miércoles, 1 de marzo de 2017

La papa en Cuba.

                         La papa en Cuba.


La papa con el terrón de tierra pegado pesa más, la balanza adulterada, quizá el desnivel en la meseta, y no sé que otras cosas más, hacen que diez libra que dan de ésta vianda por la libreta -de Pascua a San Juan- cuando llegas a la casa, les sacas la tierra y las pelas, se te quedan en ocho. ¡Ya faltan dos! ¿Y vas a ir a reclamar después de pasarte el día entero en la cola viniendo a la casa solo para ir al baño? No. Entonces, dos libras que te quitan a ti y dos al otro...
Por eso sí eres considerado como un "socio" para el del puesto, éste pasa después por la casa proponiéndote si quieres comprar un poco más de papas a sobreprecio, y accedes. ¡Qué cará!, si todo es pura sobrevivencia y aunque es duro reconocerlo, lo que más interesa es que la familia se alimente. 
¡Otro dilema se crea ahora en la cabeza!... 
_ ¡¿Cómo hago?! -le dices cuando llega al frente de la casa y te llama- ¿Tú me las traes, o yo voy? ¿Cuánto cuesta la libra?
_ ¡Tú'tas loca! ¡Tienes que ir ya casi a la hora de cerrar! La cosa está mala. Espera bien tarde, cuando vayan quedando poca gente y haz la colita que haya. Ahí te las doy y tu me pagas a cinco pesos la libra.
¿Entendiste?
_ ¡Claro! 
Y ya sabía que tenía que ser artista, fingir ante los vecinos que me encontrara en la cola, que no había llevado a casa el apetecido producto agrícola. Yo que era de las primeras que corría al oír el grito de ¡Llegaron las papas!, y me quedaba "clavada" en el puesto hasta que me tocara. Ese es un día perdido de hacer otras cosas, ayudar a los muchachos con las tareas, por ejemplo.
Esperaría entonces al segundo día de venta que ya la cola estaría  aflojando. Mucho mejor ir tarde -pensaba- para toparme con menos vecinos. Llegar del trabajo, recoger los muchachos de la escuela y dejarlos con mima. Ponerme zapatos cómodos, agarrar un par de jabas y salir
Seguro no faltaría, a la hora de pedir el último en la fila, el gracioso que -con picardía en la mirada- me dijera: _ ¡¿Y tú todavía no has cogido las papas?!
Y de nuevo tendría que ser actriz y responderle con naturalidad y un gesto despreocupado: _ No.
Esa tarde lo tenía todo planeado, fríamente calculado; pero, cuando llegué al agro, ya habían cerrado. Nunca se sabe realmente la hora del cierre porque si hay mucha gente hacen "maratón", como pasa el primer día, pero ya después hacen cumplir el horario o se van antes.
Al tercer día de la venta no esperé  tan pegado a la hora del cierre para ir. Ésta vez no fallé. Habían pocas personas -"cuatro gatos", como dice la vieja. Traté que me atendiera ese con el que tenía el trato.
Le dije a la señora de atrás "pase usted, prefiero que me atienda el otro". Y ella me contestó: "¡Va!, da lo mismo, una papa más o una menos". 
Puse la libreta en el mostrador, el dependiente-"socio" fingió marcar sobre la casilla ya marcada, fue a la parte trasera del local a traer más papas. A medida que el depósito de la pesa se iba llenando con los mejores tubérculos escogidos, multiplicada cada libra que veía marcada en el brazo por el precio acordado. La adrenalina, por el miedo de estar haciendo algo indebido, crecía y tenía la sensación de estar "desempolvando" la tabla del cinco, con dificultad por el mismo motivo. 
Con temblores me hice un ovillo para que nadie viera la manipulación de los billetes, los enrollé para entregárselos al dependiente, pagué y me fui a casa.
Me di cuenta que me había echado la misma cantidad que por normativa le correspondía a mi núcleo familiar. ¡Lógico! Si llega un inspector de pronto no hay ninguna violación a la vista. ¡Todo bien pensado por parte de ellos también! ¡Esto no lo para nadie! -deduje. 
Me alejé cargando las papas y un orgullo del que hoy me arrepiento.
Puedo comparar lo que se siente cuando uno hace algo ilegal en Cuba con una sensación de triunfo, de haber ganado algo. Lo que realmente ganamos es subsistir y   que nos tratemos como enemigos entre nosotros mismos, nos vigilemos y delatemos. Sin darnos cuenta que así lo que logramos es apuntalar esa capa infranqueable de poder que tenemos sobre la cabeza. Favoreciendo que permanezca la escasez.
Hoy me comentó una vecina, que había hablado con su sobrina que vive en La Habana, y que ahora la libra de papá en el mercado negro está a ocho pesos; que con suerte, le entran dos papitas por libra.
Recordé entonces esa vivencia. Que a casi veinte años de no estar allí, viendo las noticias, todo sigue igual o peor: La gente aglomerada, discutiendo, casi matándose, en los puntos de distribución de la Habana Vieja, donde había llegado, ¡por fin!, como un recuerdo del pasado, la papa.

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