pequeño, salió afuera con él en brazos. Nos preguntaron cómo estábamos.
No sé cómo sucedió: si por un momento perdí la razón, o dejé de estar alerta, o quizás estaba demasiado pendiente a la sensación desagradable que acabábamos de vivir, y que podía repetirse, que estuve ausente de lo que pasaba a mí alrededor. No sé si por unos segundos o por más tiempo, no podría precisar. Cuando me di cuenta, tenía un par de zapatos de hombre en mis pies que no me eran familiares. Pregunté:
 _ ¿Y esto?-Y el vecino del frente, aún con el niño en los brazos, me contestó de manera afable y con una sonrisa: _ Son míos. Después me los pasa.
Nos sentamos en el contén de la acera a recobrar la conciencia y la cordura.
Mi hijo entró al portal de la casa pisando algunos pedazos de tejas que habían caído del techo del garaje. Corrió con mucha dificultad una hoja de los ventanales de cristal con marquetería de aluminio que, en forma de puerta, tenía su cuarto y que daban a la calle. Entró a coger su celular que había dejado cargando con la esperanza de llamar al hermano.
No había señal, o estaban colapsadas las líneas pero era imposible comunicar con mi otro hijo. Me sentí al borde del colapso. El desasosiego de nuevo se apoderó de mí, la impotencia y el miedo.
Una vecina, a la que había visto pocas veces en el quiosco del barrio, me tranquilizó al verme caminar desesperada de un lado para otro. Me dijo simplemente que tuviera fe, que no pensara en cosas malas. Mi esposo y mi hijo se acercaron a mí para estar unidos, abrazarnos y besarnos.
Los carabineros vecinos, que vivían ahí en la villa Parque Central de Quilicura, ya traían noticias pues sus equipos de comunicación satelital nos servirían en lo adelante para estar informados.
Había sido un terremoto 8.8. El epicentro ocurrió en el mar, afectando principalmente las costas de Curanipe y Cobquecura. A 150 kms al noroeste de Concepción y a 63 kms del suroeste de Cauquenes. Con una profundidad bajo la corteza terrestre cercana a los 35 kms. Informe que, según explicaron, se supo prontamente por el Servicio Geológico de los Estados Unidos. Que hoy en día tiene diferencias, al respecto, en cuanto a cálculos y precisiones, con el Servicio Sismológico de Chile.
Recibí una llamada de mi hijo mayor, se comunicó al teléfono del hermano. Él también estaba temeroso por nosotros y más porque nuestros teléfonos habían quedado dentro. Lo que había hecho imposible escucharlos y contestar su llamado.
_ ¡Mama! ¡¿Están bien?! ¡¿Están bien los tres?! - Inquieto inquiría por
nosotros dándome detalles de lo imposible que había sido para ellos también, a esa altura, soportar los vaivenes del apartamento y cómo tuvieron que acostarse en el piso, para luego, después que todo pasó, bajar por las escaleras. Me contó que, por suerte, a pesar de lo elevado del edificio éste no había sufrido mayores daños. Escuchar su voz me devolvió la calma. Él y su esposa estaban bien que era lo más importante.
Olvidé con el susto que su teléfono también poseía comunicación satelital. Se lo dieron en el trabajo para mantenerlo localizable por su condición de ingeniero en redes de comunicación, y ésto ahora nos beneficiaba. Prometió que aprovechando la internet mandaría mensajes a todos los conocidos, amigos y familiares, que tenemos esparcidos por el mundo, como cubanos que somos. Para que supieran y avisaran a mi madre y familiares en Cuba, que todos estábamos bien.
Los vecinos salían de sus casas con teteras de agua hirviendo a brindar té y pancito con cecina. Estaba con un vaso de té en la mano y un pan preparado con algo adentro que la vecina, que anteriormente me tranquilizara, me ofreció. Por su parte Luis y Luisito hablaban con los vecinos de la difícil e increíble experiencia que acabábamos de vivir.
_ ¿Es primera vez que viven ésto? ¿En Cuba no pasa?- Trataba la amable vecina de distraerme entablando conversación - Pero fue fuerte. Mire usted como quedó todo. ¡Lueguito ya vamos a saber bien qué pasó!- Seguía la vecina hablando hasta que le presté atención.
_ No. Perdone. Estoy nerviosa todavía. En Cuba no pasa. Allá son los ciclones. Los prefiero. Al menos con esos uno se prepara. Avisan con tiempo por la tele y no nos toma por sorpresa. Gracias por el té y el pan. ¿Y usted dónde vive?
_ Acá atrasito, en la calle paralela a ésta. Con mi guatón y mis tres cabros chicos. A usted la conozco del negocio de Miguel que ha ido a comprar y nos hemos encontrado.
_ Yo me llamo Marta. ¿Cómo usted se llama?
_ Paula.
_ Paula. Voy a entrar a la casa a ver qué pasó - agregué aún con voz temblorosa.
_ Bueno, vaya no más. Pero no se demore. No es bueno estar mucho rato dentro. Puede haber réplicas.
La puerta de la reja y la de la casa, por suerte, se habían quedado abiertas de cuando salimos asustados. Ahora no cerraban cómodamente. Había que forzarlas. No me atreví a subir las escaleras por la advertencia de la vecina. Eché un vistazo a mi alrededor y ayudada por los primeros rayos del sol, que entraban por los grandes ventanales, di gracias a Dios por un nuevo día y porque todos los de este lado del mundo estuviéramos vivos.

Pueblo chico.



Pueblo chico

La parroquia era pequeña, cercada de buganvilias, con paredes de piedra e inmensos ventanales de vitrales. Dentro, la frescura y la tranquilidad pasmosa incitaban a la oración, y el aire se respiraba impregnado con el olor de las flores y la cera de velas. 
Dos hileras de bancos color café, pulidos y barnizados, se extendían desde la inmensa puerta de madera de la entrada, por un pasillo que conducía ante un cristo perenne en la cruz con su acostumbrada cara de dolor y a uno de sus costado una hermosa virgen, la patrona del pueblo, a quien los feligreses cargaban de peticiones y agradecían por otras tantas ya cumplidas. La mayoría de éstas por el milagro de saber que estaban con vida los familiares que habían visto zarpar en precarias embarcaciones meses antes.
Allá llegaban sin falta los domingos; a dejar flores, velas y pequeños obsequios en agradecimiento. Asistían siempre elegantemente vestidos, por carecer de motivos suficientes en el poblado para lucir la ropa que toda la semana esperaba el turno, después siete dias, colgada en el ropero. 
No hacía falta más que un pantalón corto y un par de chancletas para estar a tono con el clima y la vida en el costero pueblo de Solimar, cuya principal actividad era la pesca y los que la realizaban, para sacar más provecho de ella, se volvían expertos en las fases de la luna, los vientos y las mareas.
En las noches de los largos apagones que se padecían por la situación económica del país, sentarse en la acera a ahuyentarse los mosquitos con un paño, dándole a la lengua con los chisme más que al trapo, era otro pasatiempo.
Aquéllas paredes del templo habían servido de resguardo a quienes necesitaban unirse. Eran idóneas para preparar salidas ilegales y reuniones políticas clandestinas en el más completo clima de reserva, sin despertar sospechas de los revolucionarios represores que se las ingeniaban siempre para tener de su parte un ojo delator. 
Éstas podían efectuarse aprovechando que actividades como bodas, bautizos, o funerales no se llevaban a cabo con la misma frecuencia, allí, que en las grandes iglesias de la capital y que la mayor parte del tiempo, sobre todo en las noches, la parroquia estaba vacía. Ideal para quienes se congregaban en ella con estos fines.
Si el circo se ausentaba por mucho tiempo o las películas del cine del barrio no se renovaban, no existía otra oportunidad de acicalamiento que el asistir a misa. No importa si la  religión era el motivo más fuerte o no. Si se era joven, soltero feliz o en busca de pareja, viejo o niño; el domingo en la mañana todos salían de casa a presumir, tomar el aire del mar y matar el aburrimiento.
Todos los años se sacaba la Virgen del Carmen, patrona de los costeños, en procesión.
Los más viejos comentaban que años atrás había existido una primera virgen que fue tallada en madera por uno de los descendientes de una familia adinerada del lugar, para ser donada a la parroquia y luego bautizada con aquél nombre para que fuera la patrona de todos y la guardiana de los pescadores, la que venerarían y mostrarían por las calles todos los 16 de julio, pero no se sabía a dónde había ido ésta a parar y por qué ahora tenían una más grande y bella, parecida a cualquier otra, menos auténtica que la anterior, a la que le daban el verdadero sentido de pertenencia.
Especulaban que probablemente podía estar relegada en cualquier rincón de aquel lugar sagrado. O que por su valor histórico y único, estuviera en casa de algún historiador e incluso que habían hecho, seguramente, algún negocio con ella. Lo cierto es que independiente de los favores que la nueva virgen les regalaba ellos seguían hablando y comparándola con la primera.
Hubo un año en que las autoridades políticas del pueblo prohibieron el peregrinar porque descubrieron a través de la informaciones de un delator, que el párroco había permitido la congregación en el interior del templo de personas disidentes al gobierno, lideradas por el alto representante de dicha tendencia en el país para reuniones subversivas. Y cuando el líder disidente se presentó ante la máxima autoridad partidista de la zona, buscando la revocación de la orden, aludiendo que los religiosos del pueblo no tenían la culpa del descontento de algunos con el régimen- aunque éstos cada vez eran más-. El encargado extremista de hacer cumplir la injusta medida, le contestó:
_¡Dígales usted mismo! ¡Que por su culpa se van a quedar sin procesión! - Y así fue. Ese año la virgen permaneció entre sus cuatro paredes y no pudo salir a mostrar su traje de gala por las calles donde era admirada y ensalzada. Las personas retomaron su vida y siguieron asistiendo a misa pero de procesiones, nada. 
Para el próximo aniversario de la santa se esperó al domingo. Las casas del pueblo quedaron vacías. El ambiente festivo se respiraba en el centro del pueblo, cerca del malecón, donde desde temprano ya se veían los kioscos montados para la venta de dulces y artesanías alegóricas, pero sólo allí había calma. La mayoría de los pobladores devotos estaban concentrados en el pequeño santuario en espera de escuchar la misa y hacer fila, después, para besarle los pies a la bendita que por primera vez no cargarían en hombros. Las madres iban con sus hijos, los pequeños en brazos y los más grandecitos, inquietos y juguetones, corrían por los alrededores. Como el predio parroquial carecía de vallas, los niños que corrían eran toreados por los mayores para que no fueran a salir a la calle.
No cabía una persona más adentro. El calor era asfixiante, típico del verano, y aún así se trataba de mantener una fila organizada para llegar al objetivo: colocar los labios sobre los pies de yeso de la patrona en agradecimiento.
Una madre pidió de favor que le respetaran el puesto en la cola para salir a buscar a su hiperquinético hijo que se le había soltado de las manos hacía un segundo, y ya no se veía por todo aquello. Cuando logró atraparlo, lo trajo a regañadientes sujeto de una oreja; colorado como un camarón de tanto ajetreo y molesto por el calor.
Colocándolo al lado de ella, volvió a ocupar su puesto en la fila. Pero el niño traía consigo un inmenso cometa de papel periódico, conocido como picúa, que alguien le obsequiara afuera para tranquilizarlo. 
El infante no encontró otra cosa que hacer, que lanzarlo al aire desde su espacio desventajoso y apretado entre las gente. El volantín se alzó lo suficiente para caer en el lugar menos adecuado: sobre las hileras de velas situadas a los pies de la adornada virgen. El papel se incendió de inmediato. 
La multitud que antecedía montó en pánico. En la desesperación creciente, temieron ver en llamas la indumentaria glamorosa de la santa y como consecuencia la ropa de los más cercanos. Los de alante querían salir y los de atrás enterarse de qué estaba pasando al frente. Se formó un tranque atroz. Los creyentes incondicionales trataban de apagar el fuego con sus propias manos, y los más interesados en su pellejo buscaban la forma de salir con premura.
Se armó el griterío. Una señora perdió su bastón entre las personas que, inconscientes de su incapacidad de desplazarse por la gordura, no la socorrieron. Cuando la señora se agachó a recoger el pequeño báculo, dejó escapar un ruido de dudosa reputación acompañado de un nauseabundo olor que se agravó con el calor y de inmediato inundó la parte delantera del minúsculo recinto e hizo que los asistentes, consiguieran evacuar el sitio en segundos.
Los más creyentes atribuyen el hecho a un milagro ante tanta apretazón. Las velas flacas hechas con cera de mala calidad se cayeron al instante, quedando apagadas casi de inmediato, y el escaso fuego que produjo la cometa no llegó a mayores. 
Lo cierto es que después de los incidentes la iglesia fue cerrada por reparaciones. Cuando la reabrieron ya contaba con nuevas puertas para ser usadas como salidas de emergencia y estaba empadrona con una alta cerca de alambre tejido, resguardada además por pinos.
Con los años la peregrinación volvió a efectuarse. La Virgen sale de nuevo a pasear las calles con sus hermosos atavíos; pero al pasar por casa de la protagonista de aquel infortunado incidente, todos voltean la cara para ver si la ven. Algunos aseguran que siempre está en espera del paso de la venerada por su  puerta, y que no se pierde un detalle del evento mirando tras los visillos. Ella, en cambio, sigue hallando los favores de Dios y la Virgen en la tranquila soledad de su casa, porque aprendió que el poder de ellos está más allá de las cuatro paredes de una iglesia.
Aún en las procesiones un grupo de murmuradores siguen lucubrando acerca  del destino de la virgen perdida a lo que agregan las risas burlonas siempre que pasan por la casa de la abochornada vecina, y detrás de la virgen que no acaban de sentir propia.

............................................................................................................................................................................................Esta historia es una mezcla de realidad y fantasía. La suspensión de la procesión ocurrió. Fue el castigo que dieron los dirigentes municipales en el costeño pueblo de Cojímar cuando el desaparecido Oswaldo Payá se reunió en la iglesia local con la disidencia. Fue en el 2003. La virgen de madera también existió.