Durante la noche.
En las noches de este apartado pueblo marítimo del este de La Habana el cielo siempre ha dado la impresión de ser un gran manto negro agujereado extendido sobre las casas y las calles a oscuras por donde se filtra la luz.
Las estrellas se ven mucho más luminosas gracias a los apagones que se sufren diariamente desde antes del ocaso y hasta el amanecer.
El retumbar de sus tacones sobre el asfalto, sumado a la oscuridad y a la soledad fría, típica de la madrugada, daban la sensación de que fuera la única habitante en el universo, aunque ella sabía que eso era imposible pues esas estrellas tan distantes debían guardar muchos secretos, más cuando titilaban como si estuvieran transmitiendo algún tipo de comunicación no verbal, como el código el Morse.
En sus años de operadora internacional telefónica había tenido la oportunidad de percibir en las líneas, aparentemente vacías, ruidos que cambiaban de intensidad y frecuencia; dejándole la certeza que lo que escuchaba era algún tipo de notificación o mensaje cifrado.
Lo había comentado, incluso, en ocasiones había querido captar alguna secuencia sonora y recordarla para ser capaz de repetirla con un sonido gutural, por ejemplo, como algunas veces lo intentó; pero ocurría que no siempre era posible memorizarlo al detalle debido al trabajo que tenía que desempeñar, comprensible, teniendo en cuenta que la compañía telefónica situada en la misma esquina de Águila y Dragones, ahora llamada ETECSA, era la más importante del país y el trabajo ahí era intenso e ininterrumpido.
Lo había comentado, incluso, en ocasiones había querido captar alguna secuencia sonora y recordarla para ser capaz de repetirla con un sonido gutural, por ejemplo, como algunas veces lo intentó; pero ocurría que no siempre era posible memorizarlo al detalle debido al trabajo que tenía que desempeñar, comprensible, teniendo en cuenta que la compañía telefónica situada en la misma esquina de Águila y Dragones, ahora llamada ETECSA, era la más importante del país y el trabajo ahí era intenso e ininterrumpido.
Cambió la cadencia del paso para que el tic-tac de sus tacones sobre la acera dejara de parecérsele a la de un reloj marcando el tiempo hasta la llegada de ese momento en el que algo ocurriría, y al que por intuición temía en las solitarias caminatas a oscuras durante esos trayectos de la parada de la guagua a la casa, cuando trabajaba en ese horario.
Sentía miedo. El apagón y la noche tenían todo tan oscuro que apenas podía alcanzar a ver la mano con la que aferraba el bolso con sus pertenencias al cuerpo.
Un auto le pasó por el lado rompiendo el silencio. Seguramente interrumpiendo sus pensamientos de la existencia de otros mundos en ese vasto e infinito universo iluminado que se extendía sobre su cabeza y el pueblo. Donde era probable existieran lugares muy distintos al que le había tocado habitar.
Siguió con la mirada la luz roja de los faroles traseros del vehículo, como quien mira los ojos rojos de un extraño animal, los que al final se cerraron cuando éste dobló en una de las calles, volviéndola a dejar con la misma sensación de aislamiento.
Siguió con la mirada la luz roja de los faroles traseros del vehículo, como quien mira los ojos rojos de un extraño animal, los que al final se cerraron cuando éste dobló en una de las calles, volviéndola a dejar con la misma sensación de aislamiento.
Cuando más apuraba el paso, para acortar la distancia hacia la casa, más parecía molestarle el taconeo que delataba su situación indefensa ante tanta quietud.
Había salido de su trabajo en el centro de la ciudad y recorrido cerca de dos kilómetros para coger la guagua que la trasladaría desde allí hasta el caserío de pescadores donde vivía.
Era usual que el transporte se demorara en aparecer e imposible llevar los horarios del recorrido. Podía estar tres horas en la parada o tener la suerte de no esperar demasiado, ésta vez no la tuvo, y sumando el trayecto -conjeturo- había perdido más o menos tres horas de descanso. ¡Qué mala calidad de vida!, acostumbraba a decir en forma de murmullo. Ya se encontraba allí, venciendo el último tramo de su recorrido para llegar al fin a descansar.
Era usual que el transporte se demorara en aparecer e imposible llevar los horarios del recorrido. Podía estar tres horas en la parada o tener la suerte de no esperar demasiado, ésta vez no la tuvo, y sumando el trayecto -conjeturo- había perdido más o menos tres horas de descanso. ¡Qué mala calidad de vida!, acostumbraba a decir en forma de murmullo. Ya se encontraba allí, venciendo el último tramo de su recorrido para llegar al fin a descansar.
Estaba cansada de la misma rutina de siempre, como los lugareños, que tentados por la desesperante situación del país se habían estado yendo de forma clandestina y por lo general se valían de noches como estas para lograrlo o no; pues de muchos -incluso- no se llegaba a saber nunca más. El sentimiento asfixiante de tener la sensación de vivir en círculos, sin cambios, sin mejoras; había hecho que pensara en esa posibilidad muchas veces. Esperaba -en su fuero interno- llegar a tener el suficiente valor algún día y hacer realidad la idea de perderse de todo aquello.
Continuó su camino contemplando las fachadas cada vez más ruinosas. Erosionadas por el salitre, el tiempo y la falta de recursos. Allí donde durante el día las personas se posaban como aves desahuciadas a espantar sus penas hablando de cualquier cosa y buscando la forma de subsistir.
Dos luces amarillas muy brillantes surgieron del final de la avenida que transitaba y que topa con el mar. Otro auto -debe haber pensado-. ¡Sólo dos en todo lo que va de recorrido!
Las señales luminosas ascendieron de forma inesperada y vertiginosa por detrás del caserío, al lado de esas dos primeras se hicieron visibles otras en paralelo. Un cintillo de luz emergió ante sus asombrados ojos. Un inmenso platillo volador, en forma de sombrero con luces en el alón y chorreando agua de mar, se hizo presente. Quedó petrificada ante el impacto visual.
En menos de un segundo éste estaba sobre su cabeza, abrió una puerta en su barriga metálica y la succionó como muñeca de trapo a través de un cono de luz, cerró la compuerta y se la llevó sin dejar testigos, sólo yo.
La nave subió al cielo estrellado a una velocidad pasmosa convirtiéndose primero en un punto de luz más y luego en parte de la oscuridad.
La nave subió al cielo estrellado a una velocidad pasmosa convirtiéndose primero en un punto de luz más y luego en parte de la oscuridad.
El pueblo volvió a quedar en penumbras, callado, y tranquilo. Solo el ladrido de los perros se escuchaba en la lejanía. Al amanecer le echarían de menos como lo habían estado haciendo por mucho tiempo con tantos otros.
Yo, su perro guardián, que la conozco desde niña y siempre la espero despierto y atento, vi todo desde la acera de la casa. No podría contarlo pues no me creerían, ahora la extraño pero sé que debe estar en un mejor lugar.
Autoría y derechos:
Marta Requeiro.
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