La huella de una musa
Lunes 4 de enero /2016.
Hoy es un lunes-domingo donde no se hace
nada, a alguien se le ocurrió que así iba a ser y yo estoy feliz, no porque
haga siempre lo que me dicen que debo hacer, sino porque me conviene. Sólo por
eso.
Las musas hace tiempo no aparecen quizás
no han querido interferir en mis trajines o los balaustres de estas viejas
ventanas, que para mí son nuevas desde que me mudé y me alcanzan una nueva
mirada, las asustan porque son tan libres que no quieren andar con la carga
pesada de la obligación. Como a las niñas inquietas, que hay que dejar que
hagan al final lo que desean. Ya vendrán cuando quieran y vean que acá tienen
su espacio y que a pesar de lo grueso que suelan ser las barras, hasta por una
simple rendija se pueden colar y hallar con qué jugar para encontrar
inspiración y regalármela como siempre lo han hecho.
No es sólo por el feriado que amanecí feliz. Tuvo la culpa también una pequeña musa plateada que ayer vi posarse en tu pícara sonrisa durante la tarde cuando contemplabas esas plantas que sembramos al mudarnos y que ya en tan pocos días han echado brotes, y me hablabas. No te presté atención, miraba tus dientes, tus labios, tu boca sin adivinar lo que la diminuta musa trataba de insinuar. Mirándola de reojo para que creyera que no la veía por ser pequeña e insignificante, carente casi de importancia, continuó aún después revoloteando en mis pensamientos.
Hoy, a pesar que ya no está, hallé su huella en un pedazo de papel sobre la mesita de noche sujeto por el pote de crema contra las arrugas y el ungüento que usé para mitigar el dolor muscular del que padecía al acostarme, producto del trabajo en la huerta y las tareas diarias, a veces sin sentido -lo reconozco- sólo por decir que hice algo en el día y que no pasaron por gusto las horas sobre mi cabeza.
Un rayito de sol me despertó pasadas las diez, lógico después de habernos acostado tarde. Ese sí se las juega para presentarse y esta mañana lo hizo sin avisar siquiera, como el rey que es, y pasó por el hueco diminuto donde una vez hubo un clavo y chocó en mis pestañas haciendo incomodar el ya inquieto sueño. Desperté con tu perfume todavía en el aire y vi la nota junto a mi cabecera, tu nombre y el mío rodeados por el contorno de un corazón atravesado por una flecha y abajo decía: la amo, esposa.
La inspiración que me dejó aquella fugaz pequeña musa de la tarde se consumió muy pronto. Alcanzó para decirte las nuevas palabras de amor anoche, mientras nos amábamos, y tener las ganas de escribir estas letras y extrañarte hasta que vuelvas en la tarde, porque igualmente tuviste que trabajar. Sin embargo tú, para tu bello detalle, no la necesitaste.
No es sólo por el feriado que amanecí feliz. Tuvo la culpa también una pequeña musa plateada que ayer vi posarse en tu pícara sonrisa durante la tarde cuando contemplabas esas plantas que sembramos al mudarnos y que ya en tan pocos días han echado brotes, y me hablabas. No te presté atención, miraba tus dientes, tus labios, tu boca sin adivinar lo que la diminuta musa trataba de insinuar. Mirándola de reojo para que creyera que no la veía por ser pequeña e insignificante, carente casi de importancia, continuó aún después revoloteando en mis pensamientos.
Hoy, a pesar que ya no está, hallé su huella en un pedazo de papel sobre la mesita de noche sujeto por el pote de crema contra las arrugas y el ungüento que usé para mitigar el dolor muscular del que padecía al acostarme, producto del trabajo en la huerta y las tareas diarias, a veces sin sentido -lo reconozco- sólo por decir que hice algo en el día y que no pasaron por gusto las horas sobre mi cabeza.
Un rayito de sol me despertó pasadas las diez, lógico después de habernos acostado tarde. Ese sí se las juega para presentarse y esta mañana lo hizo sin avisar siquiera, como el rey que es, y pasó por el hueco diminuto donde una vez hubo un clavo y chocó en mis pestañas haciendo incomodar el ya inquieto sueño. Desperté con tu perfume todavía en el aire y vi la nota junto a mi cabecera, tu nombre y el mío rodeados por el contorno de un corazón atravesado por una flecha y abajo decía: la amo, esposa.
La inspiración que me dejó aquella fugaz pequeña musa de la tarde se consumió muy pronto. Alcanzó para decirte las nuevas palabras de amor anoche, mientras nos amábamos, y tener las ganas de escribir estas letras y extrañarte hasta que vuelvas en la tarde, porque igualmente tuviste que trabajar. Sin embargo tú, para tu bello detalle, no la necesitaste.
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