jueves, 25 de agosto de 2016

La luna colgada.

La luna colgada.



La luna se cuelga de un anillo
para salvarse de la cordura
y el vampiro succiona
un corazón ardiente.
No importa,
igual estamos condenados.
Que muera de miedo
no es noticia, es costumbre.
La mandíbula se esfuerza en sonreír
y una mueca la besa.
No importa,
igual estamos condenados
Así pasa la noche
viendo al enemigo
parapetarse en la mirilla
esperando el momento, mas...
No importa,
igual estamos condenados.
Gotea la dicha
por un grifo de desdicha
y la lengua se calla
lo que ya dijo.
No importa,
igual estamos condenados.
He de seguir mezcla
de metal y carne
fuego y frío
labor y ocio.
No importa,
igual estamos condenados
a disfrutar de la sombra y de la luz,
a vivir de forma artificial y prepagada
el patrón recalcado y repasado.
Porque al final...
No importa,
igual estamos condenados.

Autoría y derechos:
Marta Requeiro.

Cartagena de Indias: un recuerdo que hoy cobra vida.

Cartagena de Indias, un recuerdo que hoy cobra vida.





Sentíamos que julio avanzaba lento en el calendario del 2011 cuando esperábamos con ansias la llegada del día 13, y nos enfrascábamos en los preparativos para viajar a Cartagena, Colombia. Oficialmente llamada Cartagena de Indias. Ubicada geográficamente al norte de Suramérica.
Esta ciudad cuenta con un puerto hacia el Mar Caribe que la hace sobresalir en la actividad logística concerniente al comercio marítimo internacional y en los últimos años, de la mano del turismo y el sector petroquímico, se posesiona en el cuarto lugar de las más importantes del país.
Nos ocurría que tanto tiempo fuera de Cuba, no haber vuelto nunca más, y ahora presentarse la posibilidad de viajar a esa ciudad, que tanto se parece a La Habana, nos motivaba.
El tener similitudes en cuanto al clima, la diversidad de frutas, lo cálido de su gente, de las que ya teníamos conocimiento por estar emparentados. Su historia paralela en muchos aspectos a la de la isla, uno muy significativo, el de las edificaciones que datan del período colonial. Todo nos mantenía exaltados
Siempre afectadas por los mismos factores desde el descubrimiento de América en 1492 y por el protagonismo que tomaba el Caribe desde la segunda mitad del siglo XVI, se convirtieron en piezas claves en el comercio hacia el viejo continente.
Por el puerto de Cartagena fue por donde entró la mayor cantidad de negros esclavos a América provenientes de África durante el período de colonización.
Los conquistadores con el afán de defender de los ataques piratas a los puertos de ambas ciudades, crearon en ellas fortalezas tan parecidas entre sí que estar frente a una evocaba la presencia de la otra.
En 1585, alrededor del puerto de habanero, se empieza a construir el Castillo de Los Tres reyes Magos del Morro, conocido como Castillo del Morro. Luego La Punta, La Chorrera y el Torreón de San Lázaro todos con iguales fines: ser centinelas de piedra de cara al mar.
Gracias al crecimiento comercial tan importante de la zona, esta sería bautizada con el apelativo de "La llave del nuevo mundo, antemuralla de las Indias Occidentales".
En paralelo crecía Cartagena. En 1586 se comienza a construir el cordón amurallado en el borde costero de la ciudad, que por estar afectado por los combates y la furia del mar en épocas ciclónicas, no se termina definitivamente hasta pasado 300 años, según datos de Wikipedia. Reparaciones a cargo de distintos arquitectos han hecho de ese gigante rocoso lo que es hoy.
El Castillo de San Felipe de Barajas en Cartagena se levanta en 1657, dieciocho años después del Castillo del Morro de Santiago de Cuba, llamado San Pedro de la Roca, desde donde llegaban al puerto colombiano los galeones cargados con mercancía de alto valor proveniente de la isla, recalando en el puerto para de ahí seguir su trayecto hacia La Feria de Portobello y Panamá -rumbo obligado hacia Perú- donde se apertrechaban de los mayores volúmenes de oro y plata de la región suramericana, y luego convergir nuevamente en el muelle cartagenero, para regresar al viejo continente.
La hermandad en principios patrios es otro punto de unión entre ambas ciudades a través de la historia, pero era el tema arquitectónico el que deseábamos comprobar con nuestros propios ojos. Habíamos visto fotos de Cartagena que nos daban esa sensación familiar de estar viendo un pedazo de la Habana Vieja y sus fuertes cargados de historia, por eso queríamos ya tenerla espléndida ante nuestros ojos.
La exaltación no nos permitía hablar de otra cosa que del viaje. El motivo principal que nos movía al mismo era estar presentes en la boda de una prima.
Con bastante antelación me encargué de preparar las ropas que llevaríamos. Me hice un vestido sencillo de lino -color hueso- y a mi esposo un pantalón del mismo tejido -color verde oscuro- que luciría con una guayabera blanca.
Deseábamos que los días corrieran pronto, vernos montados en el avión de Avianca, saber que al fin haríamos un alto en el ajetreado vivir y sólo nos preocuparíamos de pasarla bien, disfrutar al máximo de la playa, la comida típica, los bailes caribeños, pero más que nada, convivir con la familia y conocer.
El día esperado llegó y con todo preparado nos acostamos muy temprano para estar en el aeropuerto a las tres de la madrugada. Según el itinerario volaríamos a las cinco de la mañana hacia Bogotá y luego de ahí debíamos tomar otro vuelo doméstico hacia Cartagena.
El frío en Santiago de Chile era espantoso. Ya montados en el avión, el piloto esperó por cerca de una hora para salir. Al parecer había hielo en la pista. Las temperaturas bajo cero y la llovizna durante la madrugada habían traído este resultado, y la neblina imperante no dejaba al sol asomarse. Al fin salimos con el cielo nublado y con la poca claridad que aún ofrecía el nuevo día. Ya sabíamos, por la tardanza, que no alcanzaríamos a tomar el otro avión.
Cuando llegamos al aeropuerto bogotano después de casi ocho horas de vuelo, nos cambiaron los boletos para cuatro horas después. Debimos quedarnos por el lugar dando vueltas para consumir el tiempo requerido antes de embarcarnos nuevamente.

No supimos, hasta estar ahí, que la situación en Colombia era tan delicada. A pesar de lo que habíamos vistos a diario en las noticias televisivas en Chile, pensábamos que el conflicto interno armado sólo se desarrollaba en las zonas intrincadas del país. Sin embargo, las consecuencias del mismo se sufría en todo el territorio, para entonces, éste ya se había extendido por casi cinco décadas. 
El Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) había hecho un llamado a respetar las normas humanitarias en todo el territorio y a velar por los derechos civiles. El trabajo se llevaba de forma mancomunada con el apoyo de la Cruz Roja Colombiana.
El aeropuerto, por ende, estaba seriamente militarizado. Personal armado hasta los dientes con perros rastreadores de estupefacientes colmaban los pasillos y salas de estar como si fuese un territorio en guerra
Fuimos a tomarnos un café y nos cruzamos con un policía que llevaba a su perro atado por una correa, le pedí permiso para acariciarlo y se detuvo ante nosotros sin dar respuesta. Asintió con la cabeza sin mover un solo músculo de la cara y sin emitir ninguna palabra. El animal era realmente una belleza. Se dejó acariciar el lomo y las orejas, se mostró afable y me desestresó del mal momento vivido hasta entonces, aunque ya por el hecho de ver todo ese aparataje a mi alrededor, algo dentro de mí se mantenía alerta. Puedo decir que adiviné en el can más humanidad que en la cara de su dueño.
En la cafetería donde degustamos por primera vez el exquisito y famoso café originario de la zona, no nos dieron boleta de pago. En las vidrieras vimos expuesto un aguardiente de caña anisado, anunciado como el aguardiente típico colombiano. Éste, específicamente, era de Antioquia pero no estaba etiquetado con el precio aunque dimos vueltas para mirar a través del cristal no pudimos ver el importe. Mi esposo se abrió paso entre los que aguardaban pegados al mostrador para ser atendidos y preguntar por el valor del producto a una de las vendedoras. Tenía la idea de comprar uno y llevarlo de regalo a la familia. Yo hice lo mismo e inquirí por el mismo detalle a otra vendedora. Se suponía que las botellas lo tuvieran pegado por algún lado, pero no. Las respuestas de ambas empleadas no coincidieron y desistimos de comprarlo pues no nos pareció lícito el proceder. Además recordamos que ya llevábamos unos vinos chilenos. ¡Qué distinto a Chile!, nos dijimos. En esa tierra que de tantos años habitándola sentíamos como nuestra no hubieran efectuado una venta sin entregar después un comprobante de dicha transacción, mucho menos tener en el aeropuerto internacional un producto a la venta sin el precio etiquetado. No. Estaba segura que en el aeropuerto Arturo Merino Benítez, de Santiago de Chile, no pasaba eso.
Entre dormitar un poco en los incómodos asientos, caminar por los alrededores, y algo de lectura - de un periódico local que me encontré- transcurrieron las cuatro horas preestablecidas y volamos a Cartagena sin mayores contratiempos, excepto el de la certeza de la preocupación familiar por la tardanza nuestra. Lo más probable, es que ya no estuvieran siquiera esperándonos en la terminal aérea, sino en la casa familiar pendientes de una llamada que les pudiera brindar información. Habían sido muchas las horas que distaban de la establecida para llegar y aún estábamos volando.
Al fin tocamos tierra cartagenera, y después de ser chequeados en la aduana, salimos afuera en busca de un taxi.
Un enjambre de pequeños autos amarillos colmaban la calle relativamente estrecha que pasaba por frente a los portales del aeropuerto disputándose los usuarios con los taxistas particulares, en una batalla campal bajo el asfixiante calor. Nos cayeron de golpe al rededor de una docena de taxistas ofreciendo sus servicios pero hicimos caso omiso, por un tema de seguridad, y preferimos irnos en un auto autorizado de los tantos que esperaban fuera del terminal aéreo. Pegados uno tras otro en el borde de la calle colapsaban aún más el tráfico.
El taxi que elegimos al azar iba conducido por un mulato afable y risueño que enseguida nos empezó a hablar de las bondades y puntos de interés de la ciudad.
                                                                                                    El Laguito, Cartagena.

Ya caía la tarde cuando tomamos la avenida del malecón. Los matices anaranjados del sol sobre el mar, las tempranas luces de los faroles de la ciudad, y su vida, se reflejaban en los miles de balcones y paredes de cristales de los modernos y gigantescos edificios que nos daban la bienvenida del lado izquierdo, contrastando fascinantemente con lo más antiguo: el malecón. Que nos acompañó gran parte del recorrido por la derecha.
Nos enamorarnos de la espléndida vista que disfrutábamos, y del cálido aire que nos daba en el rostro descongelándonos el cuerpo del frío sufrido en Santiago de Chile y el aire acondicionado del avión.
Llegamos a la casa familiar y nos recibió una joven de amplia sonrisa que había quedado a la espera nuestra. Nunca la habíamos visto, ni en fotos, y ya era indiscutible la amabilidad y el amor con que nos recibió, cualidades que nos reconfortó después de tantos tropiezos. Luego de presentarse, explicó que los otros parientes habían ido al supermercado llevándose con ellos a mi suegra, quien no sabía que vendríamos y para la que teníamos preparada la sorpresa después de tantos años sin vernos, además así tendríamos tiempo de acomodarnos.
Cuando sentimos sonar el picaporte de la puerta ya estábamos sentados cómodamente en el sofá explicándole a la anfitriona los pormenores del viaje. Los gritos de alegría y los abrazos inundaron el espacio. Mi suegra estuvo al borde del infarto pero lo superó sin mayores contratiempos. Al final terminamos hablando de lo que haríamos a día siguiente.
Nos levantamos temprano y salimos a la terraza a contemplar el amanecer. Teníamos una vista privilegiada desde lo alto y por lo transparente de los cristales, que conformaban el balcón, todo El Laguito, zona de la ciudad en la que estábamos, se podía contemplar enteramente, y más a lo lejos el mar.
La boda fue espectacular. Para nuestra sorpresa en uno de los antiguos fuertes de la ciudad conocido como Baluarte de San Ignacio, destinado ahora a la actividad turística, a la realización de eventos y bodas. Hacia el frente tiene vista al malecón y la avenida Santander que lo bordea, y hacia la parte de atrás una salida a la plaza San Pedro de Claver.
El personal contratado para atender a los invitados vestía ropas blancas con diseños semejantes al de los trajes típicos de la servidumbre en la época colonial. Las mujeres lucían turbantes, largas faldas y blusas de vuelos con los hombros afuera y mangas vaporosas hasta el codo.
La música que se escuchaba era la típica colombiana, influenciada por los ritmos africanos, españoles e indígenas. La cumbia, el ballenato, los ritmos del litoral (Atlántico y Pacífico), los del interior (andina y llanera). De todo se escuchaba y se bailaba. Por suerte yo había llevado un par de chancletas aplastadas en mi cartera para poder estar cómoda pues nos habían advertido que las fiestas podían durar hasta el amanecer.
Hicimos un alto en el disfrute dancístico, mi esposo y yo, y salimos a caminar por los alrededores a conocer el entorno, a recorrer la plaza que antes mencioné, la de San Pedro Claver, y su amplia área adoquinada donde está la famosa estatua dedicada al religioso, en la que se puede apreciar con la biblia en la mano convirtiendo a un indio. Fue inspirada en el trabajo que este devoto para inducir a los indígenas en la fe cristiana.
Respirábamos el aire fresco de la noche y terminábamos el trago que traíamos cuando vimos un vehículo aparecer y detenerse al borde de la acera que nos quedaba en frente. De la parte trasera del auto bajaron dos hombres luciendo trajes negross y llevando, cada uno, una ametralladora en sus manos, al mejor estilo de las películas de gánsters de Hollywood. Uno de ellos abrió la puerta tracera que daba hacia la acera para custodiar al señor alto y delgado, con sobretodo blanco, que inmediatamente apareció tras la misma. El primer indivíduo se mantenía firme por la parte delantera del auto empuñando el arma y mirando atento a los alrededores.
El personaje de apariencia importante se adentró, en un par de segundos, en uno de los restaurantes cuya entrada daba hacia la plaza, seguido de sus acompañantes. Sentimos temor de estar en un "momento equivocado", y regresamos a la fiesta donde se respiraba alegría, despreocupación y buen ambiente.
Nos sentamos a conversar con la familia que íbamos conociendo y a descansar para disfrutar de La Hora Loca que tuvo lugar poco después de las doce. Un despliegue de trajes coloridos, máscaras, collares, plumas y entrega al baile, al estilo carnavalero nos dejó el espectáculo, además de dolor en la mandíbula de tanta risa y mucho más cansancio al punto de no importarme perder definitivamente la elegancia y decidirme a sacar a relucir el par de chancletas que, bien apretadas, aguardaban dentro de mi pequeña cartera el momento para asistirme.

Vendedora de frutas. Cartagena de Indias.

Ya no dábamos más del cansancio y nos retiramos de la fiesta, no sin antes despedirnos y hacer planes de próximos encuentros. Acompañados por mi cuñado y su esposa decidimos tomar un taxi hasta la casa familiar. Íbamos camino a ella, ya saliendo del centro amurallado cuando unos militares detuvieron el auto, nos preguntaron nacionalidad y al ver que éramos chilenos y norteamericanos mezclados, no sé si fue por rutina o por parecerles extraño, nos hicieron bajar del auto, mientras uno lo revisaba todo, el otro nos cargaba de preguntas y sacándonos de un golpe el relax con que pretendíamos llegar al apartamento. Por suerte todo estaba en regla y nos dieron la orden de seguir.
Al día siguiente, juntos con la comitiva familiar -un grupo de casi cuarenta personas-, salimos a dar un paseo y a tirarnos fotos. Una de las tantas en el Monumento a los Zapatos Viejos, en la parte trasera de el Castillo de San Felipe y que se erigió en honor a uno de sus más grandes poetas: Luis Carlos López. Paseamos por la Catedral Basílica Metropolitana de Santa Catalina de Alejandría y nos maravillamos con la arquitectura de sus calles y los balcones cuajados de buganvilias colgantes. Apreciamos la hermosura de La Torre del reloj, hicimos compras de artesanía local en Las Bóvedas, vimos a lo lejos la Iglesia Convento de la Popa y en el recorrido: La gorda de Botero la que se encuentra tendida sobre un rectángulo de concreto de casi dos metros de altura, en la plaza de Santo Domingo donde al final terminamos almorzando.
Así pasaron los días visitando lugares turísticos comiendo pan de bono, refrescándonos con la gaseosa Postobón con sabor a uva y comiendo las frutas tropicales que echábamos de menos en Chile como la guayaba, el tamarindo, la papaya y el mamoncillo, conocido ahí como "mamón". Los nombres por el que eran conocidos en la zona esos dos último frutos se le hacía muy difícil de nombrar a un cubano, mucho más si era para pedírselas a un vendedor parado con su carretilla de madera en medio de la calle y rodeado por una docena de personas, dado el sencillo hecho de que en la isla estas terminologías tiene una connotación grosera.
Otra atracción peculiar es "La chiva", especie de guagua o minibús pintoresco y multicolor, con ventanillas sin cristales, que circula por la ciudad a toda hora, también conocida como "la quita sueños". En las noches se vuelve una especie de club nocturno sobre ruedas donde se pueden probar los tragos tradicionales, escuchar los chistes más ocurrentes, y la música en vivo o grabada.
El tercer día nos invitaron a un viaje en yate -all inclusive, para mayor sorpresa- a la Península de Barú, también denominada Isla Barú, cuyas aguas transparentes y de un azul inigualable nos recordaron al instante a Varadero. Llena de turistas, lugareños vendiendo artesanías, y mulatas y mulatos ofreciendo masajes relajantes y descontracturantes, pudimos disfrutar de un buen almuerzo con productos del mar acompañado de un trago preparado con coco, utilizando éste vacío como vasija, dejaron archivadas en nosotros unas agradables horas. Recuerdo que, mientras conversábamos, nos servía de mesa para poner los tragos, una tabla de surf inamovible sobre el tranquilo manto cristalino del agua.
La única incomodidad llegaba a ser el asedio de los merolicos que no dejaban disfrutar tranquilamente la estancia y la conversación -entendible- por la situación de desempleo que vivía el país en ese entonces, no se ahora, y la necesidad de llevar un plato decente a su mesa.
La familia debía separarse nuevamente, "come back to reality", cada uno a su país de residencia. Nosotros teníamos siete días de vacaciones de los que habían pasado sólo cuatro. No podíamos quedarnos en ese apartamento, el cual había sido rentado por ser más espacioso y en el que fuimos a encontrarnos todos y disfrutar sin separarnos ni un instante.
Ahora hacíamos a todos los familiares, los más y menos allegados pero que sí vivían ahí, una pregunta importante: ¿Dónde quedarnos mi esposo y yo, que no causáramos molestias, esos tres días restantes para tomar el vuelo de regreso a Chile? Las ofertas hospitalarias llovieron, sin dudas, pero queríamos estar sin sentirnos presionados por alterar el cotidiano vivir de los que tenían que salir a trabajar y cumplir con sus obligaciones.
Una amiga de la familia que viaja constantemente por trabajo nos brindó su apartamento que estaría desocupado por esos días para que lo usásemos a nuestro antojo y comodidad -hasta hoy no tenemos cómo agradecerle- pasaríamos solos en un piso ubicado en un lujoso edificio de La Boquilla nuestros restantes días de esparcimiento. Allí nos llevaron, nos presentaron al conserje y nos entregaron las llaves. La zona aún estaba en crecimiento, las calles sin terminar y negocios particulares que abrían sólo hasta media tarde por miedo a los asaltos. Nos aclararon que todo era lindo de día pero en la noche, mejor quedarnos en casa viendo televisión o disfrutando de la brisa del mar en el agradable balcón o de un baño de piscina en el ultimo piso del edificio.
Hacíamos las compras de día y nos trasladábamos en taxi hasta el casco histórico de la ciudad, visitábamos las tiendas y museos pero no dejábamos que pasaran las tres de la tarde sin estar de regreso. El apto estaba en un segundo piso, el mar era la única vista hacia el frente, de éste nos separaba unos cuatro metros de arena y la acera. Era tan tranquilo el lugar a pesar de las advertencias que se podían escuchaban las conversaciones de las escasas personas que transitaban por la zona, paseaban sus mascotas o se ejercitaban.
Hice jugo de guayaba, ropa vieja, arroz y plátanos maduros fritos, para el almuerzo del primer día. Tiré fotos del reflejo del sol sobre el mar, la refracción de su luz en los espejos durante el atardecer. Todo era un remanso de paz y mi esposo y yo nos sentíamos en una segunda luna de miel.
La temperatura en Cartagena llega a bordear los 40 grados centígrados y este día era uno de esos en los que no se puede estar en la calle al mediodía. Cuando cayó la noche y ya no se veía nada en el horizonte por la oscuridad del mar y la poca luz que provenía de afuera era la del inconcluso alumbrado público. Decidimos dejar el balcón abierto y dormir en el sofá cama de la sala escuchando las olas del mar. Vimos un poco de tele y nos fuimos quedando dormidos. Ya todo en penumbras y al rededor de las doce, sentimos una ráfaga de disparos en los bajos del edificio por la parte que da al mar. Nos despertamos sobresaltados, se sentían tan fuertes y tan cercanos que temimos ser alcanzados. Nos tiramos al suelo y mi esposo quiso arrastrarse hasta el balcón y mirar por el pequeño espacio entre la baranda y el piso. No pude retenerlo por más que lo persuadí para que no lo hiciera. El miedo se apoderó de mi y las piernas empezaron a temblarme. Mi esposo desde su estratégica posición, ubicada en el ángulo que hacía la pared divisoria del apto del vecino y el balcón, se veía aparentemente seguro. Sonó un disparo, en un instante lo vi voltearse boca arriba y ponerse la mano en el tórax. Me arrastré por el piso en dirección a él a punto de llorar y con un terrible nudo en la garganta, le quité las manos del pecho y vi sorprendida que no tenía nada, comenzó a reírse a carcajadas a más no poder. Se burlaba de mí, del susto que había pasado, de la cara que debo haber tenido. La secuencia de disparos siguió y el cielo se inundó de luces multicolores y de cascadas y figuras luminosas que al verlas encender la noche fueron aquietándome y devolviéndome la sonrisa mientras nos poníamos de pie para no perdernos el maravilloso espectáculo de los fuegos artificiales que los pobladores encendían con motivo del 201 aniversario de la independencia de Cartagena, otorgada en 1810 tras la firma del Acta de independencia de Santa Fe que se celebraba ese 20 de julio, precisamente ese día que recién comenzaba.
En la mañana el conserje nos mostró un diario donde se podía leer la noticia de que la erupción del complejo volcánico, Puyehue, en Chile, que ya llevaba un mes en acción, se había agudizado y las cenizas eran arrastradas por el aire hasta Argentina y los vuelos, tanto en Buenos Aires como en Santiago, estaban suspendidos. Temí no poder regresar a casa como teníamos convenido, el 21 partiríamos de regreso a Chile. Comencé a rezar desde entonces para no tener más sobresaltos.
Al amanecer, ya con la casa en orden, las maletas cerradas y acicalados, el taxi que el encargado de la recepción nos pidió, aguardaba por nosotros para llevarnos de regreso al aeropuerto.
Fueron días inolvidables e intensos llenos de situaciones cargadas de emoción.
Hoy, 25 de agosto de 2016 a poco más de un mes de celebrarse el 206 aniversario de la independencia de Cartagena, me complazco en leer la noticia que encabezan los principales diarios: El gobierno de Colombia y las FARC firmaron un acuerdo de paz.
Me sigo sintiendo cada vez más unida a su historia porque dicho pacto se viene fraguando hace cuatro años en La Habana, Cuba, desde noviembre del 2012, y después de más de 50 años de conflicto sólo falta la aprobación de la conferencia nacional de las FARC y el plebiscito del gobierno colombiano para ponerlo en marcha el 2 de Octubre. Comparto la opinión de La BBC, que anunció esta mañana: "Hoy podemos decir que se acabó la guerra". Me alegro por Cartagena, por Colombia, por su pueblo alegre y sencillo. Y porque ha sido un largo camino hacia la paz. 

viernes, 19 de agosto de 2016

Columpio (En el 1er libro de poesía).


Columpio


Un péndulo de dicha
columpio de alegría
se adelanta y asusta
en su misión de siempre.

Entrega y huella,
adelante y atrás,
quedan.

La risueña inocencia
que al columpio se aferra
transforma una mirada
hosca en placentera.

La brisa trae perfumes
de desbordados trinos
con hojas y pistilos
del árbol enraizado
donde el trapecio cuelga,
portando a la inocencia.

Una espalda doblada
al peso de la vida
va empujando la risa
que en el balance vuela.

Autoría y derechos: Marta Requeiro.

Ave asustadiza.


Ave asustadiza



El ave rara de la felicidad
frágil, blanca, y etérea
levantó vuelo
espantada del portazo
que dio la mala respuesta.
¡No quiero verte,
ya no me importas!,
dijo el enojo,
y callado ocupó
el lugar
de la felicidad.
Ahora
cuando te mires al espejo
verás mi rostro.
En tus ojos mi mirada,
y en tu boca mi sonrisa.
De la misma manera
que te hablé, hablarás.
Como aprendí a decir, dirás
Porque a la distancia
de mi pecho estabas
y a la distancia de un beso
te ofrecía la cura.
Que emprendas,
es lógico
Que hieras
no es justo.

Autoría y derechos:
Marta Requeiro.

sábado, 13 de agosto de 2016

Despertaré

Despertaré



Despertaré cuando el ocaso duerma,
haré un café con gotas de rocío
acompañando los trozos de mañana
que morderé cuando tú te hayas ido.
Me pondré el vestido alegre
que siempre saco
de aquella percha vieja.
Afuera esperará la golondrina
para volar hacia otras primaveras
y cantar la canción,
mil veces repetida,
que te cantaba, yo, junto a tu cabecera.

Caerá la lluvia o habrá sol
en el cristal, afuera.
Reconoce...
El cielo puede ser lo que tú quieras
un puñado de frágiles lentillas
bordadas en un negro manto,
o un girasol implantado
en un pedazo
de rio turquesa.
Escoge, por tu bien, lo más divino
que un recuerdo de dichas
todo lo compensa.

Me dispongo
a dar cuerdas a la vida
en este día que empieza
vistiendo de optimismo
de los pies a la cabeza.

Autoría y derechos: Marta Requeiro.




jueves, 11 de agosto de 2016

El aire que respiras.

El aire que respiras




El aire que respiras...
también imprescindible
para hacer volar la risa,
las hojas del diario
cargado de noticias.

El globo que se escapa
o la partícula que poliniza,
el penacho de los cocoteros,
los paraguas, los sombreros.

La sal del mar y los pañuelos,
un secreto en susurro,
un beso que se lanza,
los olores cargados
de recuerdos.

El remolino de polvo
que se forma
en los contenes,
la ropa que se seca
en los cordeles.

Los cometas y aviones,
los nombres y canciones
las ondas de la radio
y de la tele,
y mi telepatía
cuando pienso en ti.

Autoría y derechos:
Marta Requeiro.



domingo, 7 de agosto de 2016

Midnight.

                                  Midnight

               

Son las 3:26 am y agradezco el comienzo que hace más de una hora ha tenido para mí este domingo, 7 de agosto del 2016. Día que no se si será soleado o no pero ya han salido a flote los sentimientos que pudiera brindarme el astro rey en todo su esplendor, programado para aparecer alrededor de las 6.40 de esta misma, y aun, prematura mañana.
Las obligaciones de la vida que se toman con optimismo se hacen más llevaderas, sobre todo aquellas que son un tanto más difíciles de cumplir como el levantarse temprano un día en que por lo general todos duermen.
Lo esencial para echar a andar el delicado mecanismo del optimismo dentro de uno está, primeramente, en espantar lo negativo que nos venga a la mente. Eso fue lo primero que hice con mi primer gesto del día que fue apagar la alarma del celular cuando empezó a sonar a las 2.30 de la madrugada al lado de mi cabecera.
No había dormido lo suficiente, y para desperezarme fui de inmediato al baño a echarme agua fría en el rostro diciéndome: ¡vamos, vamos, peor es para tu esposo que tiene que salir ahora a trabajar!
Arrastrando aún los pies me dirigí a la cocina a preparar el café en mi Mr Coffee Machine. Cargué el depósito de ésta con una mezcla, en igual proporción, de dos de mis arábigos favoritos: Pilón y Lavazza; y mientras esperaba a que "se colara" conecté la tostadora de pan para calentar dos pedazos de ciabatta; puse la mantequilla y la mermelada orgánica de uva sobre la mesa, dos cuchillos, dos pequeños platos, jamón de pavo y queso irlandés Dubliner.
Miré para la cafetera y como todavía no pasaba nada fui a poner Pandora en el televisor de la sala, sintonicé la emisora y escogí Smooth Jazz como el género musical adecuado a mi gusto y a la hora mientras esperaba que mi esposo saliera del baño y llegara a sentarse a la mesa.
El olor a café ya se sentía, corrí a detener el colado para que el néctar negro de los dioses no quedara aguado, le hice la espuma, saqué los panes del tostador y llamé a mi amado para comenzar a desayunar antes que la deliciosa bebida se enfriara.
Seguía la música en la tele y yo concluía la primera taza de café del día que me aportaba, entre otras cosas menos importantes, 99.4 g de agua, 0.12 g de proteína, 40 mg de cafeína, vitaminas B1, B2, B3, B5 y B6; vitamina E, calcio, hierro, fósforo, magnesio, manganeso, potasio, sodio y zinc.
Ahora, y sólo con un breve instante de interrupción mientras mi esposo al fin se sentaba a desayunar y yo me servía la segunda taza de café, sentía cómo se acrecentaba mi ánimo escuchando las primeras notas provenientes del piano de Bobby Lyle luciéndose en su magistral interpretación de Midnight. ¡Se las recomiendo!, para espantar cualquier sombra de dudas en cuanto a que éste será un mejor día. ¡Feliz domingo! Provecho.

sábado, 6 de agosto de 2016

La Claria: una revolución dentro de otra.

La Claria: una revolución dentro de otra.



La Claria, cuyo nombre real es Pez Gato, es un espécimen muy controversial. Por una parte dicen que tiene una exquisita carne, y por otra está considerado entre las cien especies más dañinas del planeta por la particularidad de permanecer viva fuera del agua un máximo de setenta y dos horas y depredar todo a su alrededor.
Debido a la cada vez más creciente necesidad de satisfacer el consumo alimenticio del pueblo cubano, a principio de los años 70 entraron por primera vez al país los primeros ejemplares sin mucho bombo y platillo. En los 90 la claria se importaba a Cuba proveniente de Tailandia y Malasia. Su carne catalogada de calidad, así como su resistencia y fácil reproducción, le dieron la valoración positiva para que las autoridades cubanas consideraran necesario acrecentar su cultivo.
Cuando mi esposo pasaba el servicio militar, a mediado de los 80, en la ciudad de Matanzas -me cuenta- ya en el comedor de la unidad se comía la claria, pero esta especie debe criarse en estanques bien protegidos para evitar que escapen e invadan el territorio circundante, como ha venido ocurriendo en las últimas dos décadas.
Hay piscicultores que afirman que esta epidemia de clarias en el archipiélago se debe al aumento experimentado en el nivel de las aguas, trayendo consigo desbordes de los estanques destinados a la crianza y cuidado de dicha especie.
Los primeros rebalses datan de los años 2001 y 2002 -aunque es posible que hayan ocurrido otros con anterioridad sin que hayan sido registrados. Estos ocurrieron como consecuencia de los ciclones Michelle, Isidoro y Lily, e hicieron que las clarias se esparcieran, se salieran de control y se adueñaran de ríos, riachuelos, estanques, alcantarillas, zanjas y cualquier oquedad con algo de agua donde pudieran vivir y ocultarse. Hoy, por lo depauperado y el poco cuidado que se observa en del país en todos los aspectos principalmente  en el de la planificación, lo que ocurre con este animal sigue vislumbrando inválida la posibilidad de  solución o control.
Estas criaturas rastreras  son capaces de comerse un animal pequeño; por ejemplo una jicotea, un ratón, etc. Deslizarse por los patios hasta llegar a los nidos de gallinas y engullir los huevos. Han hecho estragos en especies de agua dulce endémicas de Cuba como la trucha, la biajaca, y la biajaiba, entre otras.
En el diario sin papel y sin distancia que circula por internet (Martí Noticias) pude leer un informe de la agencia Ecured indicando que ya el extraño pez amenaza a 242 especies en Cuba: 75 tipos endémicos: como la Biajaca (Nandopsis tetracanthus) y la Biajaiba (Lutjanus Synagri), 25 nuevos especímenes que fueron introducidos en la fauna isleña y que ya habían llegado a considerarse de la zona por su compatible adaptación, además de 29 clases de ranas.
 En 1985 se sacaban 78 mil toneladas de peces de la plataforma submarina. Por la crisis que comenzó en los 90, el sector pesquero se redujo y se establecieron prohibiciones en contra de la pesca indiscriminada con el fin de preservar las especies. Desde entonces el gobierno no ha tomado las medidas necesarias al respecto para el control de la reproducción del voráz animal y pueden llegar a pescarse, sin el mayor esfuerzo, hasta en los sótanos inundados de cualquier viejo edificio de La Habana Vieja, o en sus desagües y alcantarillas. Bajo esas mismas fachadas que son consideradas la carta de presentación de la ciudad, recientemente nombrada "maravilla" del mundo.
En la Isla de la juventud los acuicultores señalaron, dice la misma fuente Ecured: versión cubana de Wikipedia, que ya se ha sobrepasado las mil toneladas previstas para el año. En otros informes esta misma fuente advierte que en la Ciénaga de Zapata, reservorio natural del país, se han capturado ejemplares con cocodrilos chiquitos o jicoteas en sus estómagos.
Los pescadores de El Cajío, en Batabanó, zona costera al suroeste de Cuba, dijeron a un corresponsal de Internet Press Servise su preocupación porque ya no caen en sus avíos de pesca las especies de antaño, sino que el protagonismo lo toma la claria seguida de la tilapia. Que extrañas veces, después de horas de intento, logran sacar de las aguas algunas biajaibas aún muy pequeñas. En otras zonas costeras del país ciudadanos que desde hace tiempo se han dedicado a pescar afirman que los peces que habitualmente habitaban las aguas del lugar se han extinguido. Más de 500 zonas con salida al mar, diseminadas por todo el archipiélago cubano, se han sustentado de la pesca por años y hoy ven esta actividad en inminente estado de desaparición.
Hay datos históricos de registros oficiales en Cuba que afirman que en 1962 se obtenían en la isla 1 millón de crías de carpas, 100.000 soles, y 1 millón de tilapias, de las que se estudiaba la posibilidad de adaptarlas al agua salada para ser utilizadas como carnada viva en la captura del bonito. La tilapia siempre fue el pez por excelencia destinado al consumo popular, rara vez la merluza o el jurel, para ello el gobierno cubano buscó asesoramiento en la cría de éste pez de agua dulce. A finales de los 90, recuerdo, era fácil adquirirla en las ferias populares y mercados del país. En la actualidad han sido sustituidas por las clarias y en menor medida por la tenca; que ya tampoco se esta viendo.
Una noticia "entusiasta" que salió publicada en el diario local La Victoria, de la Isla de la juventud, destacaba que se había garantizado cubrir con creces la demanda de claria en unidades de ventas, comunidades y poblados, además de la elaboración de subproductos tales como croquetas, filetes y picadillo, que gozan del agrado popular. Esto de "el agrado popular" habría que verlo teniendo en cuenta que la gente va conociendo quién es realmente este animalito, que además de repulsivo a la vista, es capaz de depredar el hábitat y, en ocasiones, tener que buscar ayuda para su evacuación de los tragantes.
En Santa Clara -Villa Clara-, región central de Cuba, existe una presa llamada Minerva. Recuerdo que cuando iba de vacaciones a ese lugar solíamos pescar truchas, tilapias o biajacas, ahora en la actualidad los que siguen dedicándose a este pasatiempo no logran pescar nada.

La blanca masa del insaciable pez tiene, por tanto, algo oscuro oculto en el fondo. Si bien ha servido de sustento alimenticio para los cubanos, este engendro que fue pensado para vivir en estanques de agua dulce, ha demostrado que también lo puede hacer en cualquier sitio con poca agua, que le bastan las fuertes sacudidas de su cuerpo para arrastrarse y que es tan voráz como invasivo, y al parecer invencible como la propia revolución que la adoptó. Pero como el cubano se ha caracterizado por superar la adversidad, hoy como siempre; está convirtiendo un revés en victoria. Ya no le importa que no haya transporte para traer el pescado de forma esporádica a la bodega si está la claria por ahí, por cualquier parte, oyendo la conversación... ¿O mejor llamarle ya, Clarita?

martes, 2 de agosto de 2016

Mientras que la vida pasa.

Mientras que la vida pasa.




La ira somete al juicio,
a la duda, a los pensamientos
y el amor queda escondido
esperando su momento...
Mientras que la vida pasa.

Todos tenemos errores,
nos hemos equivocados
y el que se crea tan perfecto
que nos levante su mano...
Mientras que la vida pasa.

Somos un experimento,
un capricho del divino,
para mirar cómo actuamos
haciendo nuestro destino...
Mientras que la vida pasa.

Lanza el odio y el perdón
en iguales proporciones
y luego se sienta a vernos
tomar nuestras decisiones...
Mientras que la vida pasa.

Confianza tiene el hacedor,
depende lo que escojamos,
en ese amor escondido
que al fin lleguemos a hallarlo...
Mientras que la vida pasa.

Autoría y derechos: Marta Requeiro.



lunes, 1 de agosto de 2016

Toro y torero.

Toro y torero


La luna llora
porque al torito
se lo ha matao,
el mismo toro
que la miraba
enamorao.

La luna llora
porque al torero
se lo ha matao
aquel torero
que la miraba
enamorao.

La niña llora
que a su torero
se lo han matao,
aquel torero
que prometía
enamorao,
de azahar vestía
de iglesia grande
salir casaos.

El desconsuelo
toca a la niña,
llega a la luna,
por esos juegos
de rojos ruedos
y de amargura.

Tan importante
la diversión,
tan importante,
si el toro muere
o muere el torero
no es relevante.
La farra roja
el rojo ruedo
más excitante.

Autoría y derechos : Marta Requeiro.