Las cosas no son ni blancas ni negras, las cosas son del color del amor.
El niño mulato
Cuando el niño mulato creció y comenzó a ir a la escuela, escuchó hablar de negros y blancos y ahí fue que, por primera vez, vio que había quienes gustaban de separar a los hombres por el color de su piel. Asombrado reaccionó con una mescolanza de pregunta y respuesta.
_ ¿Negros y blancos? Yo sólo conozco a mamá y a papá y a toda la familia de ellos, que es también mi familia. Y mis amigos, todos, sin importar el color de su piel; son también mis hermanos.
El niño mulato siguió creciendo y percibiendo el mundo a través de los conocimientos adquiridos en la escuela. Luego vinieron aquellas extensas clases en que le hablaron de fronteras, de países y de conflictos.
Y él pasmado reaccionaba con la acostumbrada pregunta ya respondida en base a la experiencia que a su corta edad, tenía de la vida.
_ ¿Fronteras y conflicto entre países? Si cada país debe ser del otro como un buen vecino. No hace falta ni siquiera verjas, sólo respeto y amabilidad. E incluso, si los países están lejos pudiéramos escribirnos para colaborarnos. Saber qué necesitan ellos de nosotros y nosotros de ellos.
Y así, todos los días, el aprendizaje en el centro docente iba dejando en él profundo desencanto.
Las clases de Historia y Geografía continuaron y el sentimiento de estar viviendo en un mundo dominado por el odio y la discordia, lo desilusionaban. Escuchó por primera vez las palabras: guerra, holocausto, religión. Tomaba notas con gran pesar en el alma tratando de asimilar y hallar una lógica, a lo que el maestro decía en cada encuentro. Pensaba: ¿guerras de expansión territorial?, ¿países que cambiaban de nombre y extensión por la ambición?, ¿personas capaces de eliminar a otras por ideales religiosos o políticos?
Si a diario asistía a la escuela era porque su madre se lo exigía y porque veía que eso hacían los niños de su edad. El único aliciente que encontraba era el compartir con sus amigos a la hora del recreo.
Una tarde llegó a su casa arrastrando los pies producto del profundo desencanto que lo embargaba. Sucedió cuando supo de la creación de bombas que se ponían a prueba sobre objetivos civiles matando a muchas personas inocentes. Entonces le dijo a su madre:
_Mamá, no quiero ir más a la escuela allá aprendo cosas muy tristes. Me hablan de dioses, supuestamente personas que no vemos y que deben estar para ayudarnos pero en el nombre de ellos se mata. Me contaron de conflictos y de muertes. No de morir de viejo, ni por accidente, ni por estar enfermo... No, mamá, oí que se puede morir por la guerra y que éstas siempre ocurren por alguna oscura y absurda razón, por eso no quiero ir más a la escuela.
La madre de forma amorosa y envolviendo su rostro con mimos y caricias le dijo:
_ Hijo, tienes que seguir yendo a la escuela. Eres parte del mundo, no puedes vivir aislado. La vida es así, tiene cosas agradables y otras no. Los conflictos del mundo sólo lo pueden resolver los hombres buenos.
_¡Eso, mamá, eso! -acotó-, quiero llegar a ser un buen hombre. ¿Dónde se estudia esa profesión?
La madre enmudeció y se llenó de esperanza contemplando la profunda determinación que emanaba de los grandes ojos negros de su hijo. Luego, con inmensa ternura, lo acercó a su pecho y lo besó.
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