Partir de cero en busca de la libertad: una aventura incierta y necesaria.
Leí un artículo del periodista Mario J. Pentón en las paginas virtuales de 14ymedio, sobre tres cubanos que se encuentran en Panamá pasando por un vacío legal. No aceptaron irse al albergue que el Gobierno destinó a todos los que llegaron allí provenientes de la isla por temor a caer en una trampa y ser deportados. Ahora por ese motivo se encuentran en una especie de limbo ya que las autoridades sólo considerarán a los albergados con derechos a realizar cualquier trámite lícito.
Empatizo y reconozco que están viviendo un período de incertidumbre que nadie merece.
Entre ellos hay una Dra. que, como muchos profesionales de la salud, prefirió emigrar en busca de una vida mejor.
El caso de ella en específico hizo que me acordara de varios amigos médicos que tuve en Cuba y que llevaban un pasar muy discordante con el de sus homólogos en otros países del orbe.
Uno era geriatra del Hospital Naval de la Habana del Este e iba desde la localidad de Cojímar hasta su centro de trabajo en bicicleta y cuando se subía a ésta dejaba ver con el movimiento del pedal las suelas destruidas de sus zapatos. Aquella imagen quedó plasmada en mi retina ese día, y lo seguirá estando por siempre, pues el sentimiento de vergüenza ajena me invadió.
Otra vecina, Dra. del mismo hospital y profesora de la escuela de medicina; le habían asignado un auto marca Moscovich y una cuota de combustible al mes para que hiciera posible el cumplimiento de su apretada agenda, sin embargo el esposo le servía de chofer todos los días. Ella alegaba que no sabía manejar para que su cónyuge utilizara el auto de taxi. Si en la labor ilícita consumía la cuota de combustible normada, compraba la necesaria en el mercado negro y de nuevo salía a buscar los dólares para cubrir las necesidades de su casa y su familia, las que la excelente labor de su esposa no podía satisfacer.
Cerca de la bodega donde comprábamos y que quedaba en la esquina de casa, vivía un médico de medicina general que vendía todo tipo de medicamentos - preferiblemente en divisa- para luego salir raudo a comprar lo que necesitaba y que ya el "socio" de la bodega, del agro o el negociante le tenía reservado. O también, como él mismo decía, los canjeaba por ropas o zapatos para los suyos.
Por fortuna se fue cuando el éxodo masivo de balseros por las costas cojimeras en el 94 y hoy vive muy bien fuera de Cuba junto a su familia.
La odontóloga a la que acudíamos con frecuencia, una bella persona de nobleza en el rostro y siempre sonriente, divorciada; vivía con su pequeña hija y su madre. Para cuidar de ellas, siendo el único sostén en el hogar, guardaba para luego usar en beneficio propio (no empleo la palabra lucrar porque ella estaba obligada a hacerlo) los materiales de obturación más apetecidos o demandados, como materiales de color natural para dientes, compuestos de resina blanca para muelas, empastes dentales tradicionales e instrumentos, para destinarlos a los pacientes que podían pagarle en dólares. Vivía en un puro nervio, se le notaba, con temor a ser atrapada "in fraganti". Hasta por un champú arreglaba una pieza dental, nos consta.
Los productos necesarios demoraban en llegar al policlínico. El resto de los habitantes de la localidad se las agenciaban de una forma u otra para "resolver" con los dentistas de confianza.
Lo que sí estaba listo siempre eran las pinzas dispuestas a privar del dolor al paciente sacándole de raíz la pieza causante de su inaguantable tormento, para luego no poder hacer nada y poco a poco ir quedando sin dientes.
Si la vida de un cubano común es difícil, la de los profesionales es frustrante. Eso ha hecho el proceso revolucionario con aquellos que se "quemaron las pestañas" y pasaron vicisitudes como las de viajar colgados en la puerta de una guagua para llegar a tiempo a la universidad, cumplir sus obligaciones y graduarse.
Los galenos que no tienen la suerte de trabajar para el Turismo de Salud en centros hospitalarios que parecen hoteles, gozando del beneficio de poder comer relativamente bien una vez al día, vincularse directamente con los paciente extranjeros que le puedan hacer un buen obsequio. O los que no pueden salir de misión internacionalista a cambio de un irrisorio sueldo mensual en dólares, no les queda otra que emigrar y fuera del país empezar de cero con la esperanza de revalidar sus títulos y llevar una vida mejor y si no lo consiguen tener la certeza que sin importar la labor que realicen, al menos, se sentirán libres para continuar intentándolo
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