Héroe anónimo
De este depósito de agua en específico que se encuentra en Lincoln
Rd, acá en Miami Beach y que es usado como gran pecera para la entretención de
los niños, se salió está tarde un pez. Un pequeño, grisáceo e insignificante
pez de aproximadamente diez centímetros, algo mayor pero parecido a esos que en
Cuba veíamos con frecuencia y llamábamos "pescaitos".
Los transeúntes,
en su relajado ir y venir dominical, entraban y salían de las tiendas aledañas;
veían la cartelera de películas que anuncia el Lincoln Cinema situado en la
misma esquina con Alton u ocupaban las mesas del Steak Hause que esta frente al
estanque sin percatarse de lo sucedido. Quizás lo verdusco del cemento que
conforma el piso que rodea el embalse dejó al pequeño ex nadador mimetizado sin
llamar la atención de los que pasaban, pero si permanecía más tiempo fuera de
su hábitat en pocos segundos iba a estar muerto.
Mi esposo y yo
acostumbrados a caminar con frecuencia de un lado a otro de esta concurrida
calle; más los domingos porque hay feria de frutas y verduras y cerca de las
seis de la tarde los vendedores empiezan a recoger sus kioscos y a rematar los
productos antes de cerrar, pudimos presenciar el hecho y lo excepcional que
sucedió después.
Un joven que iba
en bicicleta, dotado de su envidiable visión juvenil, se dio cuenta que algo
saltaba en el húmedo y oscuro piso. Se detuvo, se bajó rápidamente de su bici
dejándola recostada al borde de concreto que sirve de contención al agua, se
agachó y recogió del suelo al animalito que iba ya abandonando la vida.
Con la expertise
del mejor rehabilitador, y enseguida rodeado por algunos curiosos -entre los
que nos encontrábamos mi esposo y yo- tomó al pequeño moribundo que cada vez
saltaba menos y comenzó a aplicarle pequeñas compresiones en la zona
media-baja del abdomen, justo donde se encuentra la aleta pectoral. Usó los
dedos índice y pulgar de la mano derecha y daba pequeños apretones simulando el
latido del corazón, mientras hacía una pequeña cuenca con la mano izquierda
metida en el agua donde el pececito se pudiese mantener sumergido.
El animalito de a
poco comenzó a dejar de abrir y cerrar desesperadamente la boca, por un momento
se viró de lado y al parecer no había nada más que hacer. El insistente mozo
continuó repitiendo la delicada y cadenciosa técnica mientras le decía al
agonizante: "come on, come on", y el círculo de curiosos crecía. La
tensión y el silencio se podían cortar en el aire, todos estábamos atentos al
desenlace. Al fin el pez recobró el aliento y el muchacho introdujo un poco más
en el agua la mano donde sujetaba al resucitado paciente y dejó que éste nadara
libre junto a sus otros compañeros.
El silencio se
rompió con un cerrado aplauso de los espectadores, el joven sonrojado hizo una
reverencia, se montó en su bicicleta y, sin más, se confundió entre la gente.
Esta tarde de domingo conocimos un héroe anónimo, un joven sencillo, como
cualquier otro. Hoy vine gozosa a casa confiando un poco más en la humanidad;
sabiendo que la esperanza en un mundo mejor, más tolerante y auxiliador: está
viva.
No pude filmar el
suceso en el momento que ocurrió, habíamos dejado cargando el celular. La foto
que ven la tomé un rato después para poder ilustrar esta anécdota que no quería
dejar de contarles.
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