Nadie me habló nunca de Milton Hershey, al menos nunca escuché de él en la escuela. Los programas educativos de la época no incluían en su contenido la vida de ese empresario norteamericano y su origen humilde; las particularidades de su carácter inderrotable que lo hacían convertir cada error en un obstáculo a superar. El aspecto filantrópico de su personalidad; qué había tenido en común con nuestra isla y casualmente con el barrio en el que me crié. Lo que conozco hoy lo he aprendido leyendo artículos sobre su vida en internet.
Cómo poder hablar positivamente de lo proveniente del imperio después de triunfar La Revolución. Ni siguiera alguien mencionó que Hershey era un apellido, y la razón por la que hoy un espectral pueblo y un central en desuso son conocidos con ese nombre a pesar de no ser el oficial.
Siempre me han gustado los chocolates, amargos o dulces, y recuerdo con especial nostalgia aquellos que comía en Cuba, cuando pequeña, los que llamábamos "Puntillitas”. Venían en unas bolsas de nylon transparente y en su interior varias bolsitas más, que dividían en porciones su contenido. Dada la predilección que profesaba hacia ellos, podía vaciarme una de ellas enteramente en la boca.
Ya con el tiempo, a medida que fue arraigándose y enraizándose la Revolución Cubana en cada poro del país, nacionalizando industrias y cambiando sus nombres por el de los héroes patrios, esas delicatessen se fueron perdiendo. Quedando en el recuerdo de los que eran niños en ése entonces o los que nacimos poco tiempo después de 1959, y alcanzamos a disfrutarlas antes que se extinguieran definitivamente. Hoy las evocamos como un fantasma de la otrora época refulgente.
Dos tipos de trenes pasaban diariamente, varias veces al día, y con horarios regulares por el Reparto Antonio Guiteras, al este de La Habana. Específicamente frente a mi portal; el que estaba separado de la línea por el jardín, la calle y un terreno de menos de seis metros.
El recorrido de éstos trenes: el de carga y el de pasajeros; era entre la provincia de Matanzas y Casablanca, pueblo costero al lado de la Bahía de La Habana, o saliendo de éste astillero costero y regresando nuevamente a la ciudad de los puentes Así sucesivamente en cada vuelta, varias veces al día.
De ellos, el de carga era el que más llamaba mi atención por su longitud. Como un ciempiés pasaba con su fila interminable de carros llenos de caña cortada proveniente del puerto, llevando por destino el central. Para luego regresar con el azúcar, o los productos del tallo vegetal, en las entrañas de sus vagones de regreso al astillero.
La estruendosa bocina de la locomotora que acarreaba la carga pesada, me hacía correr a esconderme mientras sentía estremecerse todo al paso del pesado convoy: Los cuadros temblar en la pared y los vasos sonar en la vitrina. Así transcurrió la niñez mientras esto sucedía formando parte de mis días sin hacer preguntas por resultarme cotidiano. Tampoco podía enlazar mi predilección por aquellos chocolates con el origen del tren o el contenido que llevaron aquellos carros antes del 59.
No fue sino después, ya viviendo fuera de Cuba, que pregunté cuando vi en una tableta del cacao procesado escrita la palabra Hershey, fue como tener un Déjá vu. De inmediato lo asocié con el nombre de uno de los tantos paraderos en el que el tren de pasajeros se detenía cuando íbamos con destino a Matanzas, teniendo como objetivo final llegar a Varadero.
Ahí reafirmé entonces que hay muchas cosas en la vida que están unidas por la pasión. No hace falta coincidir en espacio y tiempo para estar enlazado por éste sentimiento.
Cuando el estadounidense Milton Hershey nació en 1857, en Pennsylvania, no pensó que sería el fabricante de chocolates más prestigioso del mundo. Fundador de “The Hershey Chocolate Company”, la fábrica más antigua dedicada a la producción del cacao, y un ícono actual de los Estados Unidos.
Tampoco pensó tener algún vínculo con Cuba; quizás, de hecho, la desconocía. Tal como yo de niña que no sabía de su existencia, ni de la huella que había dejado en mi entorno su trabajo apasionado. Sin embargo pude disfrutar de los chocolates provenientes de su afamada compañía en un corto período de tiempo, y contemplar el paisaje mientras me beneficiaba del transporte ferroviario que heredamos de él.
Milton dejó los estudios definitivamente en 1871 para trabajar como ayudante en una imprenta. Fue expulsado, casi de inmediato, por no estar atendiendo y haber dejado caer accidentalmente su sombreo en una de las máquinas de impresión.
Su madre y una hermana de ésta, idearon mandarlo de inmediato como aprendiz a la confitería del condado de Lancaster. En los próximos cuatro años aprendió todas las técnicas relacionadas con el oficio y en 1876, sin haber cumplido los dieciocho años, fundaría su propia tienda de dulces en Filadelfia, la que fracasó seis años más tarde. Intentó de nuevo salir adelante con la producción de caramelos en New York y Chicago pero no tuvo éxito.
Volvió a su ciudad natal, en 1883, instaurando la “Lancaster Caramel Company” con dinero que pidió prestado al banco. Empezó a usar leche para elaborar los caramelos, obteniendo un resultado exitoso. Se dio cuenta que la mejor manera de venderlos era por cantidades. En una ocasión un turista inglés probó los productos Hershey y encargó el traslado de una gran cantidad a su país de origen. Al comenzar su producto a mencionarse y a triunfar internacionalmente se volvió fiable para el banco que le había hecho el préstamo y pudo entonces contar con dinero extra
En 1884 fundó la “Hershey Chocolate Company”, al lado de la fábrica Lancaster. En 1900 compró terrenos para tener ganado que le propiciaron la leche fresca para sus productos, y en ese mismo año se fabrica la primera barra de chocolate elaborado con su apellido. En 1907 salen a la luz los Kisses de chocolate, y la primera tableta con almendra en 1908. Productos todos pensados, en un inicio, en el gusto del pueblo americano.
Entre 1940 y 1945 produjo más de tres mil millones de la barra diaria “Ration D.” que servían de suplemento nutricional para los soldados americanos en el frente durante la segunda guerra mundial. Aunque en 1939 la fábrica ya era capaz de producir cien mil barras de dicho suplemento al día, no fue hasta al finales de la guerra que la producción de éstas dejaba ganancias de veinticuatro millones de dólares a la semana.
Cuando Cuba se convierte en el primer país productor de azúcar del mundo los centros de producción azucarera ya estaban ubicados en zonas rurales en las que se destinaban grandes extensiones de tierra al cultivo y cosecha de la caña. De éste sector económico dependía el empleo directo de la mayor parte de la población cubana con posibilidades laborales. La necesidad de una población concentrada en esas áreas para desempeñar el trabajo continuo de las grandes fábricas hizo pensar a los grupos administrativos en crear condiciones para el establecimiento de sus trabajadores en ellas.
Esos territorios se convirtieron con el tiempo en lugares capaces de asimilar población, lo que en un inicio fuera simple garantía de alojamiento, ahora daba soporte y asentamiento estable a muchas familias, cuya razón principal de existencia estaba vinculada al proceso de producción industrial de la caña de azúcar.
Milton siente la necesidad de buscar un endulzante de mayor calidad porque hasta entonces había estado empleando en la producción de sus dulces el azúcar de remolacha proveniente de Europa, la que empezó a escasear desde la primera guerra mundial. Se motiva a crear un vínculo con la isla dada la insuficiencia de azúcar para sus ya afamados chocolates y sabiendo de la notoriedad del producto de la caña cubana viaja hasta allá para explorar. Queda enamorado a primera vista de Cuba, de su clima, llegándola a llamar “La tierra de la eterna primavera”. Después de recorrer el país por varios meses decide asentarse en la zona de Santa Cruz del Norte (actualmente provincia de Mayabeque) y compra en 1916 los terrenos donde construiría más tarde su imperio.
Hershey funda, en 1917, un central bautizado con su apellido. Construye en los alrededores un batey basándose en las experiencias adquiridas en su natal Pennsylvania donde ya también había fundado una ciudad a partir del criterio urbanístico de “Pueblo Modelo” que tuvo auge a finales del siglo XIX, y cuyas premisas planteaban una serie de facilidades comunitarias, así como el carácter autosuficiente de estos conjuntos urbano-industriales al interactuar entre sí todos sus factores.
Su obra se convirtió en el más significativo exponente del desarrollo durante el siglo XX en el occidente del país, principalmente en Santa Cruz del Norte, donde la producción azucarera alcanzó a ser la base económica del territorio, generando una capacidad de producción diaria de 650 000 arrobas, ubicándose como la mayor refinería de azúcar del país. Creó otras industrias anexas: una planta de refinado de aceite de maní y girasol, una productora de piensos de harina de maíz, henequén y sus desperdicios para el relleno de colchones y tapicerías.
Lo más novedoso para la época fue la instauración de una planta de generación y trasmisión de energía eléctrica (1200 volt) donde se utilizaba el bagazo para suministrar la que demandaba el central, la refinería, todos los poblados y caseríos que existían a 40 kilómetros a la redonda, y de la que se alimentaba también los tranvías de la ciudad vecina, Matanzas.
Como parte de la estrategia de desarrollo
Adquirió un total de once locomotoras para el transporte de caña, miel de purga, azúcar y carga en general; que se mantuvieron activas por más de ochenta años, con todas las partes y sistemas del diseño original del fabricante.
A éste servicio ferroviario incorporó además el del traslado de pasajeros, uniendo al batey con el costero pueblo de Casa Blanca y las inmediaciones de Matanzas -puntos opuestos. Como el tren pasaba por el valle interior comunicando ambas ciudades, atrajo consigo un positivo vuelco y propició un notable aumento poblacional. Para el año 1930 ya se había construido la totalidad del conjunto.
El empresario fallece en 1945 y en 1946 la “Hershey Chocolate Corp.” vende el Central al industrial cubano Julio Lobo Olavarría, porque ya no necesitaba del azúcar que ahí se producía. Después del triunfo de la revolución, con la expropiación, éste conjunto agroindustrial toma el nombre de “Central Camilo Cienfuegos”, en honor al mártir revolucionario.
En el 2003 fue su última molienda. A partir de ahí se decide el cierre del central azucarero, el desmonte y demolición de edificaciones y espacios industriales. Actualmente se mantiene como muestra de la antigua opulencia lo que fue el primer pueblo modelo construido en el mundo, donde cada manzana y cada cuadra son diferentes.
El poblado se considera una zona urbana de alto valor histórico y cultural por sus construcciones domésticas, civiles y la Iglesia, todavía en pie. La Casa de Carbón, probablemente la más antigua de Latinoamérica, la planta de calderas y la de energía eléctrica están ahí como fantasmas de la historia.
El conjunto de Hershey estaba conformado por cuatro elementos: el central, que sólo se puede recordar a través de las fotos; el batey, que conserva su integridad en más de un 50 por ciento y cada día se deteriora más; el ferrocarril –único tren eléctrico que circula en Cuba ahora con vagones acondicionados para el turismo- y los jardines de Hershey, unos espacios naturales por donde pasa el río Santa Cruz y que son bellos e interesantes a pesar de todo.
Cuando me sentaba a comer aquellos Kisses de chocolates, que pude ver y disfrutar con tal detenimiento que aún están en mi memoria, nunca me detuve a pensaba en la historia que había detrás. Me los comía de a poco, a mordiditas, o simplemente me metía un puñado de ellos en la boca. Tristemente todo ha involucionado en nuestro país.
Lo que pudo erigir un hombre soñador, el cambio histórico que produjo su sueño hecho realidad, el beneficio que aportó su obra y que disfrutaron tantos, hoy sólo es una luz en el recuerdo lo suficientemente clara para ver lo común que hubo entre el emprendedor Milton Hershey, Cuba y mi barrio.
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