viernes, 28 de agosto de 2015

Fin de año en Holguín. (Holguín ciudad de encantos.)

Fin de año en Holguín


Cuando llega la noche, después del trajín del día, uno de los esparcimientos es entrar a Facebook y actualizarme de lo acontecido en la jornada. Debo confesar que se ha vuelto adictivo; siempre estoy pendiente a la señal azul que se refleja en la pantalla de mi teléfono celular y me avisa que entró algo nuevo, y debo revisar. En el día le echo una ojeada, pero no como en la noche, que aprovechando que mi esposo va a trabajar, yo me distraigo viendo lo nuevo que publican mis amigos en el muro, comentando, o escribiendo como ahora.
Vinimos a Estados Unidos, especialmente a La Florida, para estar cerca de la familia que tenemos acá. Dejamos detrás quince años de vida en Chile, el frío al que no nos pudimos acostumbrar, y el temor latente a los temblores. Llegamos con la idea de trabajar todo lo que fuera posible, enfocados en la ilusión de alcanzar el sueño americano; pero quien realmente lo ha logrado es mi esposo, que trabajar todas las noches y duerme durante el día a intervalos, lo que hace que ande siempre con un sueño terrible.
Cuando llega del trabajo se baña y se acuesta a esperar que esté  el almuerzo. Durante éste, y mientras come, habla alguna coherencia que le genere la mente y terminando se vuelve a ir a dormir todo el resto de la tarde.
Hoy, en los pocos momentos de vigilia que disfruta, recordó una vez que fuimos a Holguín a visitar parte de su familia que vive allá. Fue para un fin de año, y con motivo de las celebraciones típicas de las fechas, se respiraba alegría en el ambiente. De los locales salía la música y las calles estaban repletas de kioscos vendiendo todo tipo de comida, distintos tipos de dulces, algodón de azúcar, y el infaltable casabe con lechón acompañado de la cerveza a granel.
Dentro de las cosas que nos propusimos hacer en ese viaje a la zona oriental de la isla de Cuba, estaba visitar a Pancho: el legendario burro de fama internacional, conocido por su habilidad de tomarse alrededor de 20 cervezas diarias, como promedio, y que constituía la principal atracción del Mirador de Mayabe, centro turístico localizado a 8 kilómetros al sur de la ciudad de Holguín. El pobre burro murió años después habiéndose tomado cerca de 62 000 cervezas. Conocí a otro Pancho, tan burro como éste pero menos famoso y más cervecero: el mensajero que allá nos llevaba los mandados a la puerta de la casa en su triciclo.
Durante esos días de vacaciones pasábamos las tardes caminando la ciudad, entre ferias de artesanía, funciones de rodeo, décimas y canciones guajiras; acompañados de algunos familiares que nos mostraban con orgullo las atracciones de la zona. Nos habíamos hospedados en el Hotel Pernik, porque aunque la familia nos había brindado la casa con el cariño y la hospitalidad de siempre, queríamos tener la libertad de decidir cuándo marcharnos a descansar, debido a que sabíamos que esas fiestas solían ser interminables.
La última tarde de ese año nos vestimos con lo mejor que habíamos traído en nuestras maletas, y nos fuimos de fiesta con los primos a esperar las doce. Recorrimos los locales más concurridos alrededor de los parques del centro de la ciudad, desde donde se escuchaban los ritmos bailables más diversos con los que se hacía inevitable contener el movimiento del esqueleto.
Nos sentimos atraídos por uno en particular cuya música en vivo, contagiosa y potente, hizo que decidiéramos entrar. Terminó la pieza que nos había cautivado y la gente se esparció buscando un respiro, un asiento o una cerveza, mientras los niños correteaban alegres, subiendo y bajando del escenario donde los músicos se movían ajustando sus instrumentos, instalando otros, secándose el sudor y recuperando fuerzas.
Decidimos quedarnos ahí, era sin dudas lo mejor que habíamos encontrado en nuestro paseo. Después de una pausa considerable se escucharon los primeros acordes de guitarra como prueba, antes de dar comienzo a la próxima canción, uno del grupo musical se acercó al micrófono y dijo en forma de advertencia:
_ ¡A todo lo padres y madres, que bajen a los vejigo de la tarímbola, que vamos a empezar a tocar una bella melodia!
_ ¡Y ahoooraaa, p´a que se ripeen como yeguas y caballos...!
Se sintieron unos golpes de tumbadora que levantaron el ánimo, y continuó diciendo el anunciante a viva voz, como si fuera el título de la canción más esperada de la noche: _ “¡A que tú no me arrempujas!”
Jamás había oído presentación semejante y mucho menos un título musical así: "A que tú no me arrempujas". Eso podía ser discutible, pues en la zona oriental de Cuba sus habitantes tienen una forma característica de hablar, y muchos se expresan poniendo la "s" donde no va y quitándola de donde no se debe, o usan términos muy distintos a los que usamos en la capital para nombrar objetos y hechos del cotidiano vivir. Pero lo que sí no se podía negar era que nosotros la estábamos pasando de forma espectacular.
Las canciones no paraban, se enlazaban en el ritmo unas con otras, y en la euforia musical, que parecía no tener fin, el locutor volvió a dirigirse al público, esta vez mientras rascaba el Guayo, y cantando aún dijo:
_... ¡Y si quieren bailar con nojotro!... ¡Ya nojotro no vamos!
Y fue ahí cuando todos gritaron _ ¡Nooooo!
Los primos aplaudían y chiflaban. Yo me quedé media perdida, y aahí fue cuando me explicaron que el cantante-animador había querido decir que ya el grupo se retiraba.
A pesar de ser diciembre sudé como si hubiese estado en una sauna. ¡Y sí que nos ripeamos como yeguas y caballos!, porque cuando todo terminó y decidimos regresar, noté que cojeaba y era que en mi desenfreno dancístico había  perdido un tacón.
Me sentía exhausta, con ganas de llegar al hotel. No recuerdo cuando fueron las doce ni por donde fue el camino de regreso, esa noche le hice competencia al burro.
Si alguna vez van a Cuba, ojalá puedan visitar Holguín, y si es para fin de año: mucho mejor.
Para los que no saben qué es el Casabe, el casabe de yuca o simplemente casabe o cazabe, es un pan delgado y circular hecho de harina de yuca que se asa en una plancha llamada burén. Su producción y consumo se remonta a tiempos prehispánicos, y es típico de toda la cuenca caribeña: Haití, Puerto Rico y Cuba, donde existe el dicho de “A falta de pan, casabe”. Y Ripear significa: Participar en una bronca. También usado para demostrar capacidad de poder bailar. Verbo hallado en el diccionario del argot cubano y del que hice uso indiscriminado esa noche.
Fueron días intensos y divertidos. Y de ésta anécdota en particular se acordó mi esposo hoy, en un momento de claridad mental, cuando interrumpió su sueño vespertino para venir a almorzar.


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