Miré tras el cristal
la desquiciada lluvia.
que a cántaros caía,
sobre el verde textil
de los prados silvestres,
en los troncos caídos,
en los danzantes gajos,
que a sollozos mecía
y en todo riachuelo
haciéndolo vivir.
Angustiada seguía,
llorando fuertes gotas,
en la aparente calma
de esta tarde tan gris,
tratando de decirme
tan solo con el ruido
constante de sus gotas,
lo mismo que, yo misma,
ya no quería callar.
La vi desesperada,
llorar en la neblina,
la pena que cargaba
y que la hacía tan fría,
que sus gotas sonaban
como filoso acero
al chocar en lo duro
y filtrar por el suelo.
Mas yo que contemplaba
discurrirse el plañido,
hasta en el más discreto
y minúsculo resquicio,
me di cuenta entonces
que el llanto de la lluvia,
favorece los prados,
que verdes, no les importa,
lo que ella ha de sufrir.
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