sábado, 13 de mayo de 2017

Una artista un tanto conocida.

Una artista un tanto conocida

Hoy quiero contarles la historia de una artista un tanto conocida.
En sus inicios pretendió ser cantante y en la emisora radial de su pueblo natal, Camajuaní, se presentó una soleada mañana de cualquier día de aquel pasado de sueños, a cantar Boquita Azucarada.
Su madre -expectante de su actuación-, puso la radio para no perderse un solo detalle sin pensar que El Turco, padre de la naciente promesa vocalística, regresaría ese día más temprano que de costumbre de los intrincados campos donde iba a realizar sus trueque y vender cuadritos hechos por él con estampitas de todos los santos, y se sorprendería al escuchar el nombre de su hija por la radio.
Le clavó las espuelas a la yegua, de la que no se había bajado aún y como si el animal llevara alas, antes que terminará su primogénita la magistral interpretación ya estaba importunando el lugar e irrumpiendo en la sala de transmisiones, haciendo que la joven artista huyera por la parte trasera del recinto brincando cercas, vallas, charcos, corrales de puercos y gallinas, para terminar parapetada tras las faldas de su madre.
_¡Boquita azucarada te voy a dar yo! -fue lo primero que El Turco pronunció, cinto en mano, al pasar el umbral de la puerta después de amarrar la yegua que venía con tres varas de lengua afuera, y sacarle las espuelas incrustadas en el pellejo.
Lo que pasó después no es relevante. La sangre no llegó a la cañada que pasaba frente a la humilde casa de madera.
La artista en ciernes, tras un salto de varios años -ya en La Habana-, logró su objetivo de destacarse en el arte. Esta vez sí lo logró convertida en una real artífice del sustento y el abastecimiento, para criar dos hijas, sola, sin la presencia de un esposo.

En su pueblo natal había sido maestra en esa misma época en que había intentado ser cantante. Ahora en la capital y después de quedar viuda con 42 años, ya no tenía cabeza para estar aguantando majaderías de muchachos, solo las de sus hijas.
Mientras la pensión por viudez demoraba por trámites burocráticos, tuvo que buscar un trabajo temporal  que a la vez le diera cierta flexibilidad de horarios para estar cerca de sus hijas y no encontró otro que barriendo las calles de la manzana donde vivía. La mayor parte del tiempo lo realizaba bajo el intenso sol y sin desatender sus deberes como madre.
Entre suspiros, inventaba masas para hacer croquetas, arroz con una salchicha y chícharos con un chorrito de aceite, usando las plantas aromáticas y las de sazonar que cosechaba del huerto que ella misma cuidaba.
Era una artista haciendo budines con pan viejo, un huevo y el famoso "Cerelac", los que resultaban con una consistencia tan extraña que no se sabía si su fin era comestible o para repellar las rajaduras de las paredes de su casa que también sentían la ausencia de un hombre.
Aguantándose el sueño cosía en la madrugada, acompañada del croar de las ranas, el canto de los grillos, y el ruido del pedal de su Singer,  para entregar en tiempo la ropa a una clienta, sin que el hecho dejara de ser un reto creativo por lo escaso de la tela y cobrar el dinero que pronto gastaría en comida para sus hijas o en algo que éstas necesitaran.
No se compraba nada para ella, todo lo zurcía o arreglaba. Hacía de un pantalón viejo un short, de una camiseta unas medias para el uniforme escolar de sus retoños y de unas cortinas un vestido para que asistieran hermosas a una fiesta, de la que luego las sacaba antes de las diez de la noche para llevarlas a dormir.
En las cajitas que celosamente guardaba en las gavetas del escaparate no se encontraban prendas de oro ni collares de perlas.  Creía que eso era propio de reinas, princesas, mujeres adineradas, o artistas de la tele, no para ella que era una guerrera. En su defecto, atesoraba las fotos del día de su boda luciendo una blusa blanca y una falda oscura, las de la familia y un rollito de papel amarillento con una anotación borrosa por fuera, envolviendo un ombligo disecado y un mechón de pelo que ya hoy no puede precisar a cuál de sus hijas perteneció. A menos que una de las dos le pregunte por separado.
Fue ejecutante de los más extraordinarios actos de domar bestias bípeda con un cuje o el palo de la escoba. La portadora del récord familiar en lanzamientos de chancletas, y de hacerse entender con una mirada de reojo o un "tú verás", sin hacer falta ver lo que venía.
Protagonista de la mayor cantidad de viajes al pueblo El Nano, en el tren de Hershey, para traer latas repletas de guayabas, de los olorosos guayabales del lugar, y hacer "casquitos" y mermelada con ellas; productos que luego, entre las tres, vendían por el vecindario.
Comediante sin igual, desempeñaba sus mejores actuaciones humorísticas cuando salía al patio en las noches y era sorprendida por una minúscula rana. Amenazando de muerte al pequeño animal con cualquier objeto que pudiera ser lanzado, ejecutaba los movimientos dancísticos más increíbles, propios de una bailarina de danza moderna.
Artista inigualable en sortear las distancias, sufriendo las dificultades que siempre ha tenido el transporte en Cuba, para poder llegar a la Escuela en el Campo, donde estudiaba el mayor de sus retoños, y llevarle los budines hechos con su fórmula química -a los que no les equivocaba el sabor- y que al final su primogénita terminó apreciando por salvarle cuando sufría aquellas hambres extremas.
No volvió a casarse. Realmente su matrimonio indisoluble fue el compromiso de sustentar a su descendencia.

Quedó sola bajo el techo que le pertenecía tras sufrir la partida de sus seres queridos, muchos hacia el descanso eterno. También el exilio le arrebató de a poco a sus dos hijas y a sus tres nietos.
Hoy la acompañan personas a las que si bien no la unen vínculos de sangre directos, sí se siente atada a ellos por un fuerte y poderoso lazo de afecto y amor que ha quedado demostrado a través del tiempo con el cuidado y la atención que le profesan a diario.

El pasado mes de abril cumplió los noventa años y dice sentirse muy feliz con la vida que le ha tocado. Nunca pierde ni el humor, ni el sueño; mucho menos el apetito.

Seguramente no necesitan más detalles para sabe que hablo de una real y versátil artista: mi madre.
¡Feliz día, mamá! ¡Qué Dios, todo poderoso, nos permita el reencuentro!

Para que la conozcan mejor, acá les dejo una foto con sus lentes de moda.


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