martes, 2 de mayo de 2017

La cibermadre.

                           La cibermadre


Antiguamente enviábamos cartas a nuestras familias pagando sobres, sellos y envíos. Cuando empezaron a verme como bicho raro en el correo, compramos una computadora y pasé un curso de computación.
Al principio en las clases me sentía más perdida y en las nubes que Matías Pérez, pues habían alumnos de todas las edades y los jóvenes captan más rápido; pero uno tiene que irse adaptando a los cambios. Siempre he dicho que hay dos cosas seguras: la dialéctica y la muerte, y aún después de ésta  la dialéctica continúa. La vida no se detiene, así que si esperas a que las cosas se adapten a ti, "se te va el tren".
Me esfuerzo en estos asuntos de la nueva tecnología a tal punto que pasé de ser educadora de mis hijos a ser su discípula. Sinceramente, los fastidié bastante.
Cuando tenía que hacer las tareas, me ayudaban a entender o a reafirmar conocimientos. Si ponían cara de no poder soportar mis incesantes preguntas, les recordaba la paciencia que tuve con ellos. Ahora, por suerte, ya no los necesito tanto para esto.
Hoy nos comunicamos a través de internet para todo. Cambiamos hace mucho el disco de vinilo por el disco duro. La computadora también va quedando en un segundo plano ahora el celular es más manejable y tan versátil como ella, además si envío e-mails o mensajes luego estoy pendiente de la lucesita que me avisa de una respuesta o notificación. Se sufre del trastorno celucompulsivo y celudependiente. ¡Pobre del que padezca un tic  en sus manos con estas nuevas pantallas táctiles!, porque puede terminar haciendo clic y mandando sin querer la foto de tus nuevos lentes a un amigo de su amigo de Facebook, por decir lo menos.
Ya no se habla de la pantymedia sino de multimedia. Cada vez llamamos menos por teléfono, ahora chateamos. Vivo en constante reposo de mis cuerdas vocales. Si me dicen: ¡¿engordaste?!, les respondo, no, me maximizé.
También la tecnología me ha ayudado a mejorar la relación con mis hijos. Con ellos me comunico a través de e-mails, ya no corro el riesgo de despertarlos o molestarlos con llamadas inoportunas, o les dejo grabado un mensaje de voz por si me echan mucho de menos.
No oigo más respuestas desganadas, apuradas o agitadas. Ahora pueden leer mis mensajes cuando puedan y responderlos cuando les de la gana.
No sé si dicen: “¡qué bueno saber de mamá, me mandó un mail!. Ya se lo voy a contestar”. O dicen “otra vez la vieja hinchando las webs".
Si no me responden pronto, no me estreso ni me preocupo como antes. Me imagino que no tienen señal, que están haciendo ejercicios o que dejaron el celular cargando. No se me cae la autoestima, pienso que se les cayó el sistema.
Hoy puedo decir que soy una cibermadre.

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