miércoles, 30 de septiembre de 2015

Indiferencia.

Indiferencia


Mátame de muerte
mátame sin arte
mátame del modo
menos elegante,
a cuchillo fácil,
hasta desangrarme.

Pero no me mates
con la indiferencia,
ni con el deseo
que tengo de amarte.

Quiero que al hacerlo
conserves prudencia,
si es la única forma
de poder rozarte,
será mejor suerte,
pretendiendo amarte.

Todo el tiempo, todo,
quédate expectante,
si es el medio grácil
de poder mirarme.

Después, cuando lo hagas
vente aquí a mi lado,
llevando tu boca
cerca de la mía.

Creeréme entonces
que me habrás besado,
hallando en la muerte
la única alegría.


Autoría y derechos : Marta Requeiro.

martes, 29 de septiembre de 2015

Sólo el fulgor de un beso. ¿Diferencia de edad, o coincidencia en la pasión?

Con el fulgor de un beso


Sólo el fulgor de un beso necesito,
recorriéndome el cuerpo serpenteante.
y me haré vanguardista en lo adelante,
en todo, por volar al infinito.

El tiempo pasajero olvidaremos.
Que no se atrevera hoy a sujetarnos.
De lenguas nos haremos al tocarnos
que hasta el mismo sudor nos beberemos

No temas, ven conmigo, yo te invito
Te prometo en deseos estallar
Como un sabroso vicio, que descrito,
mejor en silencio saborear.

El universo no será testigo,
tu juventud anega en mi experiencia.
Segura, que después de estar conmigo,
ya no te quedará la minima inocencia.

Si trocases más tarde en el desprecio,
o nada comentas por vergüenza,.
sabiendo entonces que ese ha sido el precio.

Orgullosa me iré pisando tierra,
porque de armas te armé para esa guerra,
que librarás ante las buenas mozas.



Autoría y derechos: Marta Requeiro.

lunes, 28 de septiembre de 2015

La virgen maculada

La virgen maculada


La virgen maculada
recogió su vestido
hecho todo jirones
por el suelo esparcido.

Abrió su bolso lleno
de sueños por cumplir.
Y echó dentro su mirada triste,
y una máscara nocturna.

En el bies de su sostén
guardó una verde esperanza,
y dijo: con esto alcanza
para darle de comer.

Ya con su cara de niña
jugaba todos los roles.
Caminó bajo la luz
de los antiguos faroles

Llegó a su casa callada,
dividida por distancias.
Besó la carita dulce
del que esperaba con ansias.

Le dio un pomito de leche
tibio como una caricia.
Y se espantó la malicia
que le brindara la noche.

Cuando el sol se despedía
y la luna apareció
la virgen maculada
su vestidito zurció.

Con un sentir aguerrido
se dibujó una sonrisa
y salió tras las malicias
con un rumbo sin sentido.


Autora: Marta Requeiro.
Derechos reservados: Marta Requeiro.

Lo confuso del amor

Lo confuso del amor


De alas y cadenas es el amor,
de total dependencia independiente.
Fuego consumidor sin llama ardiente,
y en soledad un frío aterrador.

Si es vencedor, te has de sentir vencido.
No más un yo,si haz de decir conmigo.
Un camino de dos será testigo,
y nada propio sino compartido.

Si a conveniencia no puede expresarse
nos puede confundir el sentimiento
si de coraza decide blindarse.

Mas cuando falso se nos aparece
una enseñanza nos deja de a poco
si hemos creido que nos favorece,

Autoría y derechos: Marta Requiero.



jueves, 24 de septiembre de 2015

Un Gigante.


Un Gigante


Tengo un gigante sobre mi pecho estacionado.
A ratos se agacha, me toma del corazón,
 y al aire me sacude, el mal intencionado.
Me zarandea tanto que pierdo la razón.
Y voy gritando al viento tan hondos sentimientos
que en cada arremetida quedo más desprovista.
Chorreando los matices de mis discernimientos:
la sabia de mi vida, y la luz de mi vista.
Reconociendo entonces la absoluta verdad:
que a través de esos desgarros yo hallo la libertad.



Autoría y derechos: Marta Requeiro.



Historia de un amor

Historia de un amor


Enajenada de placer un día,
corrí a su lado y le besé en la boca,
como el que bebe de apurada copa,
para calmar la sed de la agonía.

¡Cuánto tiempo sin vernos!, me dijiste,
y quedando perplejo por el gesto
compartiste conmigo la alegría
fundiéndonos en otro loco beso.

Entre dos almas que aún no se conocían
nació el amor, y hasta se ha engrandecido.
Que si en la eternidad hubieran corazones,
como los nuestros nunca se amarían.

Que no hay orgullo de decir lo que sentimos,
que no hay temor de abrir nuestras pasiones.
Y es así como se ama, vida mía,
aunque creamos nuestras acciones locas.
Porque en mi cuerpo lo que tus manos tocan,
se hace sentir cuan dulce melodía.

Los años han pasado y todavía,
este amor se mantiene inalterado.
A dios le pido, si a morir te envía,
no me separe nunca de tu lado.

martes, 22 de septiembre de 2015

Una gotita de luvia.

Una gotita de lluvia



Una gotita de lluvia
resbaló por mi ventana
llevándose el polvo gris
que empañaba la mañana,

Una gotita de lluvia
se escapó de la tormenta
cayendo a la tierra seca
y refrescando la menta.

Una gotita de lluvia
como una gota de amor
que llega un corazón yerto
y hace brotar la pasión.

Una gotita de lluvia
contemplé yo en la mañana
mientras hacía mis quehaceres
escapando a la mojada.

Una gotita de lluvia
puede hacer la diferencia
como lo hacen las palabras
que despiertan la conciencia.

Autoría y derechos: Marta Requeiro.

Libertad.

                                                                       Libertad
        


Quisiera ser partícula y en el aire volar.
Elevarme en las ramas que se mecen al viento,
o formar la verdura de un follaje perfecto,
o en la espuma tempestuosa de cascada viajar.

Quisiera ser salvaje animal, correr descalza,
y que la lluvia caiga sobre mi piel desnuda.
Sentirme como en alas y que no toco el suelo
y que hay más que un mar azul y más que un azul cielo.

Que mis ojos se vuelvan dos brillantes de luz.
Donde no hay gritos, no hay llantos,
solo desenlaces, liberación, silencios.
Carencia de añoranzas y abundancia de espíritu.

No existirá el tiempo,
sin marcha o retroceso.
Ni quiero la palabra,
porque no hay qué decir.
Ni el sentido o la razón de lo perfecto,
porque no habrá imperfecto.

Y quiero aislarme allí, sumirme, evaporarme.
Oír la nota musical con más corazonada,
que emane en el conjunto de todo,
y en la sinfonía de una dulce tonada.

Porque no se puede vivir cuando se sufre,
en la desesperación añorante del que no tiene nada.
Se hace imposible pedir porque estás extenuado,
o hablas a un oído sordo,
o pides la respuesta a una garganta helada.


Autoría y derechos: Marta Requeiro.

El Chivato. (Tercera y última parte)

El Chivato 
(Tercera y última parte)

En el barrio la gente vendía o intercambiaba lo que no consumía: La cuota de alguien que se hubiera muerto y no le hubieran dado la baja todavía de la Libreta de Abastecimiento, o la ración  del que se fue del país de cualquier forma, clandestina o no, que ya eran muchos; o del que estuviese en el servicio militar o en el ejército. Eso podía ser una salvación. Negociar hasta los frutos de los árboles que cada uno tenía en el patio hacía la diferencia. 
De alguna forma todos buscaban el sustento, y el contrabando era un secreto a voces tratando de pasar desapercibido por las narices del intransigente militar, que seguía viendo en éstas formas de subsistencia un delito. Con hacer Durofríos (helado de agua con sabor a fruta) o Coquitos (dulces hechos de coco rallado y azúcar) también se delinquía, porque entonces se cuestionaban de dónde sacábamos el azúcar; si ésta la daban de forma racionada por la libreta, y se sabía que normalmente no le alcanzaba a nadie. ¿Qué puedo decir? Todo era ilegal, y se ponía cada vez peor la situación.

Después vino lo de la guerra en Angola y la participación cubana en ella. Como era de suponer, el hombre; el indeseable, fue el primero en enrolarse. Mostraba satisfacción hablando de su alistamiento, cuando otros lo hacían por obligación,  por miedo al régimen, a la represión, o cuando les fallaba la búsqueda de algún pretexto válido que los liberara del compromiso forzoso. Él se veía orgulloso, aún sabiendo que dejaría detrás a su mujer y a sus hijo, el mayor de ellos de aproximadamente doce años, para ir a luchar por sabe Dios qué razón más poderosa para él.
Hubo miseria, cada vez más acentuada en el país, y esa familia se la había sufrido toda porque a esa casa no entraba ni un alfiler que no fuera por vía legal. Pero cuando él se marchó la situación se agravó para esa esposa con tres hijos. Los niños necesitaban comer todos los días, y sucedió que ella empezó a relacionarse e ir por las casas de los vecinos con frecuencia,  Al principio se desconfiaba de sus visitas pero viendo sus carencias, iguales o mayores que las de los demás, los vecinos empezaron a ayudarla y a solidarizarse con su soledad, a través de los años que fueron pasando, muchos en realidad pues la guerra de Angola fue un conflicto largo, y la intervención cubana conocida como "Operación Carlota" tuvo igual duración.    
La mujer empezó también a frecuentar nuestra casa en busca de la “oferta” de ocasión, o nosotras a la de ella a proponerle. Llegó a comportarse como lo hacía todo el mundo, resolviendo el sustento diario. Pasado el tiempo suficiente mi mamá le comentó, en tono de complicidad:
_ ¡Si Orlando nos ve!
A lo que contestó ella desde su corazón de madre:
_ El está lejos y los muchachos me piden cuando tienen hambre, y hay veces que creo enloquecer. No sé qué me voy a hacer, es duro estar sola y tú debes saberlo. ¡Sabe Dios hasta cuando sea esto de la guerra! Mi mayor miedo es pensar que no vuelva, aunque ya no sé si me da lo mismo.
El tiempo pasó para todos en el barrio con altas y bajas en el cotidiano vivir, y cuando fueron regresando los cubanos de Angola, durante ése espaciado período de tiempo: Unos en féretros, otros en pequeñas cajas, otros vivos, otros medios muertos, y otros con secuelas de guerra. Él regresó de los últimos, pero no como se había ido, ésta vez bien acabado, habían quitado uno y puesto otro. Flaco como una palma y con una enfermedad en la piel que se despellejaba todo como si se estuviera muriendo de a poco o cayéndose a pedazos, hizo su aparición el día menos pensado. Su salud mental también daba muestras de estar deteriorada, se pensaba que quizás estuviese padeciendo algún tipo de delirio de persecución, o desorden post-traumático. Hablaba solo, en ocasiones miraba asustado para los lados y cualquier ruido lo hacía brincar en su sitio, el contén de la acera, donde pasaba la mayor parte del tiempo sentado.
Un día pasando por el frente de su casa, explotó una de las gomas de mi bicicleta. El hombre, que regaba las plantas con una manguera; saltó tanto de la impresión que alcanzó a mojarme, y me mandó al demonio de la peor manera. Ese día sentí pena por él, por todo lo que representaba.
Durante el tiempo que él faltó, la mujer se había conseguido un trabajo de cajera en el mercado nuevo que habían construido, y  ya era otra persona. Poco tiempo después lo abandonó, aunque continuaban viviendo juntos en la misma casa. Sus hijos seguían tratándolo igual, pero ahora lo repelían por el padecimiento de la piel que, aunque no era contagioso, era detestable a la vista y al tacto.
El chisme de que dormía en un catre en la sala comenzó a correr como corrían las acusaciones de antaño de las que fuimos víctimas. Ahí estaba ahora cargando con su condena -era la comidilla de los vecinos- y aún así seguía igual que siempre, tratando de hacer de las suyas en contra de la gente. Ahora tenía algo más de que enorgullecerse: mostrar sus distinciones en su descuidado uniforme que casi resbalaba de aquel cuerpo escuálido y moribundo.
¿Ya ven? Por eso digo que las personas pagan en vida el mal que hayan hecho. Él lo está pagando, aunque sigue en lo mismo, afectando al vecindario. No se detiene, nadie se explica qué es lo que pretende y hasta donde lo llevará su maldad, pero ya no lo toman en cuenta, es un fantasma del pasado, un bufón de mala muerte. El desparpajo y el descontento son los que lideran, y la gente se enfrasca más en la supervivencia de cada día con menos miedo a protestar.
Como éste señor hay muchos otros todavía, sabemos quiénes son y todas las cosas que han hecho y las que hacen, hasta los podemos señalar con un dedo aunque se escondan detrás de su máscara hipócrita y su sonrisa cínica. Los hay, no sólo en el barrio sino en todo el país. Pero el cubano nunca ha sido belicoso y siempre ha temido o postergado al máximo los derramamientos de sangre. No queremos héroes si ello implica la pérdida de algún ser querido. No hay nada que se pueda comparar al placer de tenerlos cerca nuestro. 
Tengo fe en que la justicia aunque tarda, llega. Y toda deuda que se adquiere se salda de alguna forma al final, sólo hay que darle tiempo al tiempo y tener suerte para verlo.

Fin.
Autora: Marta Requeiro.
Derechos reservados: Marta Requeiro.


lunes, 21 de septiembre de 2015

El Chivato. (Segunda parte de tres). No se pierdan qué pasará con él.


 El Chivato  
(segunda parte)

Era increíble que alguien no conociera a mi padre, y que además se prestase a cometer actos en su contra. Pero cosas así comenzaron a acaecer en el vecindario, donde la mayoría había nacido y se había criado, donde todo el mundo se conocía y se llevaba, en su gran mayoría, como familia; ayudándonos y apoyándonos. El conflicto de uno era el de todos. A excepción de éste vecino que se le subió a la cabeza el deseo de adquirir rango y medallas, aunque esto implicara aplastar a los demás.
En ese tiempo el gobierno dio la orden de que había que declarar todo tipo de herramienta que se poseyera, y que para el país fuese útil en un momento de invasión americana: un martillo, un serrucho, una bicicleta (éstas en un momento de urgencia se usaría como medio de transporte). Todo debía quedar registrado en el inventario que hacían los CDR casa por casa. Si no se declaraba al momento del censo y alguien chivateaba (forma que en el argot cubano se designa como sinónimo de delatar a alguien), venían nuevamente los encargados de hacer cumplir tal mandato, y lo recogían todo. Hasta podía quedar tildado, el sujeto infractor, de contrarrevolucionario por la desobediencia.
Mi papá tenía varias de esas herramientas para hacer las escobas, y para los arreglos de la casa; por eso no dijo nada. No sé si fue que consideraba el hecho un extremismo, cosa extraña en él que siempre estuvo de acuerdo con el gobierno y sus dictámenes, ya que venía de una familia muy humilde que había puesto esperanzas en el cambio prometido por el gobierno de Fidel o fue miedo de perder sus trastos, esos que siempre estuvieron en la casa desde que yo tenía uso de razón para cualquier arreglo. Las típicas herramientas que no faltan en cualquier hogar
Resultó entonces, como supimos después, que este "compañero" denunció la supuesta actividad ilícita y con fines de lucro, que mi progenitor realizaba en el portal de la casa. En las auténticas palabras de un cubano: ¡Lo echó pa`lante sin compasión! Lo delató
Un día llegaron cuatro hombres a la puerta de la casa vestidos de verde olivo y con actitud prepotente a preguntar: _ ¡¿Aquí vive Santiago?! – Como si no supieran, todos lo conocían.
Y el artesano, ingenuo, en plena realización de su actividad creadora, contestó que sí. Los tipos entraron sin autorizo. Mi madre se asustó y enmudeció, y mi padre preguntaba qué estaba pasando, nervioso, de sentir el trajín sin obtener respuesta. Los sujetos no les quedó rincón por revisar: debajo de las mesetas de la cocina, encima y dentro de los muebles, y hasta en un baúl de metal viejo que había en el patio. Echaron mano a todo lo que vieron que les pareció herramienta; además del alambre, y los palos que ya teníamos lijados y preparados en el patio. Colocaron todo en una carretilla, de nuestra propiedad  también, y se fueron sin dar una explicación. Se llevaron hasta los clavos.
Mi mamá se quedó perpleja y mi papá daba puñetazos en la pared de la impotencia cuando supo a qué habían venido, y recordó la circular que mi madre le leyera donde se aclaraba que herramientas no declaradas serían decomisadas. Se le juntó el cielo con la tierra. Se acababa todo, ya en aquel entonces no había dónde salir a comprar otras. Concluía así la producción de escobas. El malestar le duró días, no había un tema del que se conversara en la casa que él no contestara de mal humor. Venían los vecinos y llamaban desde la cerca de la casa: unos a mostrar su apoyo, y otros porque desconociendo lo sucedido. Venían a encargar escobas, y se retiraban perplejos.
Como dice el dicho: “Pueblo chico infierno grande”. Donde todos se conocen las noticias vuelan con nombres y apellidos; tanto de víctimas como de victimarios. Enseguida supimos quien había sido el causante del desvalijamiento en la casa. Al cabo de los días pasó frente al hogar nuestro con su acostumbrado uniforme de las MTT (Milicias de Tropas Territoriales), el que no se quitaba para nada, sus botas a media pierna bien lustradas y las patas del pantalón metidas dentro de éstas, dando el aspecto amedrentador que tanto le gustaba lucir.
Miró para adentro cerciorándose de que se había cumplido la misión, que todo estaba en calma, que mi familia había vuelto a formar la engrosada lista de los desesperados sin vías de alivio, que ya no se ejercía el trabajo ilegal. Esta vez cuando pasó, no tuvo el valor de saludar de forma hipócrita, como siempre, cruzó haciéndose el distraído.
Al cabo de los días se nos acercó en la calle, a mi madre y a mí, un hombre miembro de aquel grupo que había entrado a la casa aquel día a llevarse los utensilios y la escasa materia prima. Después de saludar, con un aire de vergüenza en sus gestos, le dijo a mi madre:  _ Señora. Siento mucho haber participado en esa acción contra su esposo, quisiera que comprendiera que cumplía una orden. No era nada personal.
 A lo que ella contestó con furia contenida: _ Llevo años viviendo en éste barrio,y desde que mi esposo quedó ciego, lo único que ha hecho es luchar por su familia, porque lo que entra no alcanza, como le pasa a muchos. No le hacía mal a nadie con eso de las escobas. ¡No me explico por qué precisamente a él! Y no se meten en casa de los verdaderos bandoleros y ladrones, que todos saben quiénes son. Esos que entran a nuestros hogares a sustraer lo que con sacrificio hemos logrado. ¡Y esos sí tienen herramientas, y de todo tipo para hacer sus fechorías!¡Debían ir a quitárselas a ellos!
 _ Mire señora, cálmese, le voy a decir algo y espero me entienda - pidió encarecidamente el sujeto apoyándole una mano en el hombro a mi madre, que separó de inmediato con un sólo gesto - Fue Orlando el de la idea, e insistió, porque dice que si no, todos iban a hacer lo que les pareciera en un tiempo más, que había que actuar con mano dura ahora. Y no se preocupe que a los bandoleros les llegará su hora. Discúlpeme por favor. Suplicó, y se alejó algo asustado mirando para todos los lados.
Cuando pasaron los días, una noche, llegó un muchacho hasta la cerca de la casa y llamó a mi madre por su nombre, yo me asomé como era costumbre en mí por curiosa. Traía en las manos algo envuelto en un trozo de saco. Eran unas herramientas que el individuo aquel, que nos interceptó días antes, le mandaba a mi padre, con la condición de no usarlas en hacer nada para vender. Y mucho menos que comentara quien se las habían entregado. Que por favor, sólo las usara en trabajos del hogar. 
Mi progenitor, furioso, se sintió delincuente sin serlo por aceptar ahora, a escondidas, unas herramientas que no correspondían a las suyas, aquellas que había tenido por años y que realmente le pertenecían. Por no buscar más problemas y porque mi madre se lo pidió, todo se quedó así. Era mejor no hablar más del asunto.
El cínico de Orlando seguía pasando siempre por la acera de la casa, y levantaba la mano en acto de saludo. Tuvo el cargo de vigilancia en el CDR, con el tiempo llegó a ser secretario de la entidad. Afectó a muchos otros con sus suposiciones descabelladas y sus delirios  de vigilancia. Siempre tenía un ojo en el visillo para el que llegarse de madrugada, o el que anduviera con bolsas. Si era un auto extraño  prestaba especial atención a la matrícula. En eso pasaba la vida: en vigilar y lustrar sus botas.
No recuerdo que otro fuera su trabajo. Aspiró a ser presidente de la organización vecinal, pero nunca se le otorgó el puesto porque todos fueron conociéndolo y nunca lo apoyaron con los votos suficientes para que desempeñara el cargo, por lo que no llegó a alcanzaba su propósito, por suerte. Pertenecía a cualquier cédula revolucionaria que pudiese, vivía vestido de verde olivo y de reunión en reunión.
Mi padre murió después, al poco tiempo, sin haber incursionado en otro ámbito, se apagó y júbilo de la vida. Dejándonos el recuerdo de su imagen triste meciéndose en el sillón del portal días enteros, y escuchando constantemente la radio.

Mi madre, que fue profesora de soltera, ahora no encontraba nada en el giro por no estar a tono con las actualizaciones docentes, y consiguió un trabajo barriendo calles en las mañanas en el horario nuestro de clases. Pretendía sostener nuestras vidas con ese ingreso. No le pagaban lo suficiente y, además, tenía que soportar el sol valiéndose de mangas y sombrero. En las tardes hacía arreglos de costura para la calle y nos cuidaba, éramos bastante chicas entonces. En las noches la ayudábamos a hacer flanes, croquetas y budines, con las recetas más ocurrentes en base a casi nada. Mermelada de guayaba y dulce con las cortezas de éstas, conocido "Casquitos", frutos recogidos de las dos matas del patio; para luego vender todo de forma discreta, durante el día, por los alrededores, camuflando la mercancía en las maletas escolares nuestras o en la cesta de su bicicleta. 
Así transcurrían los meses mientras los papeles de la pensión por viudez, para ella, y alimenticia para nosotras las hijas, hasta tener mayoría de edad, se tramitaban con lentitud.



... (continuará).

domingo, 20 de septiembre de 2015

Amanecer sin ti. (La Habana, Julio/ 1999)

Amanecer sin ti



Amanecer sin ti, ¡cuánta agonía!
De desespero se me oprime el pecho.
Cuándo sentir de nuevo esa alegría,
de encontrarnos desnudos sobre el lecho.

¡Y cuánto necesito tu cariño!
¡Cuánto te amo!, mi corazón advierte.
Si en la noche, lloraba como un niño,
hoy espero el momento de tenerte.

Serán tus cualidades, o tú todo,
que han hecho que me sienta enamorada.
Traicionero el destino, de algún modo,
si del amor ya no esperaba nada.

No lograrán jamás otros amores
quererte como yo, ni lo han logrado.
Porque el nuestro será como esas flores
que un jardinero riega consagrado.

Autoría y derechos: Marta Requeiro.

Juntos. (Santiago de Chile, 1999)

Juntos



Siguiendo al sur
tras tus pasos,
le encontré un norte
a mis manos.

Siempre, en la política
antagónica del amor
nos encontrarnos.
Te di el centro
para que depositaras
tus mieles
y trajimos al mundo
un ser imperfecto,
como nosotros mismos.

Como esos otros semejantes
que tienen su propia historia.
De los que están llenas
las plazas,
las ciudades,
y estarán por siempre
las memorias.

Como madejas
devanamos nuestras vidas
y caminamos descalzos
sobre las sabanas
y guijarros
inesperados del destino.

Si blanquean
nuestras sienes
y aún estamos juntos
es porque te amo,
no hay otro pretexto.

Autoría y derechos: Marta Reque.

El Chivato. (Cuento-primera parte)

El Chivato

La gente debería pagar en vida el mal que haya hecho, porque si no; dónde quedaría la justicia. Si no tuviéramos la certeza de que la maldad tiene castigo, de que algo poderoso caerá con fuerza sobre los canallas poniendo su mano y haciéndolos pagar; el desespero de vengarnos nosotros mismos, nos haría caer en una anarquía absoluta de nunca acabar. Hay un refrán muy cierto que dice: “No hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista”.
En mi caso esperé muchos años para ver un ápice de justicia aplicada en su contra, pero el muy perverso vivió todos esos, complicándoles la vida a muchos. Ya le habían ocurrido situaciones, de las que en parte me alegré, pues sentía que era una forma divina de hacerlo pagar. Muy a pesar de eso no escarmentaba, nunca lo hizo, porque esa es su naturaleza: la maldad.
Podía pasar desapercibido para muchos, pero yo lo conocía muy bien y lo podía señalar con un dedo. Pero hay veces en las que uno no tiene otra alternativa que dejarle las cosas al destino y continuar con la vida. No podemos vivir sintiendo odio, o temor, y que ésto a su vez nos limite, paralice o enferme, haciéndonos la vida doblemente miserable.
Tenía esposa y una descendencia que sabían de la pata que cojeaba, pero no les quedaba otra que aguantarlo porque no lo podían lanzar a la calle, o envenenarlo, o irse de la casa. Esa era la casa de todos ellos y a él también le pertenecía. Pero me consta que le hablaban lo necesario, y vivían con la vergüenza de saber que ese engendro con un corazón tan negro: era el padre. El muy prepotente se jactaba de sus actos maléficos que camuflaba tras el pretexto del cumplimiento del deber en defensa de los principios de la revolución.
A quién se le hubiese ocurrido delatar al vecino por usar su auto de taxi, cada vez que le fuera posible, para transportar turistas en él y conseguir los dólares que le permitieran adquirir una comida decente que llevar a su mesa. O acusar a la señora que prefería comprar café en el mercado negro porque no había otra forma de adquirirlo, y el que daban por la libreta de abastecimiento no alcanzaba o era de muy mala calidad, o incriminar al que adquiría de contrabando un jabón con el que conseguiría darse un baño digno.
De la misma manera tenía que cuidarse de él el que arreglaba zapatos porque venían agentes de la ley, y le tocaban a la puerta para cuestionarle de dónde había sacado el pegamento para las suelas, los clavos, o las gomas de ponerle a los tacones. Y si no podía justificar el origen de la mercancía le decomisaban todo.
Cuando alguien dejaba sorpresivamente de realizar una labor con la que, se sabía, había estado procurándose una mejora en la economía familiar, ya intuíamos lo sucedido: había sido víctima de un chivatazo (como se dice en buen cubano). 
Al que tuviese un poco de piedad en su corazón no se le hubiera ocurrido acusar a un ciego por hacer escobas: ¡ni que fuera un peligro de estado! Creo que reflexionaría y comprendería, que esa persona estaba lejos de hacerlo por enriquecerse, su motivo más poderoso era sentirse útil.
No es difícil imaginar cómo transcurrían los días para éste desafortunado, en la monotonía y en las tinieblas, tratando de sacarle provecho a sus otros sentidos intactos; o al menos buscando qué hacer, en qué emplear su tiempo, para aportar al bienestar del hogar y su familia.
Ese ciego era mi padre que desde los dieciséis años era diabético y perdió la visión totalmente al rededor los cuarenta. Desde entonces su vida se limitaba a balancearse en un sillón en el portal, escuchando la radio, como para espantar las penas; pero eran muchas las penas, y estaban bien arraigadas, y oscuras, como su propia ceguera. Penas que lo desgastaban, amargaban, y envejecían aceleradamente; que yendo de la mano del también creciente deterioro de la vida, dadas las necesidades de la Cuba de ésa época, lo dejaban en una delicada situación emocional.
Tenía aún juventud, unas manos fuertes y trabajadoras, acompañadas de su mente clara e inquieta, llena de ideas y de sueños que no se habían podido concretar. Sus hermosos ojos azules fueron perdiendo el sentido para el que la naturaleza los creó y se tornaban en una mirada abierta ante el desespero y la cada vez más creciente y envolvente oscuridad de sus fondos.
No pudo seguir trabajando como chofer de camiones, que era a lo que se dedicaba desde hacía muchos años, y con lo que conseguía el sustento. Yo le servía de lazarillo en mis ratos libres de escuela, ayudándolo a mover las vacas para que pastaran; las que tuvo que entregar por ley, al gobierno. Le pagaron ciento cincuenta pesos cubanos por cada una, un precio irrisorio, dejándolo nuevamente atado de pies y manos.
Después ideó comprar una pareja de puercos. Recogíamos sancocho por el barrio, para alimentarlos y los teníamos, a un kilómetro de casa, en el patio de un amigo. De esos esperaba obtener crías para venderlos o destinarlos a nuestro consumo; pero al año siguiente, 1971, se desató una epidemia de fiebre porcina y el gobierno dio la orden de decomisar todos los cerdos, y nuevamente volvió a quedar sin nada en qué ocupar el tiempo. La fiebre  nunca llegó al barrio, ni siquiera supe si fue cierto, y muchos vecinos osaron quedarse con alguno que otro animal escondido en los baños, operados de las cuerdas vocales para que no chillaran. Los que pudieron cebar y comer ese año, o los siguientes.
Como resultado de ir perdiendo éste sentido vital, en ocasiones sorprendíamos a mi padre llorando, y muy decepcionado de la vida con todo el tiempo disponible para angustiarse, pero era un hombre íntegro y responsables que sufría también por nosotras. Cuando le afloraba de nuevo la cordura, buscaba en que ayudar e ideaba qué hacer, y decidió confeccionar escobas. Para el momento que se vivía en el país era un reto difícil, comparado con el deseo de un artesano de desarrollar su arte cuando no hay nada a que meterle mano, aunque su imaginación fuese súper creativa. Se hacía casi imposible encontrar la materia prima, así como los instrumentos de trabajos necesarios para la actividad.
Pasó un tiempo prudente en el que acumuló materiales para comenzar. Las personas que luego lo veían en el portal de la casa en la plena producción de escobas con aquellos rústicos elementos y su invalides; se maravillaban. Él se sentía feliz, escuchando el radio, un aparato “National” americano, de carcasa plástica color verde claro, que lo acompañaba en su tarea. Teniendo especial cuidado de dónde dejaba cada cosa para luego encontrarla al tacto. Cuando ya las primeras escobas estuvieron terminadas, mi hermana y yo se las ayudábamos a vender por el barrio, al precio módico de tres pesos cubanos; eso era una bagatela en aquel entonces. Los vecinos las encargaban con antelación y las compraban muy bien, porque las hallaban considerablemente buenas en precio y calidad. Mi padre, en muchos casos, las fiaba teniendo en cuenta que eran todos del barrio. Siempre fue del lema de que: “Haz bien y no mires a quién”.
Su idea era hacer como los chinos: no vender caro, sino vender mucho. Aunque realmente creo que más que dinero, lo que obtenía era distracción, porque con esos ingresos era poco lo aportado al patrimonio apretado del hogar. Además lograba cansar su cuerpo, dormir mejor en las noches, y que pasaran más rápido los días en espera de la pensión de retiro por enfermedad que ya se estaba tramitando hacía tiempo.

...(continuará)

viernes, 18 de septiembre de 2015

"La noche" ¿Cuánto encierra la noche?


"La noche"


La noche, 
péndulo entre el ocaso y el día.
Hamaca de sirenas
y silencios,
del vicio y la modorra
del sueño y el desvelo.

La noche, 
con su atuendo
de espantar colibríes,
apaña al malhechor
y al amante dormido.

Trae perfumes de cuerpos
ruidos imperceptibles 
y quejidos,
las musas y el olvido.

Enmaraña canciones
que se escucharán grises,
despertando al niño
con el hambre de pecho
y la caricia tierna
que le devuelve el sueño.

La noche guerrillera 
impávida y erguida,
salpicada de luces.
Solo queda tranquila,
mínima y herida,
desangrando su negro
por las alcantarillas
y pierde la batalla
ante la luz del día.

Autoría y permisos: Marta Requeiro.

La caricia (Una forma de expresar amor).

La caricia

La caricia se escurre
como gota de agua,
como el río en el prado,
como lluvia en los troncos,
como beso en el alma.

La caricia que pasa
como un manto de alivio,
por el cuerpo que duele,
por la cara mojada.

La caricia que emana
de las ganas de un beso.
O de un: ¡ya fue mi niño!,
para traer la calma.

La caricia que pasa,
la caricia callada,
la caricia que salva.

La caricia que envuelve
bálsamo de la pena.

La caricia que pasa
la caricia callada.


Autoría y derechos: Marta Requeiro.

lunes, 14 de septiembre de 2015

"La princesa Funk" (“London Interlude” por Lonnie Liston Smith).

La princesa Funk.

Escuchando la radio en la madrugada, Smooth Jazz Piano que es lo que acostumbro a sintonizar, atrajo mi atención una pieza musical en particular: “London Interlude” por Lonnie Liston Smith. Fueron tan desagradables  las primeras notas que me despojé de súbito del leve letargo que aún padecía, abandonando la idea de prepararme un café, y corrí a dar mi valoración de “una estrella” en la posibilidad online que da la emisora para hacerlo; con el fin de que no fuera a ser incluida ni por error en mi lista de favoritos, y obligada a escucharla en posteriores ocasiones.
Pero justo cuando estaba a puno de hacer el click, la melodía tomó un giro inesperado y decidí quedarme a escuchar un poco más. Una reacción placentera y de asombro recorrió mi sentido auditivo. De no haberme quedado escuchado durante esos primeros y desagradables goteos del tiempo, que taladraron en la lógica de lo entendido por mí como música; creyendo que otra emisora se había colado, habría perdido la posibilidad de experimentar la deliciosa sensación que me embargaba.
Imaginé la noche estrellada de una ciudad cosmopolita, un majestuoso salón con un piano de cola y un elegante pianista sentado ante él ejecutando el ritmo cautivante. Me sentí tan a gusto que fui a hace  lo que realmente me atañía: prepararme el anhelado café para luego ponerme a escribir. Cuando de pronto volvió a aparecer el repulsivo sonido del principio que duró unos segundos más: “¡Ya estuvo bueno!”-me dije-. No tenía tiempo suficiente para perderlo en estar escuchando aquella música bipolar que se trastocaba por momentos brusca. Tiré la cuchara en el fregadero y salí de inmediato o a quitar la molesta melodía.
Entonces reapareció de forma insospechada el sonido magistral del teclado que cautivó mi atención, y tronchó por segunda vez la gestión evaluativa que estaba a punto de realizar, dejándome con el dedo en el mouse, para transportarme en extasiado ascenso a la imaginaria escena del principio donde el pianista se lucía cada vez más y en la que yo era la única espectadora
Disfrutaba tanto esos acordes que di gracias a Dios porque el mal momento había pasado, y me sentí lista para volver a tomar el hilo de las actividades matutinas. Pero sucedió, pocos segundos después, que volví a caer; y esta vez de bruces como si lo hiciera desde lo alto de una montaña rusa, ante los sonidos discrepantes que retornaron más repulsivos para dar los toques finales a la pieza musical.
En éste ejercicio ya había perdido totalmente la modorra y la paciencia, olvidé el café, e intrigada abrí una pestaña de Google, y escribí el título de la composición sonora así como su ejecutante, que resultó ser su creador, y busqué en Wikipedia la historia del artista y de su obra, tratando de entender; aunque no estuviera de acuerdo, lo realizado en ésta en particular en la que lo fastuoso estaba dado en igual nivel que lo desagradable
Ahí pude ver que el artista de la pieza en cuestión, Lonnnie Liston Smith, era un pianista estadounidense de jazz funk que realiza sus obras basado en una mezcla de jazz fusión, crossover y post bop, recogiendo la influencia y espiritualidad de músicos de estilo libre, e insertándose también en la tradición del funk, el rock, el rap y el pop.
Escuchar sin interrupción London Interlude da la impresión de estar oliendo algo hediondo y desagradable que no puedes tolerar, y que si atomizas un espray con olor a rosas para disipar el olor, vuelve a sentirse el nauseabundo a penas pasado el efecto del perfume, por muchas veces que repitas la acción. O como estar frente a una ventana mugrienta y carcomida por el tiempo, que al abrirla, los ojos descubran un impresionante paisaje ante ellos que los deleiten; y que al cerrar, las tablas maltrechas queden frente a ellos nuevamente. O comparable con quien osara llevar un recargado y anacrónico sombrero como colofón de un atuendo distinguido y envidiable, atando una soga a la cintura y para rematar, en la base, unos zapatos rotos.
Esta palabra de funk no me era familiar e indagué en su significado, saliendo a la luz que “Funk” es un género musical que nació a mediados del 1960 cuando diferentes músicos norteamericanos fusionaron ritmos como el soul, jazz y R&B, dando lugar a una nueva forma de música rítmica y bailable. Traduciendo la palabra Funk del inglés, hallé que quiere decir entre otras cosas: “tener olor malo”. Un poco cobró sentido todo acordándome de la sensación que experimenté al principio de haber oído la melodía.
No era el total de la composición musical lo que hacía repelerla, era su principio, su centro, y su final. Pero cada obra es indisoluble al criterio de su artífice y es el legado que éste deja; gústele o no al que viene detrás a meter las narices, como yo que decidí quedarme y escuchar. Es como ver a una doncella violada; el hecho atróz y lo sucio de su aspecto harían mella en su apariencia pero de igual manera el destaque de lo hermoso estaría ahí latente.
Escuchar London Interlude  de Lonnie Liston Smith es como presenciar un programa noticioso en la tele, un anuncio desagradable seguido de uno bueno, y luego para terminar un aviso tan chocante como el primero. Lo que pasa en la mayoría de las noticias que se difunden por ese medio: una mala, una buena, una mala; de forma sucesiva.
Lo que no puede negarse es la maestría del compositor e intérprete que cumplió con lo que se había propuesto con seguridad, y que es uno de los objetivos de cualquier artista: llamar la atención. Después de todo no me queda más que reverenciar al Sr Smith, gracias a él se me fue el sueño, aprendí algo nuevo, aunque tardé en prepararme el café y sentarme a escribir.
Les dejo a consideración esta pieza: “inarmónica, melodiosa y disonante”. A no ser que el hecho de estar escuchando música medio dormida haya despertado en mi estas sensaciones. ¡Que la disfruten!



domingo, 13 de septiembre de 2015

El Telón. ¿Que hacer con tanta tela?

El Telón


¿Qué cubano, que haya vivido en la isla a partir del sesenta, no se acuerda de la Libreta de Productos Industriales; conocida como la “Libreta de la Tienda”, más bien: la libreta de la disyuntiva? Aquella que tenía cupones pequeñitos que se desprendían con facilidad, ¡y pobre del que perdiera uno!, destinados a adquirir de forma racionada e indecisa los productos textiles que aparecían en lapsos cada vez más dilatados enfatizando la escasez.
Cualquier sistema de economía de mercado se basa en jugar con el balance entre oferta y demanda pero en el caso de Cuba la economía es un tema escabroso. Lo lógico es que los productos se ofrezcan en dependencia de la necesidad popular, que es la que determina la variación en el aumento o disminución de las ventas; y sujeto a éste análisis deben estar las ofertas, pero en nuestro país, desde que triunfó la revolución, no es así. Por ende también estos períodos largos de ausencia de lo más elemental en las tiendas, nos afectaba de igual manera a nosotras las mujeres en cuanto a la adquisición de lencería.
Un solo cupón estaba destinado a dos o más productos, eran cupones ó/ó (o llevas esto o llevas aquello); el ajustador o el bloomer. En ese caso había que decidirse; si eras de mucho busto, por supuesto que preferías comprar el sostén; pero si no, elegías cubrir lo de abajo pues hasta la parte superior de una panty cortada te servía de sostén.
En mi caso, como el de muchas coterráneas, hacía gala de la inventiva para confeccionar mis propios ajustadores y trajes de baño utilizando el molde que obtenía después de zafar alguno viejo y plasmar su contorno en un pedazo de papel que luego me servía de patrón para colocar encima de la tela, que si no era suficiente, usaba la creatividad y combinaba texturas y colores hasta que dieran el tamaño preciso para tapar lo pudoroso.
Como resultado empezaron a crearse modas muy osadas, hasta he llegado a pensar que la tanga surgió en Cuba, pues las piezas resultantes eran cada vez más pequeñas. Por lo general (aunque realmente no gracias a un general, si no a la iniciativa del comandante que inventó dicha libreta) sólo se podía aspirar a una de éstas dos prendas íntimas al año, y eso lógicamente no alcanzaba.
Entonces, iluso e imposible se hacía cubrir la demanda de vestimenta de los hijos que crecían con rapidez quedándoles cortos los pantalones, que después pasaban a ser shorts. Lo que ya no se ponía el mayor, tras sufrir varias metamorfosis, lo heredaba, con mala cara el más pequeño. O pasaba a formar parte del ropero de otro integrante de la familia, o por último de un vecino.
Cuando la tela no daba más, antes de desprendernos de ella para siempre y echarla a la basura, sacábamos con una tijera el botón, o el cierre que tuviese, y lo guardábamos para reutilizarlo.
Mi abuela paterna nos hacía payasos de trapo con enormes gorros puntiagudos, elaborados todo en tela a partir de retazos de colores y los rellenaba con recortes de tiras. Era una opción para suplir la falta de juguetes, en específico de muñecas.
Carolina Herrera, Oscar de la Renta, Yves Saint Laurent o cualquier diseñador de prestigio internacional, hubiese tenido que coger las maletas de vivir en Cuba, o quedar en desventaja ante la destreza de cualquier costurera cubana sentada frente su maquinita Singer a pedal herencia de la abuela. ¡Y pobre de la cortina de encaje amarillenta ante la falta de un vestido de boda! Unas horas de remojo en agua con cloro serían suficientes para dejarla lista y colocarla sobre la novia. Unas puntadas por aquí y otras por allá, un cordón blanco de zapato como tirante, y una pucha de flores artificiales en la cintura, terminarían engalanándola para la ceremonia nupcial, como si portase el traje del último grito de la moda, dejando a todos con la boca abierta.
Siempre me gustó cantar, no lo hacía mal, fui solista del grupo musical de la escuela cuando estuve becada en Isla de La Juventud, pero el miedo escénico que adquirí de adulta y el cambio que tuvieron mis intereses después de tener los hijos, pudieron más, y renuncié a esos sueños juveniles. Me dediqué a cuidar de mi descendencia, a coser haciendo de viejo nuevo, y a unir esfuerzos junto a mí esposo para proporcionarles un mejor sustento tarea desde entonces más que suficiente para ocupar los días y la vida.
Quien canta y lo hace maravillosamente es mi hermana, a eso se dedica desde hace muchos años, tantos que ya no recuerdo. Cuando trabajaba en el teatro de la ópera de La Habana, un día se apareció con un enorme rollo de una tela gruesa color vino tinto metido en una bolsa de nylon. Y me dijo: _ ¡Mira! Cambiaron el telón del teatro y repartieron la tela entre todos los que quisieran llevársela para no botarla. Enseguida pensé en ti, y te traje lo que pude conseguir.
Comencé a levantar todo aquel tejido, imaginándome qué hacer con tanto paño. Eché a andar la creatividad y en menos de una semana le había confeccionado a mi esposo y mis dos hijos, unos pantalones espectaculares, con bolsillos, trabillas, y todo. Disimulé cualquier gastado que pudiese tener la tela, colocándolo hacia adentro en el momento de cortar cada pieza. Y antes de lo que pudiesen imaginar, estaban los tres vestidos de igual forma, como si fueran integrantes de una misma orquesta, con la diferencia que no tenían la vocación artística de mi hermana. En éste caso el hábito no hacía al monje porque aunque parecieran músicos no eran capaces de tocar ni la marimba. Con excepción de mi hijo menor que siempre quise siguiera los pasos de su tía, o hiciera lo que no pude hacer yo: dedicarse al canto. Pero nunca le atrajo la idea suficientemente.
Después de terminar los tres pantalones era tanto el tejido que quedaba, que le hice un forro al colchón de cuna del pequeño, que ya lo estaba necesitando. Y aproveché el espíritu de remodelación que me había poseído y, entre mi esposo y yo, hicimos una base de madera con cuatro patas, que pintamos de color café, y le colocamos encima el colchón forrado, resultando un improvisado sofá-cama que pegamos a una de las paredes de la sala. A partir de entonces fue la cama del menor.
Como aún quedaba tela roja, ideé unos cojines rectangulares para ponerlos encima que dieran aspecto de respaldo, y otros dos, tubulares para los extremos; que ejercerían como brazos.
Lo que evitaron ellos a partir de entonces, por todos los medios, fue sentarse en el sofá cuando alguno tenía su pantalón de “último modelo” puesto. Porque si se les hubiera ocurrido coincidir los tres vestidos de igual manera y sentarse en el sofá, hubiesen quedado mimetizados a tal punto de perderse entre todo aquel rojo burdeos. Hasta me parece haberlos visto pasar apurados por delante del mueble cuando ostentaban la prenda de vestir para evitar algún tipo de comparación. ¡Y aún quedaba tela!, que mami aprovechó para hacerse un juego de saya y chaqueta.
Recuerdo también la confección de camisas y vestidos hechos de sacos de harina, que lográbamos conseguir después de acosar hasta el cansancio a los panaderos conocidos y comprárselos a un módico precio. Después de pasar el proceso de sumergirlos en cloro, para quitar las letras y blanquear, eran transformados en piezas únicas, con un toque distinguido a través de bordados y botones. Resultando en prendas blanca, frescas, con detalles coloridos, ideales para ser usadas en un clima caluroso como el de la isla.
Otro invento fueron las medias hechas de camisetas viejas, con unas costuras por detrás y elásticos, que nos poníamos a diario para completar correctamente el uniforme escolar, y debían llegar hasta las rodillas.
¡La verdad, que lo que hemos tenido que pasar los cubanos! Y aún no termina la lucha. Solo que ahora ni telón aparece.