viernes, 29 de julio de 2016

Culpables

Culpables


Hay situaciones en la vida en las que uno no sabe cómo proceder, o al menos reconoce que no esta obrando de la mejor manera. ¡Pero es tan frustrante hacer lo correcto cuando las cosas no van bien!
En un mercado -por ejemplo- ver las personas llenando los carros de comida sin mirar precios u ofertas, porque saben que podrán pagar cuando lleguen a la caja. Que pueden llevar lo mejor a sus hijos, a su  mesa. Tener un champú, un jabón o un detergente para lavar la ropa o los platos, por el sencillo hecho de tener un trabajo.
Perdón, quizás sea difícil para usted imaginarse en esa situación. Como también le será fácil pensar que soy un ladrón, que siento placer de robar nimiedades o, incluso, que robo alcohol o cigarros. Que llevo tiempo haciendo esto, que a esto me dedico. ¡No, no señor! Si robé lo hice por mi familia, por mis hijos. Tengo dos: uno es pequeño y el otro se esfuerza, estudiando y trabajando para pagar sus clases, por tanto es obligación nuestra darle todo lo demás para que sólo se preocupe de estudiar, salir adelante y ser un profesional.
Mi familia es mi riqueza. No tengo nada más, excepto mis manos para trabajar, y aún así no he sabido lo que es estar desahogado económicamente en mucho tiempo.
Desde que llegué a este país,  somos nosotros cuatro sin más familia -decía el acusado al juez en la sala de la corte municipal, tratando de defenderse.
Tenía un trabajo, su señoría. -Agregó-. Ganaba poco más del mínimo. Para ahorrar iba y venía caminando todos los días. Estaba ocupando un puesto para el que juré estar preparado. Mentí, exageré en mi preparación. Sinceramente no exigían tener experiencia para poderlo desempeñar, pero yo agrandé mis condiciones favorablemente para no fallar, para hacerles ver que yo estaba mejor preparado que cualquier aspirante y lograr que al final me otorgaran el deseado puesto en el laboratorio escolar.
Buscaba la forma de que el salario quedara íntegro para pagar los gastos mensuales de  la casa, la renta y además, comprar lo necesario para comer. Y fallé, ¡fallé! Ahora lo veo, pero en ese momento no. Estaba enfrascado en ver cómo hacer rendir el salario y en esos casos la mente se nubla y no pude ver más allá, a futuro, la consecuencia de mis actos.
Me dijeron que fuera, mientras, con camisa blanca hasta que pudiera comprarme el uniforme de igual color. Además de eso ya necesitaba unos zapatos, ¿sabe?, los únicos que tenía estaban rotos por debajo de caminar todos los días esa gran distancia que separa  la casa del trabajo y viceversa.
Cada vez que llovía se me metía el agua y luego tenía que permanecer con ellos puestos todo el día. Por favor, excelencia, póngase en mi lugar.
Un día realizando la limpieza matutina en el laboratorio, antes de empezar la jornada. Limpiando unos estantes, para ser específico, me encontré un uniforme. Alguien debe haberlo dejado olvidado. Lo tomé, lo estiré un poco con las manos y me lo puse. Nadie notó la novedad de que ese día no estuviera con la acostumbrada camisa blanca.
Al llegar a casa lo lavé, lo puse en un perchero y al otro día temprano ya mi esposa lo tenía planchado. Salí contento de casa, pensando que ya cuando me pagaran el salario no tendría que gastar dinero en obtener uno y entonces sí podría comprarme los zapatos nuevos, que tanta falta me hacían.
Pero sucedió -excelentísimo- que el uniforme tenía una marca, en el interior de una de las mangas, y yo no la había visto.
Un alumno advirtió entonces que yo llevaba puesto su uniforme, porque como usted debe saber uno reconoce lo propio a distancia, y en lugar de decirme fue a contarle al superior. ¿Sabe qué? No me dejaron tiempo para explicarme, y  en la confusión y la vergüenza no me salían las palabras.
Me otorgaron un castigo peor que la culpa. Sólo se apoyaron en decir que debí haberlo entregado a la dirección, que debí haber indagado la procedencia antes de apoderarme en él. Sí, cierto. ¡Cierto! Lo comprendo ahora, pero en ese momento no lo vi claro, y pido perdón por ello en este momento, su señoría. En ese entonces no pude. Les entregué la bata blanca y salí avergonzado.
¡Perder mi trabajo por eso! ¡Dios! Cada día me arrepiento más. - Decía el hombre sujetándose la cabeza-. Al fin y al cabo era un simple delantal de laboratorio.
Me sentí como en un circo romano, como me siento ahora, y sin mediar nada más me pusieron a firmar el despido, pues ya no era persona confiable en el establecimiento.
Llegué a la casa terriblemente angustiado, con una gigantesca presión sobre mi cabeza, y le conté a mi familia. Aproveché, y cuando estuvimos todos reunidos -como de costumbre- en la mesa les confesé lo sucedido.
Puede imaginarse usted, Sr. juez, qué pasó al otro día; estaba en la misma situación de antes: buscando trabajo nuevamente.
Mi esposa hace los quehaceres de la casa, cose: hace arreglos de todo tipo y confecciones. Ayuda la mayor parte del tiempo, con sus ingresos, a que los calderos no enten vacíos, pero a veces tiene semanas de no hacer nada de costuras. La gente cuida su economía más cada día y ya no compra ropa como antes. A visto usted como está la situación en el país.
Ayer al llegar a mi casa, después de otro día repartiendo currículums, supe que mi hijo más pequeño estaba con fiebre. Entonces le pedí a mi esposa que me preparara un bolsillo interior dentro de éste abrigo que tengo puesto, con la idea de llevarme del mercado unas pastillas para la fiebre, miel y un limón. Vi un pedazo de carne seca y la metí también. Pensé: ¡Para que mis hijos no se acuesten sin comer algo sustancioso! Con estos fríos tan terribles pienso más en ellos.
Señoría. Ahí fue entonces que los guardias del mercado detectaron que me estaba llevando algo y por ese delito estoy aquí frente a usted. ¡Pido clemencia, señor, piedad! Deme la oportunidad de salir a buscar trabajo y que haga por mi familia, que lo intente otra vez. Juro que no volverá a pasar he sentido mucho miedo de faltarles a ellos que son lo más importante para mí.
El juez, viendo al hombre al borde del colapso y con las lágrimas corriéndole por el rostro, dio con el martillo sobre el inmenso buró y dijo con actitud conclusiva:
_ ¡Absuelto!
En la sala se sintió un murmullo que fue creciendo en intensidad como motor en marcha. Un joven se puso de pie y gritó con todas sus fuerzas por encima de las voces de la multitud.
_ ¡Protesto! ¡Él es culpable. ¡Sí, culpable! Por darnos malos ejemplos, por no medir los daños de sus actos. ¡Estoy avergonzado!
Se acrecentó el bullicio sórdido en contra del padre que permanecía de pie contemplando, con asombro, cómo su hijo mayor, con furia y odio reflejados en el rostro lo acusaba.
El letrado golpeó con energía un par de veces la mesa de madera exigiendo silencio.
_ ¿Quién es usted para refutar mi decisión? -preguntó agraviado dirigiéndose al muchacho.
_ Soy el hijo mayor del acusado, y digo que es culpable porque sólo él es responsable de no tener trabajo. No nos ha dado buenos ejemplos con esas actitudes.
La muchedumbre alborotada no paraba de murmurar. Esta vez con todos los elementos, a favor o en contra de los dos.
El juez volvió a dar un mazazo en el estrado y pidió que cesara el bisbiseo o despejaría la sala.
_ Su padre ya ha recibido castigo. Su propia consciencia hará mejor labor justiciera que la que yo podría dictar. Usted es ahora el culpable -agregó dirigiéndose imperativamente al joven y señalándolo con índice derecho levantado-  ¡Sí, usted, por no tener la sensibilidad suficiente para discernir entre un padre, que ha tenido una racha de mala suerte y un verdadero ladrón o un delincuente. Además usted lejos de reconocer los sacrificios que él ha hecho, encima, lo ha querido incriminar.
Le ordeno que a partir de ahora, en su tiempo libre, confeccione unos volantes y los reparta en el antiguo trabajo de su padre para que todos en el plantel conozcan el mal proceder de la dirección, y la forma impropia de hacer justicia. Solicitará -esta vez con mi ayuda- que investiguen a fondo el hecho para que, de ser como él dice, le devuelvan el puesto.
Además, ya veo que trabaja usted para pagarse los estudios, entonces, hasta que su padre y su madre no esten más holgados económicamente, usted deberá pagar la renta, que ya es mayor de edad y vive bajo el mismo techo. Si no le alcanza ya verá cómo se las arregla, trabaje a tiempo completo y estudie en la noche, o postule para un crédito que estoy seguro que si tiene buenas calificaciones se lo darán.
¡He dicho! ¡Se termina la audiencia! -Y volvió a dar con el pequeño martillo de madera sobre el mesón.
Todos en la sala empezaron a salir y el juez a recoger los papeles del buró mientras que la taquígrafa del tribunal público apretaba la ultima tecla, y la esposa fue a abrazar al esposo, a lloraba con él, aferrada a su cuello en compañía del hijo más pequeño.

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