domingo, 31 de julio de 2016

El espejo.

El espejo.


El espejo
revela,
no quien eres.
El espejo
refleja
lo que otros ven de ti.
El espejo
lengua
que se alía a la luz,
para juzga de inmediato
sin llegar a conocer.
El espejo
recuerda
la vejez y el cansancio
cuando aún hay ganas
de volverlo a intentar.
El espejo
devuelve
el rostro juvenil
no el cerebro que en años
la experiencia ha de nutrir.
El espejo
ícono
de la vanidad,
muestra sólo
lo superficial.
El espejo
injusto,
como el dolor de la vida,
es lo que de seguro habrá
en la caja de Pandora.

Autora: Marta Requeiro.
Derechos reservados: Marta Requeiro.

sábado, 30 de julio de 2016

Un pedacito de Biella acompañando el café.

Un pedacito de Biella acompañando el café.


En todos los pueblos chicos del mundo los que siempre tienen trabajo seguro y, por ende, una vida estable aunque no sea con mucho dinero; son los que practican tres principales oficios: partera, enterrador, barbero o peluquera.
Tengo un amigo italiano con título universitario, y que además habla varios idiomas. Vino a Estados Unidos ayudado por un amigo a trabajar.
La situación en su país natal se recrudece cada vez más, como en muchos países de Europa, y lo que era próspero se marchita.
El pueblo del que proviene tiene cerca de 46.000 habitantes, se llama Biella. Pertenece a la provincia del mismo nombre, en el distrito de Piamonte, al noroeste del país por donde se halla la frontera con Suiza y Francia. A casi dos horas en auto de Milán y hora y media de Turin.
Se estima que el nombre de Biella se origina a partir de la combinación de dos términos: Biel -dios de la vegetación- y el sonido de la pronunciación Bhag que en la antigua lengua indo-europea significa Haya: árbol que se propaga por sus campos, colinas y que además está presente en el escudo de la ciudad.
Es un lugar no contaminado, dedicado a la producción textil - principalmente de lana de alta calidad- además de la artesanía y la elaboración de vinos.
Hace algún tiempo, una de sus fábricas textiles destinadas a la elaboración de prendas de vestir, empleaba a cerca de tres mil trabajadores; ahora no superan los 300.
El desempleo ha ido en aumento y la situación que se vive en el país se hace sentir con fuerza en localidades como ésta, alejadas de ciudades de mayor importancia, tratando de surgir a pesar de estar rodeadas de belleza y recursos naturales.
Es una tierra de herencia espiritual. Alberga el Santuario Mariano de Oropa, uno de los más importantes del continente. En la parte meridional todavía pueden apreciarse, a lo largo de la vía Francigena camino de peregrinaje que conecta a los creyentes del norte con Roma, restos de antiguas parroquias e iglesias medievales, entre las que se destaca el Ricetto di Candelo, único en Europa.
Todas estas cosas me contaba mientras yo preparaba el café que le había invitado a degustar. Que además, la juventud de allí abandona el lugar y emigra cuando tiene una posibilidad, en busca de mejores oportunidades, trayendo como consecuencia que la población siga envejeciendo. Las casas han perdido su valor inmobiliario permaneciendo vacías por mucho tiempo o rentadas a extranjeros -marroquíes en su mayoría- que llegan a desempeñar labores por un bajo salario, prefiriendo esa vida que la que llevan en su país.
Su tía, una señora de  de edad avanzada, modista y ama de casa; va mensualmente a la peluquería a arreglarse o cortarse el pelo. Prefiere el peluquero del barrio, aunque siempre este ocupado y atareado con su doble trabajo de embellecer a las lugareñas y escucharles sus charlas mientras las aconseja con aires de psicólogo frustrado, que moverse a otro sitio. A menos que decida hacerse un cambio de look, y manejar por casi media hora hasta la localidad más cercana para ponerse en manos de un estilista experto en nuevos cortes; dejando a todos en la casa preocupados, ya que no cuenta con la misma excelente vista de antaño para maniobrar el timón.
Yo agregaba entonces -mientras daba unos sorbos al café que ya había servido- que la travesía no sólo era peligrosa para ella, sino para toda persona o animal que se le cruzara en la vía. Imaginándola echada hacia adelante tratando de distinguir con claridad el camino y sus contrastes.
Así entre conversaciones serias y jocosas continuamos tomándonos la cafetera de café expreso con capacidad para seis tazas.
Fantaseé cada situación que me contaba, ocurren en su pequeño pueblo, matizadas con humor. Agregó, además, que el viejo barbero, acostumbrado a no recibir quejas por su trabajo y ver que los usuarios se marchan "contentos" con el resultado, muchas veces -sobre todo si no hay mucho pelo que cortar- el experto se vale de unas simples tijeras, bastándole unos cuantos schick, schick, por acá y otros schick, schick, por allá. Sin estropear, si quiera, el gel que tenga untado el cabello.
¡Por suerte!, y por los detalles que me brindaba sabía que el añejo fígaro no padecía de Párkinson, pues hubiese sido arriesgado someterse a un rasurado con navaja sin poner en riesgo la vida tras el supuesto caso de un corte limpio de la yugular.
Me expresaba, que los asiduos clientes de los bares suelen hablar de todo, novedoso o no: del último muerto, del recién nacido, del que fue infiel o al que engañaron, del que se graduó y se fue en busca de un mejor futuro, del desempleo, del clima, del desempeño del equipo local de fútbol, etc. Que además, como en cualquier bar de cualquier pueblo chico, muchas veces hacen determinadas críticas a espaldas de sus protagonistas, pero si por casualidad éstos aparecen, son recibidos con una amplia sonrisa e invitados a un trago como si nada se hubiese dicho de él.
Me habla tanto de su lugar de origen cada vez que nos reunimos, que ya creo conocer de tiempo a sus más allegados y las características básicas de sus habitantes.
Me instruye, además, que en dicha localidad cada vez hay menos pobladores. Los jóvenes emigran por lo que ya he explicado, y los viejos van muriendo. A los funerales de estos asisten los mismos amigos inseparables que acompañaron al difunto durante toda su vida, y al momento de retirarse a casa se va uno menos: el muerto, claro está, que se queda en su morada eterna.
Todas las noticias "relevantes" se conocen y propagan con rapidez.
Los domingos son los días ideales para asistir al cementerio, a la iglesia, al cine, o simplemente estar en familia. El periódico local anuncia con exhaustivo lujo la más mínima noticia.
Su casa -detalla- es de dos pisos, grande, espaciosa, sólida y de buena arquitectura. Cuenta con extensiones de tierra donde antiguamente existió un productivo viñedo, hoy hay escasas plantas de vid que se usan en el consumo hogareño.
A pesar de que me deja la sensación que Biella está quedando sola, que sus recursos naturales no están siendo bien administrados, saco en limpio que es una hermosa zona Italiana con lugares interesantes por visitar: los pintorescos relieves de los Alpes de Biella, sus montes, valles y la ribera del lago Viverone con una excelente reputación turística.
Sus áreas protegidas y de reservas naturales ofrecen toda una variedad de paisajes de gran belleza. Ente ellos la Reserva Natural Orientata de Baragge, Parque Natural de la Burcina que en primavera se llena de flores y colores.
También despierta la sospecha de encontrar allí una exquisita gastronomía y unos excelentes vinos, motivos más que suficientes para aceptar la invitación de mi amigo a visitar su casa y conocer personalmente a Biella. De la que hoy, y gracias a él, pude tener un pedacito acompañando el café.




viernes, 29 de julio de 2016

Natural guerrera.

Natural guerrera


Dolor, a qué has venido.
Te advierto que soy fuerte,
natural guerrera.
Aunque frágil me veas
reflejada a ratos
en la cristalina transparencia
de una lágrima.
No importa si has venido
a hacerte pasar
por un fiel compañero.
Te advierto que soy fuerte,
natural guerrera.
Haré que te doblegues
ante mi paciencia,
sumiso y silencioso
convivirás conmigo.
Una cinta de rezos
ataré a tus quejidos
y tendrás como tortura
una alegre canción
gatillándome en las sienes.
Te advierto que soy fuerte,
natural guerrera.
Por si aún, así y todo,
quieres quedarte.

Autora: Marta Requeiro.
Derechos reservados: Marta Requeiro.

Culpables

Culpables


Hay situaciones en la vida en las que uno no sabe cómo proceder, o al menos reconoce que no esta obrando de la mejor manera. ¡Pero es tan frustrante hacer lo correcto cuando las cosas no van bien!
En un mercado -por ejemplo- ver las personas llenando los carros de comida sin mirar precios u ofertas, porque saben que podrán pagar cuando lleguen a la caja. Que pueden llevar lo mejor a sus hijos, a su  mesa. Tener un champú, un jabón o un detergente para lavar la ropa o los platos, por el sencillo hecho de tener un trabajo.
Perdón, quizás sea difícil para usted imaginarse en esa situación. Como también le será fácil pensar que soy un ladrón, que siento placer de robar nimiedades o, incluso, que robo alcohol o cigarros. Que llevo tiempo haciendo esto, que a esto me dedico. ¡No, no señor! Si robé lo hice por mi familia, por mis hijos. Tengo dos: uno es pequeño y el otro se esfuerza, estudiando y trabajando para pagar sus clases, por tanto es obligación nuestra darle todo lo demás para que sólo se preocupe de estudiar, salir adelante y ser un profesional.
Mi familia es mi riqueza. No tengo nada más, excepto mis manos para trabajar, y aún así no he sabido lo que es estar desahogado económicamente en mucho tiempo.
Desde que llegué a este país,  somos nosotros cuatro sin más familia -decía el acusado al juez en la sala de la corte municipal, tratando de defenderse.
Tenía un trabajo, su señoría. -Agregó-. Ganaba poco más del mínimo. Para ahorrar iba y venía caminando todos los días. Estaba ocupando un puesto para el que juré estar preparado. Mentí, exageré en mi preparación. Sinceramente no exigían tener experiencia para poderlo desempeñar, pero yo agrandé mis condiciones favorablemente para no fallar, para hacerles ver que yo estaba mejor preparado que cualquier aspirante y lograr que al final me otorgaran el deseado puesto en el laboratorio escolar.
Buscaba la forma de que el salario quedara íntegro para pagar los gastos mensuales de  la casa, la renta y además, comprar lo necesario para comer. Y fallé, ¡fallé! Ahora lo veo, pero en ese momento no. Estaba enfrascado en ver cómo hacer rendir el salario y en esos casos la mente se nubla y no pude ver más allá, a futuro, la consecuencia de mis actos.
Me dijeron que fuera, mientras, con camisa blanca hasta que pudiera comprarme el uniforme de igual color. Además de eso ya necesitaba unos zapatos, ¿sabe?, los únicos que tenía estaban rotos por debajo de caminar todos los días esa gran distancia que separa  la casa del trabajo y viceversa.
Cada vez que llovía se me metía el agua y luego tenía que permanecer con ellos puestos todo el día. Por favor, excelencia, póngase en mi lugar.
Un día realizando la limpieza matutina en el laboratorio, antes de empezar la jornada. Limpiando unos estantes, para ser específico, me encontré un uniforme. Alguien debe haberlo dejado olvidado. Lo tomé, lo estiré un poco con las manos y me lo puse. Nadie notó la novedad de que ese día no estuviera con la acostumbrada camisa blanca.
Al llegar a casa lo lavé, lo puse en un perchero y al otro día temprano ya mi esposa lo tenía planchado. Salí contento de casa, pensando que ya cuando me pagaran el salario no tendría que gastar dinero en obtener uno y entonces sí podría comprarme los zapatos nuevos, que tanta falta me hacían.
Pero sucedió -excelentísimo- que el uniforme tenía una marca, en el interior de una de las mangas, y yo no la había visto.
Un alumno advirtió entonces que yo llevaba puesto su uniforme, porque como usted debe saber uno reconoce lo propio a distancia, y en lugar de decirme fue a contarle al superior. ¿Sabe qué? No me dejaron tiempo para explicarme, y  en la confusión y la vergüenza no me salían las palabras.
Me otorgaron un castigo peor que la culpa. Sólo se apoyaron en decir que debí haberlo entregado a la dirección, que debí haber indagado la procedencia antes de apoderarme en él. Sí, cierto. ¡Cierto! Lo comprendo ahora, pero en ese momento no lo vi claro, y pido perdón por ello en este momento, su señoría. En ese entonces no pude. Les entregué la bata blanca y salí avergonzado.
¡Perder mi trabajo por eso! ¡Dios! Cada día me arrepiento más. - Decía el hombre sujetándose la cabeza-. Al fin y al cabo era un simple delantal de laboratorio.
Me sentí como en un circo romano, como me siento ahora, y sin mediar nada más me pusieron a firmar el despido, pues ya no era persona confiable en el establecimiento.
Llegué a la casa terriblemente angustiado, con una gigantesca presión sobre mi cabeza, y le conté a mi familia. Aproveché, y cuando estuvimos todos reunidos -como de costumbre- en la mesa les confesé lo sucedido.
Puede imaginarse usted, Sr. juez, qué pasó al otro día; estaba en la misma situación de antes: buscando trabajo nuevamente.
Mi esposa hace los quehaceres de la casa, cose: hace arreglos de todo tipo y confecciones. Ayuda la mayor parte del tiempo, con sus ingresos, a que los calderos no enten vacíos, pero a veces tiene semanas de no hacer nada de costuras. La gente cuida su economía más cada día y ya no compra ropa como antes. A visto usted como está la situación en el país.
Ayer al llegar a mi casa, después de otro día repartiendo currículums, supe que mi hijo más pequeño estaba con fiebre. Entonces le pedí a mi esposa que me preparara un bolsillo interior dentro de éste abrigo que tengo puesto, con la idea de llevarme del mercado unas pastillas para la fiebre, miel y un limón. Vi un pedazo de carne seca y la metí también. Pensé: ¡Para que mis hijos no se acuesten sin comer algo sustancioso! Con estos fríos tan terribles pienso más en ellos.
Señoría. Ahí fue entonces que los guardias del mercado detectaron que me estaba llevando algo y por ese delito estoy aquí frente a usted. ¡Pido clemencia, señor, piedad! Deme la oportunidad de salir a buscar trabajo y que haga por mi familia, que lo intente otra vez. Juro que no volverá a pasar he sentido mucho miedo de faltarles a ellos que son lo más importante para mí.
El juez, viendo al hombre al borde del colapso y con las lágrimas corriéndole por el rostro, dio con el martillo sobre el inmenso buró y dijo con actitud conclusiva:
_ ¡Absuelto!
En la sala se sintió un murmullo que fue creciendo en intensidad como motor en marcha. Un joven se puso de pie y gritó con todas sus fuerzas por encima de las voces de la multitud.
_ ¡Protesto! ¡Él es culpable. ¡Sí, culpable! Por darnos malos ejemplos, por no medir los daños de sus actos. ¡Estoy avergonzado!
Se acrecentó el bullicio sórdido en contra del padre que permanecía de pie contemplando, con asombro, cómo su hijo mayor, con furia y odio reflejados en el rostro lo acusaba.
El letrado golpeó con energía un par de veces la mesa de madera exigiendo silencio.
_ ¿Quién es usted para refutar mi decisión? -preguntó agraviado dirigiéndose al muchacho.
_ Soy el hijo mayor del acusado, y digo que es culpable porque sólo él es responsable de no tener trabajo. No nos ha dado buenos ejemplos con esas actitudes.
La muchedumbre alborotada no paraba de murmurar. Esta vez con todos los elementos, a favor o en contra de los dos.
El juez volvió a dar un mazazo en el estrado y pidió que cesara el bisbiseo o despejaría la sala.
_ Su padre ya ha recibido castigo. Su propia consciencia hará mejor labor justiciera que la que yo podría dictar. Usted es ahora el culpable -agregó dirigiéndose imperativamente al joven y señalándolo con índice derecho levantado-  ¡Sí, usted, por no tener la sensibilidad suficiente para discernir entre un padre, que ha tenido una racha de mala suerte y un verdadero ladrón o un delincuente. Además usted lejos de reconocer los sacrificios que él ha hecho, encima, lo ha querido incriminar.
Le ordeno que a partir de ahora, en su tiempo libre, confeccione unos volantes y los reparta en el antiguo trabajo de su padre para que todos en el plantel conozcan el mal proceder de la dirección, y la forma impropia de hacer justicia. Solicitará -esta vez con mi ayuda- que investiguen a fondo el hecho para que, de ser como él dice, le devuelvan el puesto.
Además, ya veo que trabaja usted para pagarse los estudios, entonces, hasta que su padre y su madre no esten más holgados económicamente, usted deberá pagar la renta, que ya es mayor de edad y vive bajo el mismo techo. Si no le alcanza ya verá cómo se las arregla, trabaje a tiempo completo y estudie en la noche, o postule para un crédito que estoy seguro que si tiene buenas calificaciones se lo darán.
¡He dicho! ¡Se termina la audiencia! -Y volvió a dar con el pequeño martillo de madera sobre el mesón.
Todos en la sala empezaron a salir y el juez a recoger los papeles del buró mientras que la taquígrafa del tribunal público apretaba la ultima tecla, y la esposa fue a abrazar al esposo, a lloraba con él, aferrada a su cuello en compañía del hijo más pequeño.

domingo, 24 de julio de 2016

El poder psicológico de la chancleta.



El poder psicológico de la chancleta

Cuando pensamos en la chancleta lo primero que nos viene a la mente es un tipo de calzado con suela plana –con o sin adornos- que se sujeta al pie por un cordón o tira que puede ir sobre el empeine o separando el dedo gordo de los restantes dedos. Fácil de poner y quitar.
Sus diseños tan simples les dan la preferencia, sobre otros calzados, para ser llevadas en época de verano en zonas de playa. Por lo general son de bajo costo accesibilizando su alcance a las diferentes clases sociales. También, claro está, las marcas famosas como Cross –entre otras- las elaboran en materiales que van desde plásticos hasta cuero de alta calidad haciéndose entonces algo más costosas. La línea de calzado playero Havaiana de Pedreiro vende más de 210 millones de pares por año convirtiéndose en el mayor fabricante del producto en América Latina.
Chancleta es un diminutivo de chancla, aunque no parezca pues lo ideal sería llamarle chancletica.
El término se usa en diferentes países hispano parlantes como Colombia donde también se le dice arrastradera. En Costa Rica, Ecuador, Perú Puerto Rico, y en la madre patria, se les llama igual. En Chile además se denominan: chala o condorito. En Cuba también se conocen como metedeo; y en la Región Oriental se le llama cutara. En otros lugares también es conocida como chinela, chola, cotiza, hawaiana, ojota, tres puntadas, romanita, etc.
Se supone que este tipo de calzado tiene su origen en Japón a partir del diseño original de las getas. O que sus antepasados provienen de culturas como la de los incas que usaban las ushulas (ojotas) de similar apariencia; o fueron inspiradas en las sandalias de esparto, en España, datadas desde el VI o V milenio a.C. Aunque ya en el antiguo Egipto se usaba un tipo de calzado similar cuyo sostén consistía en tiras de papiro trenzado del que hay evidencia jeroglífica.
El ingreso de las chancletas en el mundo de la moda ha creado debates de hasta qué punto puede ser permitido su uso en la vestimenta formal o semiformal ya que representan un punto de vista rebelde consistente en romper esquemas. Llevadas con ropas de vestir pueden parecer anacrónicas pero ya están marcando tendencia.
Se puede hablar mucho de chancletas, de sus usos, pero de lo que sí nadie ha hablado hasta ahora es del menos conocido de todos ellos: El psicológico.
Una chancleta bien usada en éste sentido puede ser el mejor de los mecanismos para disparar de forma súbita el apetito en un infante falto de él. Aliada primordial para una madre cansada de decir: abre la boca, mastica, traga. El sólo hecho de plantarla al lado del plato ejerce un poder incalculable cuando las horas se dilatan, la comida se enfría y no se ve los resultados deseados del plato vacío.
Mis hijos no la probaron mucho, que yo recuerde, ellos son los que tuvieran que decir al respecto.
Pero sinceramente se hacía estresante ver cómo el crío podían llegar a dormirse ante el plato intacto sin tener en consideración lo difícil que resultaba buscar a diario el alimento, elaborarlo con lo que hubiera, darle un sabor finalmente agradable; teniendo en cuanta que en Cuba el precio de los productos comestibles y los condimentos para sazonarlos es elevado, así como el hallazgo de los mismos, -entonces y ahora- cada vez más complicado.
Poner una de ellas encima de la mesa, en un lugar visible, o decir simplemente: ¡Espérate, voy pa´ allá con la chancleta!... Hacía que al menos que consideraran la posibilidad de no buscarse problemas y acabar de limpiar el plato para estar libre y poder salir a jugar o ver los muñes.
No había pedacito de cebolla, pimiento o partícula comestible alguna que quedara por tragar si había una de estas chalas, cutaras, o como se llamen, auxiliando a la madre en el difícil quehacer de conseguir que el hijo comiera.
La típica expresión diaria de “¡No quiero ir a la escuela!”, era resuelta por la progenitora con una muy producente… ¡Ahora voy! -acompañada de una chancleta en mano.
Si el niño se mostraba malcriado o contestón, propenso a las perretas, se perdía en las noches de apagones, o en las tardes huyéndole al baño, o se metía horas fuera de casa sin reportarse, rompía la siembra del vecino cazando lagartijas, ensuciaba la casa acabada de limpiar por estar jugando con el perro, rompía la ropa de estreno, deshilachaba los calcetines en el aula en vez de estar atendiendo a la explicación de la maestra en la clase, o si jugando al espadachín rompía las matas del jardín destrozando los botones y las flores, se subía a las matas del patio en busca de frutas, y cuando no había ya nada en estas iba a la del vecino, mentía o le daba brebajes extraños al gato, o se lavaba las manos en el tanque del agua para cocinar..., ya venía en actitud de perro con el rabo entre las patas pues sabía que había hecho mal -después de todo- y no había considerado la cartilla que nosotras, las madres cubanas, le leemos y releemos diariamente a nuestros hijos hasta el cansancio.
“Ese niño necesita un psicólogo” –podía aludir la vecina haciéndose la experta en el tema de corrección infantil, ya fuera por verse afectada con el comportamiento del mocoso o porque de pronto olvidó cómo fueron los de ella. Sin embargo en el fuero interno de la madre (por demás amorosa) se sabía que con solo mostrar la forma plana de su calzado ocasional -ya fuera de suela de camión cubierto por tiras de tela, cuero o manguera de suero- el barbilampiño entraría en razón.
¡Qué psicólogo ni ocho cuartos! –enfatizaría la abuela que dejaba de ser defensora en ese entonces para aliarse como nunca a la madre sabiendo el poder tranquilizador y solucionador por excelencia que ejerce la chancleta con el simple hecho de aparecer en la escena del conflicto.
¡Cuánto ahorro de tiempo y dinero trae el buen uso -no el abuso- de una sencilla chancla!
Porque… Señores, sin dudas -al menos en Cuba- hay que reconocer el poder psicológico de la chancleta.

jueves, 7 de julio de 2016

Huye poeta.

Huye poeta.


Huye poeta
para que no te alcancen
los naranjas violetas
del atardecer.

Para que no te detengan
unos ojos divinos
una mirada tierna,
la caricia en la piel.

Ni el canto de las aves.
O allá en los verdes prados
ver la lluvia caer.

Sálvate de la pena
del hechizo de un beso.
Del amor en palabras
que te hará estremecer.

De tener ese cuerpo
que amas sobre ti,
que te hará decir cosas
que no querrás decir.

Del olor a las flores,
o a pan recién horneado
y para el día que empieza
el olor a café.

O el de fruta madura
que de los gajos cuelgan.
Del sol en las mañanas
acariciando el mar.

Del mar, de una sonrisa,
de aquello que termina
y que no ha de volver.

De una luna cautiva
en un cielo de estrellas
De la palma en el campo
y de toda cosa bella.

Sálvate, si es que puedes
librar de la locura.
Sálvate, si es que puedes.
porque no tiene cura.

Autora: Marta Requeiro.
Derchos reservados: Marta Requeiro.




sábado, 2 de julio de 2016

Tengo un reloj.

Tengo un reloj.



Tengo un reloj
que se perdió
en el tiempo.
Se detuvo en las horas
de un encuentro.
Se detuvo en las horas
del perdón
Se quedó pegado
a una amplia sonrisa.
Mantiene inamovible
un beso en la mejilla,
el olor de unas sienes,
y la suave palabra
que se dejó escuchar.
Ya no le suceden
segundos ni minutos
ni horas interminables.
Se quedó en una tarde
cuando la armonía
sin que me diera cuenta
salió despavorida
por la puerta de atrás.
Traicionera y ladrona
se llevó la alegría.
Se detuvo en la noche
que aún no encuentra el día.
Se detuvo en el sabor intenso
de un café.
y en la mancha oscura
que quedó en el mantel
después de aquel almuerzo.
Se detuvo en el gesto
simple de la alegría.
Y esperando que parta
mi paciencia se mueve
entre sus manecillas.

Autoría y derechos: Marta Requeiro
Del poemario en producción: Alma con Alas.






Beso de agua.

Beso de agua.


Cuando la lluvia cae
nunca te has preguntado,
qué agua el sol ardiente
habrá evaporado.
Si es agua de tus ojos,
del río o del mar,
y la sal de ésta
a dónde fue a parar.

Puede ocurrir entonces
que, en este ciclo eterno
de rotar y rotar,
la pena que hoy lloro
tenga la sal del mar.
Y una tarde en tu rostro
caiga como agua fresca
mi pena ya dolida...,
o bebas del manantial
una pena sentida,
o el mar que te refresque
sea lluvia salina,
de las penas, que por amor,
otrora me salian.

Espérame entonces
en forma de sal,
en forma de lluvia,
o en forma de mar,
que de alguna manera
a ti llegaré,
para besar tu rostro
donde quiera que estes.

Autoría y derechos:
Marta Requeiro.



viernes, 1 de julio de 2016

Una vieja ventana.


                          Una vieja ventana

Un vieja ventana,
¡marco de tantas cosas!
De cuerpos sudorosos
que se entregan amor.

De miradas lejanas
esperando reencuentros.
Suspiros en sus marcos
después de dar adiós.

Se transforma en un cuadro
con noches estrelladas,
o con el farol que alumbra
a los que se han de besar,
de atardeceres tibios
viendo el sol descender.

De soleadas mañanas
y bostezar de días
que el entusiasmo
halla cuando la
suele abrir.

Es el perfil perfecto
de algún jardín florido,
o del lánguido otoño
que no ha de florecer.
Del velero que cruza
el horizonte calmo.

Del vecino que pasa
y suele saludar.
Del escolar que corre.
del amo con su perro,
del país que protesta
del apoyo al dintel.

Resguardo de la lluvia,
del fuerte viento, el frío.
Del ruido tormentoso,
o filtro musical
de aquella melodía
que nos trae recuerdos
que de ninguna forma
podemos olvidar.

Ojo de nuestra casa,
diaria conexión
con ese mundo rudo
que nos espera afuera,
del que estamos a salvo
estando en el hogar.

Plató de ruiseñores,
de palomas perdidas,
de espejos para vernos
con mejor claridad.

Una vieja ventana
enmarca más que eso.
Una vieja venta
ve la vida pasar.