domingo, 26 de junio de 2016

Como un árbol.

Como un árbol


Como un árbol venimos al mundo, ensanchando el interior de nuestras madres, buscando la forma de salir. Igual que él lo hace -de a poco- abriendo la tierra para hallar la luz.
Frágiles e indefensos crecemos, como su tronco, azotados por las inclemencias que nos toque vivir. Así nuestro cuerpo y nuestra alma, va conociendo las tormentas que nos doblan pero no nos quiebran; quedando enseñanzas, profundas marcas, por las que brota la sabia del dolor.
Como él buscamos la forma de acorralar las heridas haciendo anillos de corteza alrededor, para que no se propague el daño más adentro. Tratamos de curarnos, poner consuelo o resignación. Luego podemos palpar las marcas, tocar lo profunda que han llegado a ser. Ver que han alterando nuestro externo e interno como les ha pasado a ellos. Perdonamos para seguir creciendo, pero marcas al fin, se quedan en todo nuestro ser.
Lo atacan plagas, lo ahogan enredaderas; como a nosotros las enfermedades, la mala gente y la envidia. Un mal jardinero lo daña de la misma forma que a nosotros una persona malintencionada. A veces irremediablemente.
Un árbol sano, fuerte y frondoso da buena sombra y vienen a él a cobijarse el hombre y las aves. Igual que a nosotros, si somos afables y hospitalarios todos buscarán estar cerca nuestro.
Con cuidado debemos tratar de no ser afectados -como ellos- por la plaga de la maldad que pudre,  y nos hace perder pedazos  importantes o llenarnos de rencor.
Si estamos felices nos sentimos florecer de alegría como en la primavera. Si, como las hojas en otoño, perdemos amistades que creíamos valiosas nos nacerán otras nuevas.
Los amigos, también como los pájaros, vienen y se van. Nos alegran con su canto de amistad y hacen su nido en nuestra existencia. Unos pueden que retomen el vuelo y otros, los más leales, anidan junto a nosotros para siempre: atentos, preocupados y solícitos.
Una poda extrema puede afectarlo sobremanera perdiendo una parte importante que no volverá a crecer. Trayéndole inestabilidad o haciendo que se desarrolle descompensado y débil. Como nos pasa con la pérdida de un ser querido, ya sea porque se haya ido para siempre o nos haya abandonado.
Damos frutos, unos buenos y otros malos, de los que podrá nacer otro árbol semejante, y otro. Podemos llegar a hacer una selva o podemos estar solos en una gran sabana. Así vamos viviendo entre la paz y la tormenta, entre la risa y la tristeza, el día y la noche, la primavera y el otoño de nuestra propia vida.
A un árbol grande lo asfixia la presión atmosférica, faltándole el aire para vivir; a nosotros nos puede asfixiar la soberbia y nuestro propio ego si nos creemos poderosos y que estamos por encima de todos.
Pero si a él lo mata la falta de agua y de sol, nosotros podemos morir por lo mismo pero más que nada por la falta de amor.

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