lunes, 3 de julio de 2017

El Ten Cent de Galiano en mis recuerdos.

El Ten Cent de Galiano en mis recuerdos.


El presente es muy valioso y en él  tenemos puestas todas nuestras fuerzas para forjar el futuro. Lo que día a día va quedando atrás y que llamamos recuerdo, lleno de eventos inolvidables, llega un momento que nos sorprender cuán lejos esta.
Acabo de ver una foto en blanco y negro del Ten Cent de la calle Galiano, allá en La Habana, debe tener muchos años, más de los que poseo. Y en mi mente la imagen adquirió colores, olores, sabores, sonidos y sensaciones como si estuviera allí, ahora.
Era considerado para mi un gran paseo que mi madre me llevara después de visitar dos tías por parte de padre que vivían allí en Centro Habana, una en la calle Monte cerca de la también famosa tienda La Sortija y otra en Prado casi esquina con San Lázaro; y que me dijera: ¿quieres ir al Ten Cent? Seguramente el brillo de mis ojos le daban la respuesta.
¡Qué glamorosa tienda por departamentos! Los maniquíes adornando las vidrieras con las ropas de moda, las empleadas en uniforme -elegantes y sonrientes, detrás del mostrador- mostraban los productos con una gran sonrisa dejando ver sus manos arregladas.
Juguetes, rollos de telas de colores diferentes (texturas y diseños). La parte de los hilos y los botones, ¡qué bien presentados! Mi madre pedía los botones, los cierres para llevar con el fin de realizar su labor de costurera y encontraba de todo.
Reconozco que, si por la situación económica que atravesábamos después de la muerte de mi padre, mi madre no podía comprarme alguna cosa que me gustara, al menos me complacía llevándome al área de la cafetería del centro comercial y una vez allí me alegraba preguntándome: ¿qué quieres comer? Eso para mi era muy importante pues ya no era el tener que escoger entre "esto" o "aquello", sino lo que quisiera. Entonces iba directo a pedir mi combinación favorita: un batido de helado de chocolate y un bocadito con pasta de huevo.
Durante la visita a casa de las tías siempre comía lo que ellas brindarán con su acostumbrada hospitalidad sin embargo si notaban mi desgano y eran presas de la preocupación, era porque  de alguna manera, para mis adentros, consideraba la posibilidad que una vez allí en el corazón de La Habana, mi madre me llevará a merendar a mi lugar favorito y para eso tenía que guardar un huequito en mi estómago.
El batido de chocolate, servido en un gran vaso de vidrio y al que le introducían de costado un absorbente, era una espesa mezcla fría de helado, hielo, azúcar y leche que elaboraban ante mis ojos. Si quedaba un poquito en la batidora donde lo habían preparado, antes de llevarla a lavar, la empleada, o el empleado, me preguntaban si deseaba que lo vertieran en mi recipiente, y por su puesto que asentía.
El bocadito de huevo, mayonesa y mostaza lo elaboraban de inmediato y lo servían en un impecable plato blanco, con servilletas al alcance de la mano y unos cubiertos de reluciente metal.
No sé qué edad tendría, con certeza sobrepasaba los doce y están nítidos en mi memoria todos los detalles.
La figura extremadamente delgada de mi madre; su cara de gozo -a pesar de la tristeza- viéndome  comer con avidez y ya cuando terminaba, la seguridad que me imprimía el ir tomada de su mano para cruzar la calle Galiano e ir camino a la intercepción de Corrales y Egido, algo retirado de allí y más cerca del puerto, a coger la guagua de regreso a casa.
¡Cuánto puede recordar detrás del blanco y negro de esa foto! Fue como pasar a través de ella por un portal en el tiempo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario