El poder psicológico de la chancleta
Cuando pensamos en la chancleta lo primero que nos viene a la mente es un tipo de calzado con suela plana –con o sin adornos- que se sujeta al pie por un cordón o tira que puede ir sobre el empeine o separando el dedo gordo de los restantes dedos. Fácil de poner y quitar.
Sus diseños tan simples les dan la preferencia, sobre otros calzados, para ser llevadas en época de verano en zonas de playa. Por lo general son de bajo costo accesibilizando su alcance a las diferentes clases sociales. También, claro está, las marcas famosas como Cross –entre otras- las elaboran en materiales que van desde plásticos hasta cuero de alta calidad haciéndose entonces algo más costosas. La línea de calzado playero Havaiana de Pedreiro vende más de 210 millones de pares por año convirtiéndose en el mayor fabricante del producto en América Latina.
Chancleta es un diminutivo de chancla, aunque no parezca pues lo ideal sería llamarle chancletica.
El término se usa en diferentes países hispano parlantes como Colombia donde también se le dice arrastradera. En Costa Rica, Ecuador, Perú Puerto Rico, y en la madre patria, se les llama igual. En Chile además se denominan: chala o condorito. En Cuba también se conocen como metedeo; y en la Región Oriental se le llama cutara. En otros lugares también es conocida como chinela, chola, cotiza, hawaiana, ojota, tres puntadas, romanita, etc.
Se supone que este tipo de calzado tiene su origen en Japón a partir del diseño original de las getas. O que sus antepasados provienen de culturas como la de los incas que usaban las ushulas (ojotas) de similar apariencia; o fueron inspiradas en las sandalias de esparto, en España, datadas desde el VI o V milenio a.C. Aunque ya en el antiguo Egipto se usaba un tipo de calzado similar cuyo sostén consistía en tiras de papiro trenzado del que hay evidencia jeroglífica.
El ingreso de las chancletas en el mundo de la moda ha creado debates de hasta qué punto puede ser permitido su uso en la vestimenta formal o semiformal ya que representan un punto de vista rebelde consistente en romper esquemas. Llevadas con ropas de vestir pueden parecer anacrónicas pero ya están marcando tendencia.
Se puede hablar mucho de chancletas, de sus usos, pero de lo que sí nadie ha hablado hasta ahora es del menos conocido de todos ellos: El psicológico.
Una chancleta bien usada en éste sentido puede ser el mejor de los mecanismos para disparar de forma súbita el apetito en un infante falto de él. Aliada primordial para una madre cansada de decir: abre la boca, mastica, traga. El sólo hecho de plantarla al lado del plato ejerce un poder incalculable cuando las horas se dilatan, la comida se enfría y no se ve los resultados deseados del plato vacío.
Mis hijos no la probaron mucho, que yo recuerde, ellos son los que tuvieran que decir al respecto.
Pero sinceramente se hacía estresante ver cómo el crío podían llegar a dormirse ante el plato intacto sin tener en consideración lo difícil que resultaba buscar a diario el alimento, elaborarlo con lo que hubiera, darle un sabor finalmente agradable; teniendo en cuanta que en Cuba el precio de los productos comestibles y los condimentos para sazonarlos es elevado, así como el hallazgo de los mismos, -entonces y ahora- cada vez más complicado.
Poner una de ellas encima de la mesa, en un lugar visible, o decir simplemente: ¡Espérate, voy pa´ allá con la chancleta!... Hacía que al menos que consideraran la posibilidad de no buscarse problemas y acabar de limpiar el plato para estar libre y poder salir a jugar o ver los muñes.
No había pedacito de cebolla, pimiento o partícula comestible alguna que quedara por tragar si había una de estas chalas, cutaras, o como se llamen, auxiliando a la madre en el difícil quehacer de conseguir que el hijo comiera.
La típica expresión diaria de “¡No quiero ir a la escuela!”, era resuelta por la progenitora con una muy producente… ¡Ahora voy! -acompañada de una chancleta en mano.
Si el niño se mostraba malcriado o contestón, propenso a las perretas, se perdía en las noches de apagones, o en las tardes huyéndole al baño, o se metía horas fuera de casa sin reportarse, rompía la siembra del vecino cazando lagartijas, ensuciaba la casa acabada de limpiar por estar jugando con el perro, rompía la ropa de estreno, deshilachaba los calcetines en el aula en vez de estar atendiendo a la explicación de la maestra en la clase, o si jugando al espadachín rompía las matas del jardín destrozando los botones y las flores, se subía a las matas del patio en busca de frutas, y cuando no había ya nada en estas iba a la del vecino, mentía o le daba brebajes extraños al gato, o se lavaba las manos en el tanque del agua para cocinar..., ya venía en actitud de perro con el rabo entre las patas pues sabía que había hecho mal -después de todo- y no había considerado la cartilla que nosotras, las madres cubanas, le leemos y releemos diariamente a nuestros hijos hasta el cansancio.
“Ese niño necesita un psicólogo” –podía aludir la vecina haciéndose la experta en el tema de corrección infantil, ya fuera por verse afectada con el comportamiento del mocoso o porque de pronto olvidó cómo fueron los de ella. Sin embargo en el fuero interno de la madre (por demás amorosa) se sabía que con solo mostrar la forma plana de su calzado ocasional -ya fuera de suela de camión cubierto por tiras de tela, cuero o manguera de suero- el barbilampiño entraría en razón.
¡Qué psicólogo ni ocho cuartos! –enfatizaría la abuela que dejaba de ser defensora en ese entonces para aliarse como nunca a la madre sabiendo el poder tranquilizador y solucionador por excelencia que ejerce la chancleta con el simple hecho de aparecer en la escena del conflicto.
¡Cuánto ahorro de tiempo y dinero trae el buen uso -no el abuso- de una sencilla chancla!
Porque… Señores, sin dudas -al menos en Cuba- hay que reconocer el poder psicológico de la chancleta.
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