jueves, 17 de noviembre de 2016

¡Mi cafetera!



¡Mi cafetera!


Ayer, cuál sería mi sorpresa, fui a hacer café y la cafetera no funcionó. Cambié de posición el enchufe. Revisé el tomacorriente, el cable, me percaté que el breaker o interruptor automático, no se hubiese disparado por algún cortocircuito; apreté para arriba uno y cada uno de ellos con el palo de la escoba por miedo a un accidental corrientazo, pero todos estaban bien. Le di para atrás al botón lateral de la máquina de café y nada. Entré en pánico. ¡Se rompió la cafetera! Se fastidió la Mr Coffe Espresso de cuatro tazas que una amiga cubana, de acá mismo del edificio, me había regalado -ya de uso- hacía algún tiempo. El motivo, según ella: que casi no la usaba. Trabaja y cuando llega en la noche casi ni entra en la cocina. Y aquí, en casa, yo le daría mejor uso pues todo el que llega toma café, desde el Sr que limpia el edificio  y sus alrededores, que tan amablemente riega con frecuencia las plantas del patio, o me regala una matica y hasta una gigantesca calabaza para que haga un flan y le convide. La vecina que me llama por "mami" y pasa a saludar y a contarme cómo le fue el día, el que viene a dejar una ropa para que le arregle, el fumigador, sin contar -claro está- la familia que ahí sí se pone bueno el asunto pues la cafetera no descansa: hago café cuando llegan, después que almorzamos y cuando se van a ir. Y a ella, a la susodicha vecina que me había hecho el obsequio, que también pasa diariamente. En definitivas, que mi cafetera amada había muerto prematuramente o de tanto uso. Ya casi me echo a llorar pues la verdad es que eran casi las dos de la mañana, hora en que le preparo el desayuno a mi esposo antes de que parta a trabajar, hago todo apurada… ¡Y la cafetera venirme a hacer esto!
Reaccioné, respiré profundo, para que la situación no me dominara y miré para la Cuisinart que aguardaba para ser usada desde hacía tiempo, allá en un rincón de la meseta. Sí, mi otra cafetera que había quedado olvidada por haber preferido de un tiempo a esta parte a la difunta. Pero con el sueño, debido a la hora, me le paré delante a recordar cómo funcionaba. Y me dije: esta es más rollo que película porque es como el comunismo: mucho ruido y poco avance. Parece un laboratorio en miniatura. Tiene un depósito trasero transparente por donde se ve el nivel del agua, dos luces delantera, la del encendido y la que se apaga cuando ya tiene el calor requerido; dos botones, uno que se gira para que cuele el café y otro para hacerle la espuma, una perilla por donde echa el vapor para hacer la espuma del café cortado, una bandeja arriba para colocar las tazas a que se calienten..., y en resumidas cuentas el café sale clarito y tiene la opción hacer sólo dos tasas. ¡Dios mío! ¡Cómo pude comprar este aparato! Eso sí, para hacer los cortaditos no tiene precio pero como nos gusta el café negro… ella había quedado rezagada. Pero ahora, por el apuro tenía que resolver con esta.
Recordé entonces cómo sería tener ahora uno de aquellos coladores de tela que mi madre usaba cuando nos preparaba el desayuno antes de ir a la escuela. Siempre me parecieron ajustadores de una sola copa, como sustraídos de la lencería de una extraterrestre, cuyo contorno metálico descansaba en un trípode de hierro. Había que echarles el doble de café y con una cuchara grande, o de cabo largo para que llegara al fondo del colador, apretar el polvo hacia abajo y enrollar el cono de tela, haciendo un tirabuzón, para extraer al máximo la esencia de ese polvo negro que tenía tan poco porcentaje de café. Su gran contenido era chicharro, que tostado y molido mezclaban con una pequeña cantidad de polvo del cafeto, y nos lo daban en Cuba por la libreta a razón de dos onzas por persona cada quince días. Y que por el contrario nos costaba tanto conseguir en el mercado negro.
Si el amigo originario de la provincia más oriental de la isla, desde su tierra pródiga en producir este grano; sorteando vigilancias, nos traía a la puerta el fresco y natural producto de la tierra, listo para tostar, miraba para ambos lados de la acera y poco menos que jalándolo de la camisa lo metía para adentro y, sin importar que pensarán que era mi amante, le pagaba en dólares toda su mercancía evitándole arriesgarse yendo de puerta en puerta cosa que le garantizaba siempre no sucedería si venía primero donde estaba yo. Luego otro lío era tostar el grano y que el olor no nos delatara con el vecino chivato que colindaba con nuestro patio.
La época del colador de tela pasó rápido, por suerte, aunque recuerdo haber visto a mi madre zurcir el deteriorado tejido muchas veces o hacer uno de tela de camiseta y ajustar al borde superior del aro de metal con unas puntadas hechas a mano, porque tampoco se podía comprar uno nuevo con facilidad.
Con la llegada de la cafetera diseñada en Italia que irrumpió en los hogares cubanos y que entró en ellos para quedarse hasta la actualidad, el cedazo de tela se olvidó. Aunque esto de las cafeteras italianas fue otra historia. Luego se adquirían las de producción nacional hechas por la INPUD (Industria Nacional Productora de Utensilios Domésticos), situada en la provincia de Santa Clara. Este tipo de cafeteras tienen un problema. Cuando se les cae el asa plástica derretida por el alcance de la llama de la cocina se hace muy difícil su manipulación. Seguramente su fabricante las ideó para hornillas eléctricas - imposible de hacerlas funcionar en Cuba donde se sufren tantos apagones y donde la gente cocina con el combustible que puede -hasta con leña en el patio. En ese caso echábamos mano al alicate para sacarlas de la candela. A veces las manos parecían de amianto aguantando el excesivo calor en el proceso de servir las tazas con tal de culminar con éxito la delicada operación de sujetarla sin quemarnos o derramar el preciado líquido.
Esas mismas cafeteras aquí en Estados Unidos, bellas y de mejor calidad, descansan olvidadas en los estantes de los mercados que venden productos destinado al inmigrante consumidor isleño, o al latino. Y se pueden observar ubicadas allá arriba, donde nadie alcanza y pocas veces mira.
Con la cantidad de artefactos de variados diseños que han llegado al mercado destinados a hacer café estas legendarias cafeteras italianas quedaron en desuso, aunque debo admitir que son espectaculares y que no tengo ninguna para que me saque de apuro, cómo me sucedió.
Pero ayer, después que mi esposo se fue, cuando quedé tranquila en casa cogí el computador y busqué por Amazon para comprar una Mr. Coffee nueva, porque ya aquí tampoco se usa eso de estar mandando a arreglar o buscar al vecino con conocimientos de electricidad que nos pueda componer al artefacto dañado. No, aquí se bota lo viejo y se compra nuevo, así pasa con todo aunque reconozco que soy dada a componer. Estoy casi segura que fue la resistencia lo que se dañó. Pero si tuviese suerte de encontrar un taller que haga ese trabajo me cobrarían por el arreglo casi lo mismo que sale comprar una nueva por internet y con el envío gratis, "free shipping" como dicen aquí, incluido. Por eso realicé la compra con entrega prevista para mañana y ahora sólo queda esperar que toquen a la puerta y recibirla.
Ruego porque llegue en tiempo y no haya tranque de tráfico en los puentes MacArthur y Julia Tuttle que dan acceso a Miami Beach, o alguna manifestación anti-Trump que los inmigrantes, o los hijos de éstos, justamente realizan por estos días en contra del recién electo presidente que piensa levantar un muro en la frontera con México usando a los propios mexicanos para que paguen y alcen la muralla; esos mismos inmigrantes que cada día impulsan hacia adelante este país, o que haya mal tiempo o algo que impida la llegada prevista del camión de la UPS; cargado, transportado y descargado seguramente por un inmigrante, al que ya en la puerta recibiré hablándole en inglés y le invitaré, si tiene tiempo, a degustar de un cafecito cubano en la anhelada y recién estrenada cafetera Mr. Coffee Espresso para cuatro tazas.
   

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