lunes, 23 de enero de 2017

A través de la pequeña dimensión de una foto.


 A través de la pequeña dimensión de una foto



Una foto es una ventana al pasado. Puede estar tomada hace un segundo y ya pertenece a él.
Es posible que a veces cuando vemos una del barrio, de la calle en que crecimos, nos embargue un sentimiento que no sepamos con certeza cómo describir. Si nostalgia, añoranza, o tristeza por el hecho de echar de menos ese lugar donde fuimos felices la mayoría de las veces con muy poco.
Se siente una mezcla de muchos sentimientos que al final son uno solo y que ligados a pequeños flash de recuerdos hacen que nos preguntemos: ¿Por qué tuvimos que irnos de ahí? Es sabido que la ley de la vida nos obliga a abandonar el nido, pero no siempre el lugar o el país al que pertenecemos.
Hoy vi una foto de mi calle y enseguida recordé a mi madre. Su lucha diaria por darnos lo mejor ante la ausencia de un padre que la parca se llevó de forma inesperada.  La recuerdo apoyada en la cerca de la casa, con la vista fija en la distancia esperando mi regreso de la escuela.
Cuando mi anatomía cansada doblaba la esquina, y hacía el esfuerzo por vencer el tramo de asfalto que aún restaba hasta el hogar; exhausta por el hambre, el sol y el cansancio, aún sin haber atravesado el umbral de la acera hacía la casa, ya empezaban las preguntas y las elucubraciones: ¿Cómo te fue?¿Qué hiciste hoy?¿Qué te dijo la maestra del trabajo que llevaste? Esa amiguita tuya que vive allá atrás, en la otra cuadra, la del pelito rizado, ya pasó hace rato. ¿Por qué saliste tarde?... Y debía responder, con las pocas fuerzas que me quedaban, una y cada una de las preguntas. Recordarle que esa niña no estaba en mi aula. Le decía: "Que estemos en la misma escuela no quiere decir que salgamos a la misma hora". Además de aclararle que ese día, en particular, el horario de clases siempre se extendía. A pesar de que podía consultar el calendario, guiarse por él, no lo hacía. Era como si las preguntas fueran una cosa necesaria de hacer. Una especie de reflejo condicionado, creado a fuerza del continuo uso, que provocaba que salieran éstas, una detrás de la otra, casi sin pensarse. Incluso, no necesitaba la respuesta de la primera para que como fuego de ametralladora vinieran todas las demás.
Así era con todo. Si le pedía permiso para una fiesta estaba sometida, a una incertidumbre incalculable por el desconocimiento de la respuesta, positiva o no, que me daría al final. Además de un agudo cuestionamiento encabezado por las mismas interrogantes de siempre: ¿Con quién vas? ¿Quiénes van a estar?¿Dónde es?¿Hasta qué hora?
Esta forma de actuar, propia de las madres cubanas, fue algo que heredé y que luego puse en práctica con mis hijos.
Viendo una simple foto podemos hasta recordar un olor, una estación del año, el clima de un día en particular, o qué nos trajo un atardecer. Momentos felices, personas sonriendo juntas y queriéndose, que quedaron plasmados en una instantánea.
A través de esas imágenes le damos vida a eso que esta, no importa que tan escondido, latente en la memoria. Ahí lo "coloreamos" a nuestro antojo de forma inconsciente para que siga ayudándonos a recordar lo que somos, de qué estamos hechos: nuestros principios. De modo que podemos enmendar nuestro camino, si se necesita, y ser consecuentes con nuestra esencia.
Esas imágenes fijas que atesoramos en el computador o en una amarillenta cartulina pueden acarrear sonidos de olas, ruidos, música, rostros conocidos, lugares y hechos, aunque no estén implícitos en la que estamos viendo.
Eso me pasó hace un rato. Una simple foto me trajo un remolino de sensaciones, me sacó una lágrima y a la vez me dio tranquilidad. Porque fue una época de carencias en Cuba, pero la vivimos lo mejor que pudimos: unidos por el amor.
He sentido que hay un lugar en el que podemos ser enteramente felices aunque lo "maquillemos" para que luzca bello a pesar de todo lo que pudo faltar. En el que podemos estar a salvo de lo desagradable y protegidos por el amor de una madre. Sin importar si nuestra posterior historia fue la mejor, podemos refugiarnos ahí, siempre que queramos. Ese lugar se llama infancia y estará siempre presente en nosotros y podemos acceder a el, incluso, a través de la pequeña dimensión de una foto.


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