Anoche, 27 de Septiembre, llamé a
mi casa en Cuba para hablar con la familia, específicamente con mi mamá.
Sinceramente no me acordaba que era una fecha significativa. Iban a ser las
nueve de la noche así que, consideré, era buena hora para llamar. Sonó el teléfono más de lo acostumbrado y me
asusté, teniendo en cuenta que mi madre es una anciana y que pudo haber pasado
algo, a esa hora no acostumbran a estar durmiendo. Cuando, de pronto, descuelgan y escucho la voz exaltada de la prima que vive allá con ella:
_ ¡¿Oigo?!
_ ¡Hola! ¡¿Cómo están por ahí?!-respondo.
_ ¡Ay, espérate! - enseguida reconoció
mi voz.
Gritó el nombre de mi madre, y me
preguntó: _ ¡Oye, ¿cómo están ustedes?! Aquí todos bien, todos bien. Ya, ya
viene tu mamá. - Y sentí el sonido del auricular cuando lo puso sobre la
mesita. Enseguida mi imaginación se disparó y creí estar allá y sentir los
olores del hogar familiar.
Pocas veces pasa así: que llame a la
casa y el que contesta, si no es mami, no hable un poco conmigo antes. Con eso
se gana tiempo para que mima, con su andar pausado, llegue con calma hasta esa
esquina de la sala donde está colocado el teléfono.
Y por fin siento la voz de la vieja,
esa voz que como la de toda madre nos da tranquilidad y alegría al mismo
tiempo.
_ Hola, mamucha. ¿Estás bien? ¡Cará!
¿Qué pasa ahí que la prima soltó tan rápido el teléfono y no pude conversar con
ella?
_ ¡Ay, mija! Ná, que iba pa' fuera con
unos pozuelos y unas cucharas. Estábamos todos saliendo pa' ir pa' la esquina
con los vecinos a comernos la caldosa.
¡Oye, mi niñita, que no se te olvide
que es víspera de los CDR! - agregó irónicamente mientras se reía.
_ ¡Por Dios! Llamé en mal momento
entonces. -Dije algo inhibida por temor a estarle privando de un momento de
disfrute junto a los vecinos que son como familia. Esos mismos que no pierden
una oportunidad para armar un guateque en la esquina, debajo del farol o en la
casa de cualquiera. Da lo mismo que sea víspera de Obatalá, San Lázaro, Yemayá,
Ochún, o los CDR.
_ ¡Ah, y espérate, la cosa no para ahí!
-Continuó mi madre con su voz alegre y risueña del otro lado de la línea-. Hay
postre y todo. ¡¿Qué te crees?! - Dice con sorna y estalla en carcajadas-. ¡Sí!
Un galón de helado de chocolate -esto último lo dijo más bajo, casi susurrando,
pegada al auricular. _Pero ese nos lo venimos luego a comer aquí en casa. -
concluyó con igual tono.
_ Mami. Ten cuidado con tanta comilata
no te dé la colitis y luego andes fastidiada por varios días.
_ ¡No, mi amor, tranquila! Una vez al
año no hace daño.
_ Bueno, mamita, te llamo mañana. Cuídate
y pásala bien. Te quiero mucho. Un besote. Saludos a los vecinos.
_Bueno, hija, yo igual. Cariños a todos
por ahí.
Y colgó. Dejando el silencio y las
ganas de verla, mezclados con un ligero sentimiento de sana envidia.
¡Cuánto me hubiera gustado haber estado
ahí por un instante! Ver a mis vecinos, sus hijos, mis amigos, y ese poco de
familia que aún me queda allí. Compartir con ellos, sonreír y bailar con la
música traída hasta la acera por Pichila, que lo mismo arregla carros que hace
panes y pizzas para vender, "pa' calla'o". Él es el musicalizador de
esos eventos callejeros, y se las arregla para llevar hasta afuera y colocar
sobre un banco, el equipo destartalado de música, auxiliado de una pila de
metros de cable empatados rústicamente, y extendidos, desde su casa.
Me imagino las conversaciones y las
risas.
¡Qué gente, caballero! Pero... ¡Qué
gente!
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