lunes, 26 de diciembre de 2016

Porque a alguien alguna vez le ha pasado

Porque a alguien alguna vez le ha pasado.
                                         


Un día me di cuenta que respiraba sin agitación, que ya no me despertaba con desespero en las noches, sino que dormía de corrido aunque hubiese olvidado las pastillas de Calmín, a las que les reforzaba el efecto tomándolas con Tilo o con té Carmencita, o contando las horas para volverla a tomar porque me era imposible conciliar el sueño.
Que volví a tener apetito y ganas de comer ciertas cosas -chocolate por ejemplo-, de preocuparme por hacer una comida rica aunque sea para menos personas: adobar y sazonar. Que me concentraba en lo que leía, que reía ante un cuento tonto, que volví a cantar en la ducha, que hacía planes y soñaba con nuevos proyectos, que me preocupaba por mi aspecto sin sentir culpa, que dejé de cuestionarme y buscar culpables, que no tenía ganas de quedarme en la cama sino de arreglarla bonita y ponerle cojines, de hacer grandes limpiezas, decorar, cambiar de lugar los muebles, coser.
De volver a escuchar mi música favorita, de salir a caminar, a tirar fotos, que podía mirar las familias reunidas, las madres con sus hijos, las abuelas con sus nietos sin que se me hiciera un nudo en la garganta y el corazón una pasita.
Que los pensamientos que antes me entristecían ahora los veía desde otra perspectiva, con resignación y como una enseñanza. Entonces comprendí que había superado mi crisis, que había atravesado el desierto, que había llegado a la luz.
Supe que había aprendido a quererme. Podía decir lo que sentía sin miedo a gatillar en alguien la decisión de ofenderse por una tontera, o molestarse sin razón y amenazar con no regresar. Porque quien lo quiere a uno no le pone condiciones, lo acepta como es con defectos y virtudes, lo defiende y lo salva.
Ya no miro el calendario pendiente de un día en específico en el que preparaba todo para dar el mejor recibimiento y al final quedaba esperando o pensando qué pasó que las cosas no resultaron bien. No me estresa la espera, la perfección, lo ético o lo políticamente correcto. Ya no siento pena por mí de ver cómo, incluso, mis más cercanos viven, sueñan sin preguntar cómo estoy por miedo a abrir la herida. Que la vida siguió igual, que el mundo no se detuvo. Que mi dolor por grande que fue -no que haya dejado de ser sino que lo relegué- no detuvo al mundo.
Que ya no tengo ataques de llanto en soledad ni ganas de gritar y puedo hablar del tema pensando que así es la vida, que no sólo me pasa a mí. Como diría alguien: "La vida es con dolor"
Definitivamente había entendido el mensaje. Lo comprendí desde la dolorosa forma que me lo hicieron saber, desde el silencio, el desprecio, la falta de interés, el desplazo, el rechazo, la exclusión, la incomunicación y el transcurrir del tiempo.
Pasé casi trescientos días de un profundo dolor. Hubiese preferido estar enferma y ser amada y valorada, a estar sana y ver que no le importaba a un ser al que le había dedicado desvelo, protección, amor.
La impotencia me sujetó con su camisa de fuerza hasta que sola pasó la furia mordedora de lo incomprensible e inexplicable y llegó la cura: sin ungüentos, sin paños tibios, sin cuidados ni compasión. Sin una llamada para preguntar como estaba, o escuchar una disculpa.
Hoy, gracias a que eso pasó, sé que soy la persona más importante en mi propia vida y sé a quienes les debo agradecer por haberse preocupado realmente, los que me brindaron - ya no una palabra de consuelo porque se les habían acabado, y porque ante un dolor así no hay palabras que consuelen- una mirada en la cual refugiarme y hallar comprensión.

Que puedo continuar y retomar la normalidad sabiendo que tú estás bien, sano, feliz, progresando... en fin, con una vida plena en algún lugar que desconozco de este vasto universo donde decidiste y no quieres que este. Y esa es una determinación que hay que respetar.

domingo, 18 de diciembre de 2016

El mejor regalo de navidad.

   El mejor regalo de navidad.

El niño despertó cuando escuchó el delicado sonido del picaporte de la puerta. Se levantó con cuidado para que no le traqueara ningún hueso y para no tener algún percance que produjera ruido, y fue en punticas de pies,  recorriendo despacio el pasillo que separaba su cuarto de la sala.
Cuando llegó al final del corto recorrido, desde su posición, divisaba el luminoso arbolito de navidad ubicado en una esquina de la habitación, frente a los ventanales que dan al portal y a la calle; y que días antes, en compañía de su hermana, había ayudado a su madre a armar y a engalanar. Allí vio a Santa -ese regordete, barbiblanco, y casi anciano señor vestido con su indumentaria roja y su gorro de pico terminado en un blanco pompón- portando su morral cargado de juguetes que con dificultad colocaba en el suelo. Se dirigió a él en voz baja para no asustarlo y para no despertar a nadie más.
_ Hola, Santa. - El visitante se volteó sorprendió pero no perdió la amabilidad de su rostro, y quedó escuchando al infante que continuó-. Este año deseo pedirte algo sumamente especial -distinto a todo- por eso no te hice llegar mi acostumbrada carta. Deseo por favor, de ser posible, me regales La Esperanza.
He estado pensando en eso y creo que es lo que en realidad deseo. Dicen que puede ser muy grande o pequeña, que puede colmar un espacio vacío y aún no haber nada en él. Hacernos ver cosas buenas donde todavía no han sucedido. Que teniéndola, uno puede salvarse e ir sonriente por la vida como si las cosas fueran a salir siempre bien. ¡Ah!, y que además no hay que dosificarla que aunque la compartamos alcanza para todos porque no se agota. Estoy deseoso de saber qué aspecto tiene.
¡Jo,jo,jo! - Se rió bajito Santa ante tan curiosa petición, colocándose una de sus manos enguantadas frente a la boca, y respondió: _ Has sido un niño tan bueno que te concederé el regalo. Eso sí, debes tener algo muy presente: la esperanza es muy valiosa pero por sí sola no funciona. Debes imprimirle amor y esfuerzo.
Úsala para lograr lo que anhelas dando siempre lo mejor de ti, con eso no vas a necesitar mucho más para hacerte un hombre de bien.
Entonces el viejito pascuero sacó de su enorme bolsa una pequeña caja rectangular envuelta con un papel de listas rojas y blancas, atada con una cinta roja de terciopelo y coronada con un gran florón hecho del mismo material, y le aclaró al niño antes de entregársela: _ Acá está La Esperanza y además están las instrucciones de uso.
El niño preguntó: _ ¿Entonces tú sabías lo que yo te iba a pedir?
Y Santa, acomodándose esta vez la pesada talega sobre los hombros,  contestó: _ ¡Jo,jo,jo! Yo lo sé y lo intuyo todo.
Revolvió el pelo al niño en señal de despedida y salió por donde vino, perdiéndose minutos más tarde entre las nubes de un cielo estrellado por donde se asomaba a ratos una luna gigante.
El niño lo siguió con la mirada hasta que su trineo se perdió en la inmensidad y dejó de escucharse el tintineo de los cascabeles. Cuando quedó sólo se dirigió al pie del colorido e iluminado árbol navideño, se agachó despacio - impresionado por lo que acababa de suceder-  zafó delicadamente, pero lleno de curiosidad, el gigantesco lazo y abrió la pequeña caja. Dentro encontró un pergamino enrollado en el que se podía leer:
CÓMO USAR LA ESPERANZA. No saltar ni omitir ninguna instrucción.
- La esperanza es algo intangible que debes depositar en el corazón. Esa es la primera regla.
- Activarla con buenos deseos, dedicando esfuerzo constante en alcanzar tus metas.
- No necesita mantenimiento.
- Es inagotable siempre que la cargues con buenos pensamientos
- De fácil transportación, no pesa, no ocupa espacio.
- Hipoalergénica.
- Se adapta a cualquier clima y a cualquier condición.
Nota: Alejarla de las malas vibras y el pesimismo. Si tu esperanza se mantiene saludable lo sabrás porque siempre estarás sonriente y positivo.
El niño se sintió emocionado, al fin tenía lo que tanto ansiaba. Tomó la cajita para repasar lo leído y asegurarse de no fallar absolutamente en nada y poder echar a andar su esperanza. Fue contento a meterse de nuevo en la cama -aún faltaban unas horas para el amanecer- por suerte nadie en la casa había escuchado nada. Se quedó dormido casi de inmediato con el pequeño obsequio apretado a su pecho y una sonrisa dibujada en su rostro.
Cuando se hizo de día despertó con un delicado beso de su madre en la frente y con una tierna caricia de ella en su rostro. Mientras le decía: Hijo, el desayuno esta listo. Ven, no nos demoremos más en abrir los regalos, tu hermana te espera. ¡Hagámoslo juntos!
 El niño se sentó súbito en la cama para contarle a su madre la conversación con Santa:
_ ¡Madre! Pero si yo... -Miró hacia su pecho buscando la adornada cajita que había tenido, allí, aprisionada durante la noche, pero no la encontró. Sólo vio sus manos entrelazadas.
¿Qué pasó, hijo, seguro tuviste un sueño? - Dijo la madre sonriente, revolviéndole el pelo y ayudándolo a incorporarse- ¡Vamos, levántate!
Luego del desayuno abrió -entre risa y curiosidad- las cajas que contenían los regalos a su nombre. Si era cierto que ese año no escribió una carta pidiendo algo en específico, a la vez -niño al fin-quería muchas cosas. En la base del árbol navideño lo aguardaban dos regalos: una caja que contenía una tablet y en otro envoltorio con mucho papel colorido, la patineta que en algún momento había manifestado querer tener.
Contento salió a la calle a compartir la alegría de los nuevos regalos con sus amigos. Al cruzar el portal pudo apreciar algo que brillaba en el césped junto a las plantas de gardenias, se acercó y vio un diminuto cascabel plateado, lo agitó, sonrió, y se hizo para sí una pregunta mientras guardaba el hallazgo en uno de sus bolsillos: ¿Habrá sido real, o habrá sido un sueño?
Pero a partir de ese día sabe que tiene la esperanza en su corazón, que la cuidará como es debido y que todo va a salir bien.


(DEDICADO A MIS HIJOS Y PARA CONTARLE A MI NIETA.)

lunes, 5 de diciembre de 2016

La huella de una musa


La huella de una musa
 Lunes 4 de enero /2016.




Hoy es un lunes-domingo donde no se hace nada, a alguien se le ocurrió que así iba a ser y yo estoy feliz, no porque haga siempre lo que me dicen que debo hacer, sino porque me conviene. Sólo por eso. 
Las musas hace tiempo no aparecen quizás no han querido interferir en mis trajines o los balaustres de estas viejas ventanas, que para mí son nuevas desde que me mudé y me alcanzan una nueva mirada, las asustan porque son tan libres que no quieren andar con la carga pesada de la obligación. Como a las niñas inquietas, que hay que dejar que hagan al final lo que desean. Ya vendrán cuando quieran y vean que acá tienen su espacio y que a pesar de lo grueso que suelan ser las barras, hasta por una simple rendija se pueden colar y hallar con qué jugar para encontrar inspiración y regalármela como siempre lo han hecho.
No es sólo por el feriado que amanecí feliz. Tuvo la culpa también una pequeña musa plateada que ayer vi posarse en tu pícara sonrisa durante la tarde cuando contemplabas esas plantas que sembramos al mudarnos y que ya en tan pocos días han echado brotes, y me hablabas. No te presté atención, miraba tus dientes, tus labios, tu boca sin adivinar lo que la diminuta musa trataba de insinuar. Mirándola de reojo para que creyera que no la veía por ser pequeña e insignificante, carente casi de importancia, continuó aún después revoloteando en mis pensamientos.
Hoy, a pesar que ya no está, hallé su huella en un pedazo de papel sobre la mesita de noche sujeto por el pote de crema contra las arrugas y el ungüento que usé para mitigar el dolor muscular del que padecía al acostarme, producto del trabajo en la huerta y las tareas diarias, a veces sin sentido -lo reconozco- sólo por decir que hice algo en el día y que no pasaron por gusto las horas sobre mi cabeza.
Un rayito de sol me despertó pasadas las diez, lógico después de habernos acostado tarde. Ese sí se las juega para presentarse y esta mañana lo hizo sin avisar siquiera, como el rey que es, y pasó por el hueco diminuto donde una vez hubo un clavo y chocó en mis pestañas haciendo incomodar el ya inquieto sueño. Desperté con tu perfume todavía en el aire y vi la nota junto a mi cabecera, tu nombre y el mío rodeados por el contorno de un corazón atravesado por una flecha y abajo decía: la amo, esposa.
La inspiración que me dejó aquella fugaz pequeña musa de la tarde se consumió muy pronto. Alcanzó para decirte las nuevas palabras de amor anoche, mientras nos amábamos, y tener las ganas de escribir estas letras y extrañarte hasta que vuelvas en la tarde, porque igualmente tuviste que trabajar. Sin embargo tú, para tu bello detalle, no la necesitaste.


miércoles, 30 de noviembre de 2016

Hoy nos piden.

Hoy nos piden


Hoy nos piden que dejemos   
descansar en paz a aquel        
que nos hizo tragar hiel           
y que fácil olvidemos.            
Puede que reconciliemos,        
y lo vamos a intentar,                
mas no es fácil perdonar          
en un país dividido                  
tras medio siglo vivido           
sin podernos expresar.             

Acá en este territorio   
donde se halla libertad,
para decir la verdad:     
¡Me río en este velorio!   
Y comparto el gran jolgorio.
Que me disculpen aquellos   
si no coincido con ellos.       
¿Por qué si hasta aquí vinieron,  
y sus vidas mejoraron             
sin sufrir los atropellos,
con los de allá lloran hoy?           
Qué pasa, con quién están,  
por qué mejor no se van 
que a criticarlos no voy 
y me dejan ser quien soy?   
Me hacen recordar a aquellos  
que tirando a degüello:     
¡Que los gusanos se vayan!,   
hoy adoran a Tío Sam        
y se cuelgan de su cuello.       

El manejo de intereses      
alienta la hipocresía         
por desgracia mayoría            
que a los ojos aparece    
y que cada día crece   
el que "al medio" va a vivir  
para mejor subsistir          
donde no se compromete 
como sino les compete  
qué a otros hace sufrir

sábado, 26 de noviembre de 2016

¡Botémonos a las calles!



¡Botémonos a las calles!


Botémonos a las calles
para celebrar sin duelo.
Que lo entierren en el suelo
que tuvimos que dejar.

Que nunca encuentre la paz
y que no conozca el cielo.
El que se murió de viejo
y estaba lleno de mal.

Quien quitó la libertad
a cada uno de los hijos
bajo el cielo azul perlino
de ese caimán sobre el mar.

El que sólo supo odiar
y llenarse los bolsillos.
El mayor de los caudillos
que el mundo pudo albergar.

El trepanador de sueños
para implantar mansedades
que llevó calamidades
a los hogares isleños.

Quien nos obligó a emigrar
y tomó nuestros destinos.
El poderoso asesino
que la historia absorberá

¡Que encuentre la oscuridad
enterrado bien profundo
ese hombre cruel e iracundo
instructor de Satanás!


jueves, 17 de noviembre de 2016

¡Mi cafetera!



¡Mi cafetera!


Ayer, cuál sería mi sorpresa, fui a hacer café y la cafetera no funcionó. Cambié de posición el enchufe. Revisé el tomacorriente, el cable, me percaté que el breaker o interruptor automático, no se hubiese disparado por algún cortocircuito; apreté para arriba uno y cada uno de ellos con el palo de la escoba por miedo a un accidental corrientazo, pero todos estaban bien. Le di para atrás al botón lateral de la máquina de café y nada. Entré en pánico. ¡Se rompió la cafetera! Se fastidió la Mr Coffe Espresso de cuatro tazas que una amiga cubana, de acá mismo del edificio, me había regalado -ya de uso- hacía algún tiempo. El motivo, según ella: que casi no la usaba. Trabaja y cuando llega en la noche casi ni entra en la cocina. Y aquí, en casa, yo le daría mejor uso pues todo el que llega toma café, desde el Sr que limpia el edificio  y sus alrededores, que tan amablemente riega con frecuencia las plantas del patio, o me regala una matica y hasta una gigantesca calabaza para que haga un flan y le convide. La vecina que me llama por "mami" y pasa a saludar y a contarme cómo le fue el día, el que viene a dejar una ropa para que le arregle, el fumigador, sin contar -claro está- la familia que ahí sí se pone bueno el asunto pues la cafetera no descansa: hago café cuando llegan, después que almorzamos y cuando se van a ir. Y a ella, a la susodicha vecina que me había hecho el obsequio, que también pasa diariamente. En definitivas, que mi cafetera amada había muerto prematuramente o de tanto uso. Ya casi me echo a llorar pues la verdad es que eran casi las dos de la mañana, hora en que le preparo el desayuno a mi esposo antes de que parta a trabajar, hago todo apurada… ¡Y la cafetera venirme a hacer esto!
Reaccioné, respiré profundo, para que la situación no me dominara y miré para la Cuisinart que aguardaba para ser usada desde hacía tiempo, allá en un rincón de la meseta. Sí, mi otra cafetera que había quedado olvidada por haber preferido de un tiempo a esta parte a la difunta. Pero con el sueño, debido a la hora, me le paré delante a recordar cómo funcionaba. Y me dije: esta es más rollo que película porque es como el comunismo: mucho ruido y poco avance. Parece un laboratorio en miniatura. Tiene un depósito trasero transparente por donde se ve el nivel del agua, dos luces delantera, la del encendido y la que se apaga cuando ya tiene el calor requerido; dos botones, uno que se gira para que cuele el café y otro para hacerle la espuma, una perilla por donde echa el vapor para hacer la espuma del café cortado, una bandeja arriba para colocar las tazas a que se calienten..., y en resumidas cuentas el café sale clarito y tiene la opción hacer sólo dos tasas. ¡Dios mío! ¡Cómo pude comprar este aparato! Eso sí, para hacer los cortaditos no tiene precio pero como nos gusta el café negro… ella había quedado rezagada. Pero ahora, por el apuro tenía que resolver con esta.
Recordé entonces cómo sería tener ahora uno de aquellos coladores de tela que mi madre usaba cuando nos preparaba el desayuno antes de ir a la escuela. Siempre me parecieron ajustadores de una sola copa, como sustraídos de la lencería de una extraterrestre, cuyo contorno metálico descansaba en un trípode de hierro. Había que echarles el doble de café y con una cuchara grande, o de cabo largo para que llegara al fondo del colador, apretar el polvo hacia abajo y enrollar el cono de tela, haciendo un tirabuzón, para extraer al máximo la esencia de ese polvo negro que tenía tan poco porcentaje de café. Su gran contenido era chicharro, que tostado y molido mezclaban con una pequeña cantidad de polvo del cafeto, y nos lo daban en Cuba por la libreta a razón de dos onzas por persona cada quince días. Y que por el contrario nos costaba tanto conseguir en el mercado negro.
Si el amigo originario de la provincia más oriental de la isla, desde su tierra pródiga en producir este grano; sorteando vigilancias, nos traía a la puerta el fresco y natural producto de la tierra, listo para tostar, miraba para ambos lados de la acera y poco menos que jalándolo de la camisa lo metía para adentro y, sin importar que pensarán que era mi amante, le pagaba en dólares toda su mercancía evitándole arriesgarse yendo de puerta en puerta cosa que le garantizaba siempre no sucedería si venía primero donde estaba yo. Luego otro lío era tostar el grano y que el olor no nos delatara con el vecino chivato que colindaba con nuestro patio.
La época del colador de tela pasó rápido, por suerte, aunque recuerdo haber visto a mi madre zurcir el deteriorado tejido muchas veces o hacer uno de tela de camiseta y ajustar al borde superior del aro de metal con unas puntadas hechas a mano, porque tampoco se podía comprar uno nuevo con facilidad.
Con la llegada de la cafetera diseñada en Italia que irrumpió en los hogares cubanos y que entró en ellos para quedarse hasta la actualidad, el cedazo de tela se olvidó. Aunque esto de las cafeteras italianas fue otra historia. Luego se adquirían las de producción nacional hechas por la INPUD (Industria Nacional Productora de Utensilios Domésticos), situada en la provincia de Santa Clara. Este tipo de cafeteras tienen un problema. Cuando se les cae el asa plástica derretida por el alcance de la llama de la cocina se hace muy difícil su manipulación. Seguramente su fabricante las ideó para hornillas eléctricas - imposible de hacerlas funcionar en Cuba donde se sufren tantos apagones y donde la gente cocina con el combustible que puede -hasta con leña en el patio. En ese caso echábamos mano al alicate para sacarlas de la candela. A veces las manos parecían de amianto aguantando el excesivo calor en el proceso de servir las tazas con tal de culminar con éxito la delicada operación de sujetarla sin quemarnos o derramar el preciado líquido.
Esas mismas cafeteras aquí en Estados Unidos, bellas y de mejor calidad, descansan olvidadas en los estantes de los mercados que venden productos destinado al inmigrante consumidor isleño, o al latino. Y se pueden observar ubicadas allá arriba, donde nadie alcanza y pocas veces mira.
Con la cantidad de artefactos de variados diseños que han llegado al mercado destinados a hacer café estas legendarias cafeteras italianas quedaron en desuso, aunque debo admitir que son espectaculares y que no tengo ninguna para que me saque de apuro, cómo me sucedió.
Pero ayer, después que mi esposo se fue, cuando quedé tranquila en casa cogí el computador y busqué por Amazon para comprar una Mr. Coffee nueva, porque ya aquí tampoco se usa eso de estar mandando a arreglar o buscar al vecino con conocimientos de electricidad que nos pueda componer al artefacto dañado. No, aquí se bota lo viejo y se compra nuevo, así pasa con todo aunque reconozco que soy dada a componer. Estoy casi segura que fue la resistencia lo que se dañó. Pero si tuviese suerte de encontrar un taller que haga ese trabajo me cobrarían por el arreglo casi lo mismo que sale comprar una nueva por internet y con el envío gratis, "free shipping" como dicen aquí, incluido. Por eso realicé la compra con entrega prevista para mañana y ahora sólo queda esperar que toquen a la puerta y recibirla.
Ruego porque llegue en tiempo y no haya tranque de tráfico en los puentes MacArthur y Julia Tuttle que dan acceso a Miami Beach, o alguna manifestación anti-Trump que los inmigrantes, o los hijos de éstos, justamente realizan por estos días en contra del recién electo presidente que piensa levantar un muro en la frontera con México usando a los propios mexicanos para que paguen y alcen la muralla; esos mismos inmigrantes que cada día impulsan hacia adelante este país, o que haya mal tiempo o algo que impida la llegada prevista del camión de la UPS; cargado, transportado y descargado seguramente por un inmigrante, al que ya en la puerta recibiré hablándole en inglés y le invitaré, si tiene tiempo, a degustar de un cafecito cubano en la anhelada y recién estrenada cafetera Mr. Coffee Espresso para cuatro tazas.
   

sábado, 12 de noviembre de 2016

De cuando era feliz (Alma con alas)

De cuando era feliz




De cuando era feliz
conservo intacto
un pedazo de luz en la mirada
iluminando el camino ante mis ojos
por donde espero pronta tu llegada.

Y conservo aún algo de sentido
que poco a poco
ha ido ganando la locura.
También la gula de haber sido dichosa,
en un diario que hoy nombra a la amargura.

Una vez pregunté a Dios cómo sería
vivir sin tanta dicha regalada
cuando hinchado el pecho de gozo llevaba
y dormido entre mis brazos te miraba.
Él, en su acostumbrado silencio,
demoraba en contestar
para luego responder con este trueno
de penoso dolor,
lacerante dolor
y dolor ciego,
que en respuesta
a mi pregunta daba.

Me levanto cada día con una mueca
trastocada en apariencia de feliz sonrisa.
Mas me levanto…
y por miedo de pararme en la cornisa
abrillanto la esperanza incolorada
esperando ver tu amado rostro iluminado
con la alegría del reencuentro
deseado
que inesperado será,
como lo ha sido,
este tiempo incalculado
en que te has ido.
Hijo de mi alma,
amado hijo.

Autoría y derechos:
Marta Requeiro.


lunes, 31 de octubre de 2016

Héroe anónimo

Héroe anónimo


De este depósito de agua en específico que se encuentra en Lincoln Rd, acá en Miami Beach y que es usado como gran pecera para la entretención de los niños, se salió está tarde un pez. Un pequeño, grisáceo e insignificante pez de aproximadamente diez centímetros, algo mayor pero parecido a esos que en Cuba veíamos con frecuencia y llamábamos "pescaitos".
Los transeúntes, en su relajado ir y venir dominical, entraban y salían de las tiendas aledañas; veían la cartelera de películas que anuncia el Lincoln Cinema situado en la misma esquina con Alton u ocupaban las mesas del Steak Hause que esta frente al estanque sin percatarse de lo sucedido. Quizás lo verdusco del cemento que conforma el piso que rodea el embalse dejó al pequeño ex nadador mimetizado sin llamar la atención de los que pasaban, pero si permanecía más tiempo fuera de su hábitat en pocos segundos iba a estar muerto.
Mi esposo y yo acostumbrados a caminar con frecuencia de un lado a otro de esta concurrida calle; más los domingos porque hay feria de frutas y verduras y cerca de las seis de la tarde los vendedores empiezan a recoger sus kioscos y a rematar los productos antes de cerrar, pudimos presenciar el hecho y lo excepcional que sucedió después.
Un joven que iba en bicicleta, dotado de su envidiable visión juvenil, se dio cuenta que algo saltaba en el húmedo y oscuro piso. Se detuvo, se bajó rápidamente de su bici dejándola recostada al borde de concreto que sirve de contención al agua, se agachó y recogió del suelo al animalito que iba ya abandonando la vida.
Con la expertise del mejor rehabilitador, y enseguida rodeado por algunos curiosos -entre los que nos encontrábamos mi esposo y yo- tomó al pequeño moribundo que cada vez saltaba menos y comenzó a aplicarle pequeñas  compresiones en la zona media-baja del abdomen, justo donde se encuentra la aleta pectoral. Usó los dedos índice y pulgar de la mano derecha y daba pequeños apretones simulando el latido del corazón, mientras hacía una pequeña cuenca con la mano izquierda metida en el agua donde el pececito se pudiese mantener sumergido.
El animalito de a poco comenzó a dejar de abrir y cerrar desesperadamente la boca, por un momento se viró de lado y al parecer no había nada más que hacer. El insistente mozo continuó repitiendo la delicada y cadenciosa técnica mientras le decía al agonizante: "come on, come on", y el círculo de curiosos crecía. La tensión y el silencio se podían cortar en el aire, todos estábamos atentos al desenlace. Al fin el pez recobró el aliento y el muchacho introdujo un poco más en el agua la mano donde sujetaba al resucitado paciente y dejó que éste nadara libre junto a sus otros compañeros.
El silencio se rompió con un cerrado aplauso de los espectadores, el joven sonrojado hizo una reverencia, se montó en su bicicleta y, sin más, se confundió entre la gente. Esta tarde de domingo conocimos un héroe anónimo, un joven sencillo, como cualquier otro. Hoy vine gozosa a casa confiando un poco más en la humanidad; sabiendo que la esperanza en un mundo mejor, más tolerante y auxiliador: está viva.

No pude filmar el suceso en el momento que ocurrió, habíamos dejado cargando el celular. La foto que ven la tomé un rato después para poder ilustrar esta anécdota que no quería dejar de contarles.

domingo, 23 de octubre de 2016

Hijo ingrato.

Hijo ingrato


Que frágil era tu amor
como una velita erguida
que su mecha consumió
de tanto estar encendida.

Y que frágil tus promesas
de querernos con la vida
que un disgusto quebrantó
y las dejó sometidas.

Si por la tristeza muero
y vienes a mi tumba fría
ya no hará falta tu amor,
tus promesas de mentira.

Con un puñado de rosas
no vayas a decir después:
Los aparté de mi vida
¡Ay, madre, me equivoqué!

Porque madre es una sola
y una también es la vida
que cada día separados
hace más honda la herida.

Si no quieres a tu madre
¿a quién quieres con valía?
Mira, que tú ya eres padre...
¡Y vas a saber algún día!

Esta madre que te implora
atención y compañía
por el amor a tu hermano
es que se mantiene erguida.

Sonreír ya no nos deja
confieso, este gran dolor
y hemos de cumplir la pena
pensando cuál fue el error

La juventud da valor
la vejez, sabiduría.
Y el tiempo arrepentimiento
de no actuar bien en la vida.

Sólo cuidados, desvelos
de nosotros recibías,
nunca pensé que hombre ingrato
un día te volverías.

A Dios le pedimos siempre
nos devuelva la alegría
de vernos sentarnos todos
junto a la mesa servida.

Si olvidaste los valores,
con que te educamos siempre.
esperemos que sensato
organices bien tu mente.

¿Has creído ser mejor
que estas personas sentidas
por las que hoy ni preguntas
y sacaste de tu vida?

Autoría y derechos:
Marta Requeiro.




domingo, 16 de octubre de 2016

Durante la noche.

Durante la noche.



En las noches de este apartado pueblo marítimo del este de La Habana el cielo siempre ha dado la impresión de ser un gran manto negro agujereado extendido sobre las casas y las calles a oscuras por donde se filtra la luz.
Las estrellas se ven mucho más luminosas gracias a los apagones que se sufren diariamente desde antes del ocaso y hasta el amanecer.
El retumbar de sus tacones sobre el asfalto, sumado a la oscuridad y a la soledad fría, típica de la madrugada, daban la sensación de que fuera la única habitante en el universo, aunque ella sabía que eso era imposible pues esas estrellas tan distantes debían guardar muchos secretos, más cuando titilaban como si estuvieran transmitiendo algún tipo de comunicación no verbal, como el código el Morse.
En sus años de operadora internacional telefónica había tenido la oportunidad de percibir en las líneas, aparentemente vacías, ruidos que cambiaban de intensidad y frecuencia; dejándole la certeza que lo que escuchaba era algún tipo de notificación o mensaje cifrado. 
Lo había comentado, incluso, en ocasiones había querido captar alguna secuencia sonora y recordarla para ser capaz de repetirla con un sonido gutural, por ejemplo, como algunas veces lo intentó; pero ocurría que no siempre era posible memorizarlo al detalle debido al trabajo que tenía que desempeñar, comprensible, teniendo en cuenta que la compañía telefónica situada en la misma esquina de Águila y Dragones, ahora llamada ETECSA, era la más importante del país y el trabajo ahí era intenso e ininterrumpido.
Cambió la cadencia del paso para que el tic-tac de sus tacones sobre la acera dejara de parecérsele a la de un reloj marcando el tiempo hasta la llegada de ese momento en el que algo ocurriría, y al que por intuición temía en las solitarias caminatas a oscuras durante esos trayectos de la parada de la guagua a la casa, cuando trabajaba en ese horario.
Sentía miedo. El apagón y la noche tenían todo tan oscuro que apenas podía alcanzar a ver la mano con la que aferraba el bolso con sus pertenencias al cuerpo.
Un auto le pasó por el lado rompiendo el silencio. Seguramente interrumpiendo sus pensamientos de la existencia de otros mundos en ese vasto e infinito universo iluminado que se extendía sobre su cabeza y el pueblo. Donde era probable existieran lugares muy distintos al que le había tocado habitar. 
Siguió con la mirada la luz roja de los faroles traseros del vehículo, como quien mira los ojos rojos de un extraño animal, los que al final se cerraron cuando éste dobló en una de las calles, volviéndola a dejar con la misma sensación de aislamiento.
Cuando más apuraba el paso, para acortar la distancia hacia la casa, más parecía molestarle el taconeo que delataba su situación indefensa ante tanta quietud.
Había salido de su trabajo en el centro de la ciudad y recorrido cerca de dos kilómetros para coger la guagua que la trasladaría desde allí hasta el caserío de pescadores donde vivía. 
Era usual que el transporte se demorara en aparecer e imposible llevar los horarios del recorrido. Podía estar tres horas en la parada o tener la suerte de no esperar demasiado, ésta vez no la tuvo, y sumando el trayecto -conjeturo- había perdido más o menos tres horas de descanso. ¡Qué mala calidad de vida!, acostumbraba a decir en forma de murmullo. Ya se encontraba allí, venciendo el último tramo de su recorrido para llegar al fin a descansar.
Estaba cansada de la misma rutina de siempre, como los lugareños, que tentados por la desesperante situación del país se habían estado yendo de forma clandestina y por lo general se valían de noches como estas para lograrlo o no; pues de muchos -incluso- no se llegaba a saber nunca más. El sentimiento asfixiante de tener la sensación de vivir en círculos, sin cambios, sin mejoras; había hecho que pensara en esa posibilidad muchas veces. Esperaba -en su fuero interno- llegar a tener el suficiente valor algún día y hacer realidad la idea de perderse de todo aquello.
Continuó su camino contemplando las fachadas cada vez más ruinosas. Erosionadas por el salitre, el tiempo y la falta de recursos. Allí donde durante el día las personas se posaban como aves desahuciadas a espantar sus penas hablando de cualquier cosa y buscando la forma de subsistir.
Dos luces amarillas muy brillantes surgieron del final de la avenida que transitaba y que topa con el mar. Otro auto -debe haber pensado-. ¡Sólo dos en todo lo que va de recorrido!
Las señales luminosas ascendieron de forma inesperada y vertiginosa por detrás del caserío, al lado de esas dos primeras se hicieron visibles otras en paralelo. Un cintillo de luz emergió ante sus asombrados ojos. Un inmenso platillo volador, en forma de sombrero con luces en el alón y chorreando agua de mar, se hizo presente. Quedó petrificada ante el impacto visual.
En menos de un segundo éste estaba sobre su cabeza, abrió una puerta en su barriga metálica y la succionó como muñeca de trapo a través de un cono de luz, cerró la compuerta y se la llevó sin dejar testigos, sólo yo. 
La nave subió al cielo estrellado a una velocidad pasmosa convirtiéndose primero en un punto de luz más y luego en parte de la oscuridad.
El pueblo volvió a quedar en penumbras, callado, y tranquilo. Solo el ladrido de los perros se escuchaba en la lejanía. Al amanecer le echarían de menos como lo habían estado haciendo por mucho tiempo con tantos otros.
Yo, su perro guardián, que la conozco desde niña y siempre la espero despierto y atento, vi todo desde la acera de la casa. No podría contarlo pues no me creerían, ahora la extraño pero sé que debe estar en un mejor lugar.

Autoría y derechos: 
Marta Requeiro. 

miércoles, 12 de octubre de 2016

A las doce.

A las doce.






A las doce la aguja se inclina.
A la una, una hora pasó.
A las dos en un beso confió.
A las tres ya se ha abierto el clavel.
A las cuatro pensaré por un rato
que a las cinco todo será distinto.
A las seis ya no sé lo que hacer.
A las siete, espero que se aquiete
el pesar que en mi pecho abrocho.
Todavía está, y van a ser las ocho.
A las nueve en mi alma la nieve.
A las diez se deshoja el clavel.
A las once me pregunto si entonces
A las doce...




sábado, 1 de octubre de 2016

¡Y Fidel cumplió 90 años...!




Hace más de un mes 
Fidel cumplió 90 años. Veo hoy su foto en las noticias y se aprecia decrépito, con aspecto indefenso. Convertido en un anciano que merece piedad, compasión y cuidado. Me pongo a pensar que de no haber sido tan testarudo, tan cerrado con sus ideas políticas, si hubiese tenido una forma de mandato más tolerante en todos los sentidos las cosas hubieran sido diferentes. Quizás no nos hubiésemos tenido que ir de Cuba. Habríamos vivido cerca de la familia, crecido junto a los amigos de la infancia. No hubiera tantos muertos que lamentar en el fondo del mar, después de haber perdido sus vidas en una fallida travesía intentando llegar a estas tierras del norte. La historia de muchos, e incluso del mundo, se habría contado y escrito de otra manera. Los conflictos fronterizos con los cubanos amontonados en países de Centroamérica, varados y hacinados esperando una oportunidad o un dictamen favorable para su situación, los asesinados por los llamados "Coyotes" sería algo inimaginable.
El 8 de Enero del 2015 se dijo que Fidel había muerto. Se pensaba que había ocurrido días atrás, y que lo habían estado ocultando por algún asunto coyuntural existente en el tapete político –siempre tenso- entre Estados Unidos y Cuba. El ruido noticioso a través de las redes sociales evidenciaba que algo pasaba. Tal vez es la idea, que nos venimos haciendo, de que esa noticia puede llegar a ser real en cualquier momento, dada la frágil salud que presenta el comandante hace ya bastante tiempo. 
Cierto era que hacía mucho rato no salía en la tele y no se hablaba de él en ningún medio de comunicación, esta realidad hacía el hecho más creíble. Recuerdo que llegó a escucharse el rumor del fallecimiento de uno de los dos hermanos Castros. ¡¿Podía entonces ser Raúl?! Era la interrogante que nos hacíamos.
Hacía años, en Cuba, un amigo babalawo nos dijo a mi esposo y a mí, sentados en el portal de la casa, mientras conversábamos de la situación del país, que el hermano menor se iba primero. No sabemos en qué se basó para tal afirmación, si fue un "déjá vu", o un susurro al oído por parte de sus "prendas" o sus fuentes religiosas, pero teniendo en cuenta la seriedad de sus palabras y la labor de adivinación con la que se ganaba la vida, entre algún que otro negocio o bisnecito, llegamos a creerle.
Pero ese día de enero, no cabía dudas: ¡Algo estaba pasando! Sólo la idea de pensar que fuera cierto hizo que experimentara una sensación extraña, de paz y cansancio al mismo tiempo.
Pasó por mi mente toda mi vida en un flash: Las levantadas temprano para coger la guagua que nos llevaría a formar parte del incontable número de personas concentradas en la Plaza de la Revolución, que entonaríamos los himnos comunistas bajo el sol y arengaríamos por aguantar el bloqueo y en contra del imperialismo, para luego escuchar aquellos discursos interminable plagados de frases llamando a la resistencia, al odio. Aquellas, las mismas de siempre, una y mil veces repetidas.
Recordé la niñez con tres juguetes normados al año: el básico, el no básico y el adicional. Las noches sin dormir esperando para cuando “cantaran” los números de la lista estar ahí y no perder el turno, aspirando a coger de los mejores lugares al momento de la compra, siempre guiados por el papel que pegaban en la puerta del Seccional de los CDR (Comité de Defensa de la Revolución) de la localidad, donde se apreciaba la cantidad de juguetes que había en existencia y por la que uno podía ir guiándose para saber a cuales aspirar con antelación. ¡Qué difícil cuando se quería una bicicleta o una muñeca Dunia, aquellas que venían con un pomo de leche, y el número que nos correspondía era más alto que la cantidad existente de estos anhelados juguetes!
Me abstraje y recordé cuando marchaba en el patio de la ESBEC, en la Isla de la juventud, aún con el frío de la madrugada, faltando horas para amanecer, cantando el himno nacional y luciendo orgullosa el uniforme azul, todo por aspirar al carnet de Joven Comunista. Del desyerbe de los surcos en los campos de cítricos bajo el abrazante sol. De los pases de cuatro días a la casa, por cada veintiocho en la escuela, de los que perdíamos casi uno entre las más de doce horas de viaje en el Ferry, para cumplir los trayectos de ida y regreso entre Batabanó y La Habana. Experimenté, en forma vaga, aquella sensación de orgullo de cuando me otorgaron el anhelado carnet de la organización juvenil, reviví en mi imaginación los vítores y aplausos en el polígono de formación de la escuela y hasta creí sentir el olor a nuevo del documento.
Recordé como fue comer como en bandejas de metal: pescados con ojos y escamas, arroz con gusano, frijoles aguados y Masareales y otros dulces conservados y manipulados con dudosa higiene. La maleta de madera con candado, colocada a la cabecera de la litera en que dormía echando siempre de menos la casa.
Las noches de guardia en los CDR, las caldosas de los 26 de julio, y los 28 de septiembre amenizados por la canción “En cada cuadra un comité”. La chivatería del vecino “imperfecto”, del dirigente "cuadrado". Las guaguas que no pasaban nunca, o no paraban porque ya venían llenas. Las colas para adquirirlo todo siempre por la libreta, los cinco huevos por persona al mes, las tres libras de arroz, un pan por día, el café mezclado con chícharos, el cuarto de litro de aceite por persona, al mes, que parecía aceite de camión. La contradictoria cola para el pescado en un pueblo de pescadores donde, además, estaba vedada la pesca de muchas especies. De esa misma agobiante cola para adquirir la masa cárnica o el picadillo de soya, apestado de las moscas y la falta de frío al momento de comprarlo. De los apagones en noches de extenuante calor, o mejor dicho los alumbrones, porque pasábamos más tiempo sin energía eléctrica. De tener que cargar el agua en baldes, desde el patio, para hacer las cosas de la casa por no haber agua corriente en las tuberías, o de tener que sobornar al chofer de la pipa para adquirir el preciado líquido. 
Evoco la tristeza por la separación de mis seres queridos cuando partí de Cuba. La siento igual ahora tras tantos años de exilio forzado por desacuerdo de toda índole. La muerte se llevó a muchos de los que, pensé, volvería a ver sin darles la posibilidad de ver a Cuba liberada. 
Mi padre creyó también en ese gobierno y nos lo inculcó. Llegó a ser trabajador "moncadista", esforzado y de los mejores. Partió hace años del mundo de los vivos. No sé si habría pensado igual tocándole vivir lo que a nosotros o si, como a muchos, se le hubiera ido la fe. La vida lo abandonó de súbito con cuarenta y dos años. Los que quedábamos fuimos cansándonos de a poco de ese constante afán por sobrevivir, desengañados, disidimos dejar la tierra que nos vio nacer y emigrar.
Eso sí, algo ha quedado demostrado: una cosa predican esos gobernantes, y otra muy distinta hacen. Cincuenta y seis años de poder es demasiado. ¡Más que suficiente!, para destruir el país y enriquecerse; quitándonos lo más preciado: la libertad. 
Tanta devoción sin ver que íbamos camino al abismo. Dios quiera que no se repita la historia de nuestra tierra en ningún otro sitio del planeta. 
Aquella noticia que corría por las redes sociales el 8 de Enero del 2015, fue falsa. No es que desee la muerte de nadie pero me llené de ilusión pensando en un cambio en mi terruño querido. Creo en los métodos pacíficos para hallar la democracia y vivir en armonía, sin tener que usar métodos represivos como lo ha hecho el gobierno de la isla por tantos años. Anhelo con intensidad la libertad de Cuba. De sólo pensar que al régimen le queden muchos  años en el poder, que el país se deteriore más, y sus familias se sigan desmembrando:Tiemblo.